martes, 26 de mayo de 2015

LA DECLARACIÓN DE AMOR



Reconozco que siempre he sido un zampabollos, me gusta comer más que ninguna otra cosa en el mundo, como lo demuestra mi más que evidente sobrepeso. Pero no me importa. Como estoy bien de salud, al menos de momento, yo sigo comiendo lo que me place. Y, como no podía ser de otra manera, me gustan las chicas voluminosas y que comparten conmigo su afición por la buena mesa. Encontrarlas no es muy fácil. Ahora a casi todas se les da por cuidarse para estar como sílfides.
Hace tres años conocí a Mónica. La vi por primera vez en un restaurante de comida rápida y no dejé de observarla durante todo el tiempo que permanecí allí. Se zampó una pizza, dos hamburguesas y de postre un trozo de pastel de chocolate y dos helados de fresa. Su orondo cuerpo rebosaba por los extremos de la silla. Me enamoré al instante, y desde ese momento comencé a maquinar la forma de declararme. Después de mucho pensar me surgió la idea. En lugar de un ramo de flores le regalaría un ramo de.... perejil, por ejemplo, confiando en que captara la idea de que nuestra mejