miércoles, 20 de mayo de 2015

SIGUES SIENDO DIFERENTE



“No quiero volver a verte. Recoge tus cosas y márchate. A mi regreso no quiero que estés aquí”. Lucas recordaba aquellas palabras escritas por su propio padre con letra torpe y desigual y como después de leer la nota que se encontró sobre la mesa de la cocina se metió en su cuarto, hizo la maleta y salió de la que hasta aquel momento había sido su casa sin rumbo fijo, sin futuro, y casi sin presente. Hoy regresaba, volvía a un mundo que ya le era desconocido, con el que las conexiones se habían roto mucho tiempo atrás, salvo una, su madre, que por fin se había visto libre del yugo de un matrimonio sin amor que las circunstancias habían mantenido a flote sin sentido alguno. Lucas experimentaba por su madre un amor incondicional, sabía que era lo que era en parte gracias a ella, a su tesón, a su empeño, a su fuerza y a su lucha contra todo y contra todos, y se sentía un poco culpable por haberla abandonado a su suerte todos aquellos años, al lado de su padre, un hombre frío, calculador, un hombre sin sentimientos que no apreciaba a nadie y al que lo único que hacía feliz era imponer por la fuerza su santa voluntad. Por suerte había pasado a mejor vida, por eso podía regresar.
Lucas había nacido en un pueblo perdido del mundo cuarenta años atrás. Era el único hijo del matrimonio formado por Manuel y Jacinta. La muchacha, casada con aquel hombre vil y despreciable por orden de sus propios padres, se ilusionó con aquel pedacito de carne delicada y sonrosada que había salido de su propio cuerpo como si de un milagro se tratara, así que no le importó demasiado cuando, al ir el pequeño creciendo, todo el mundo le decía que el niño no oía. Jacinta observó y descubrió que todos tenían razón, las viejas del pueblo, el señor cura, el señor maestro, Mariana la tendera y Juan Timoteo el matarife. Jacinta llevó al médico a su hijo y el diagnóstico fue claro:
-Está sordo, así que tampoco aprenderá nunca a hablar. Es mejor que tengas otro hijo Jacinta, este no podrá ayudar a Manuel en las tareas del campo ni con los animales.
Cuando Jacinta le dio la noticia a su marido éste, a cambio, le regaló la primera paliza. Borracho como una cuba, destilando por su boca el olor a alcohol y a maldad, la acusó de no saber engendrar hijos normales y sanos y con la brutalidad que siempre lo había caracterizado la poseyó como un animal en celo, para después dejarla tirada en el suelo de la cocina y salir de la casa en busca de una nueva dosis de licor.
Pero la mujer se enfrentó con valentía a su triste sino. Sabía que estaba atada de por vida a aquel hombre y a aquella tierra sin embargo nada le iba a ganar la batalla. Lo primero que hizo fue acudir a la vieja Águeda. Águeda vivía en el bosque y tenía fama de bruja. La gente decía que se dedicaba a cosas poco decentes, pero eso a Jacinta le importaba más bien poco, es más, en aquella precisa ocasión incluso le favorecía, pues lo que iba a pedir a Águeda era un remedio para no engendrar un hijo nunca más. Por mucho que le dijeran los demás tenía claro que no deseaba que ningún eslabón más le uniera a un esposo cruel que ella no había elegido. La vieja le facilitó la pócima y le garantizó que a partir de entonces su vientre sería yermo, primer peldaño subido, quedaba el más difícil, criar a su hijo. Lucas sería sordo, pero desde luego que no era tonto y si los demás creían que no llegaría a ser nada de provecho en la vida, ella les iba demostrar que estaban bien equivocados
Lucas crecía entre las burlas y el desprecio de aquellos que no entendían su peculiaridad y su madre decidió poner fin a todo aquel sinsentido. Un día se vistió con sus mejores galas y marchó a la ciudad, dispuesta buscar la ayuda que su hijo precisaba y la encontró, vaya si la encontró. Se dirigió a la casa de la Lucita, una muchacha espabilada y de buen corazón, que había marchado del pueblo unos años atrás, agobiada por la incomprensión y cerrazón de mentes de unas gentes cuyas vidas se habían quedado ancladas en el pasado. Lucita y Jacinta habían sido amigas cuando eran niñas y ésta sabía que, de estar en sus manos, Lucita no le negaría ayuda, como así fue. Cuando le contó el problema su amiga no vio la tragedia por ningún lado.
-En la ciudad hay colegios donde tu hijo aprenderá de todo, como un niño normal. Y no te costará nada, yo te ayudaré.
Dos semanas más tarde Lucas estudiaba en un colegio para niños sordos, contra la voluntad de su padre, al que la idea de su mujer le parecía una estupidez, pues estaba seguro de que el pequeño no valía para nada.
-Aunque no es mala idea – admitió por fin – así no tendré a ese estúpido dándome la lata por casa todo el día.
Por el pueblo la gente murmuraba. Decían que Jacinta estaba loca, que era una soñadora, una irresponsable por gastarse el dinero que tan duramente ganaba su esposo en enseñanzas baldías a un podre tonto. Algunos incluso tenían el atrevimiento de escupírselo a la cara, como si tuvieran derecho a ello. Mas Jacinta, segura de estar actuando como debía, respondía con tranquilidad.
-Mi hijo no es tonto, sólo es diferente, y aprenderá lo que tiene que aprender.
Lo mismo le decía a su pequeño, cuando todos los sábados iba de visita y el muchachito le rogaba para que le llevara de vuelta al pueblo mediante aquellos movimientos de sus manitos que Jacinta también aprendió a escondidas de todos.
-Papá no me quiere ¿verdad, mamá? No me quiere porque soy tonto.
-Claro que no eres tonto,mi vida, sólo eres diferente.
Y con tal diferencia y a pesar de ella, Lucas creció y aprendió lo que tenía que aprender, a leer, a sumar, a dibujar, la historia de España o la geografía del mundo, Lucas aprendió y un día cuando su formación básica finalizó tuvo que regresar al pueblo.
Al principio le gustó la idea, se había olvidado de los desprecios y las humillaciones, pero pronto se dio cuenta de que aquel lugar escondido del mundo no era su sitio. La gente lo miraba con recelo y murmuraba a sus espaldas sabía Dios qué cosas y su padre, aquel que no merecía ser llamado tal, en el mejor de los casos lo ignoraba y en el peor lo hacía blanco de sus burlas. Se reía cuando lo veía gesticular y le decía que tanto aprendizaje en la ciudad no le valdría para nada y que como no sabía cuidar del ganado ni segar la hierba, no era más que un inútil. Lucas se entristecía cuando leía en los labios de aquel hombre tantos improperios y cada vez estaba más seguro de que su lugar no estaba allí.
Una tarde, al llegar a casa de vuelta del colmado, se encontró con que su padre, completamente borracho, descargaba su ira y sus golpes contra su pobre madre, que agazapada en una esquina, lloraba y gemía protegiendo su frágil cuerpo con sus brazos sin mucho resultado. El muchacho se abalanzó sobre su padre y, más joven y ágil, lo sacó de la casa a puñetazos. Luego el también salió de la casa sin rumbo fijo y estuvo vagando dos días por el bosque, meditando sobre lo que hacer con su vida. Cuando por fin volvió al hogar, se encontró aquella nota sobre la mesa. No importaba, de todas maneras ya tenía pensado marchar y no regresar jamás.
Veintidós años después Lucas recordaba su vida mientras el autobús lo acercaba de forma inevitable al lugar al que había jurado no volver jamás. Rubén, sentado a su lado y conocedor de sus tribulaciones le tomaba la mano de vez en cuando, como queriendo insuflarle fuerzas y le preguntaba si estaba bien. Lucas asentía con una sonrisa. Al fin y al cabo sólo quería rescatar a su madre de aquel pueblo sin futuro y llevarla consigo cuanto más lejos mejor, lo había intentado muchas veces, pero sólo ahora que su padre había muerto ella había accedido. Lucas esperaba que la noticia que iba a darle no fuera obstáculo para que aquel rescate fuera efectivo.
Cuando por fin se vieron madre e hijo se fundieron en un abrazo. En aquel encuentro no hacían falta palabras, no era necesario hablar ni oír, bastaban los gestos de dos personas que se querían y a las que el tiempo había mantenido separadas.
-Vengo a buscarte mamá, no quiero que estés más en este lugar. Te vendrás conmigo ¿verdad?
Jacinta asintió, mientras miraba al muchacho que acompañaba a su hijo y se preguntaba quién sería. Lucas leyó el interrogante en la mirada de su madre y comenzó a gesticular
-Se llama Rubén, mamá y es mi pareja.
La mujer se quedó muda y quieta, sin saber muy bien qué decir, no se esperaba la noticia, pero tampoco le importaba demasiado la orientación sexual de su hijo, como en su día no le había dado mayor importancia al hecho de que fuera sordomudo, a la vista estaba que había llegado a ser una persona normal, como las demás.
-Mamá, ¿qué piensas?
Jacinta miró a su hijo con un sonrisa y colocándose en frente de él, para que pudiera leer sus labios le dijo.
-Nada especial, cariño, solo que... sigues siendo diferente.



1 comentario:

  1. Me encantó el final… -Nada especial, cariño, solo que... sigues siendo diferente.

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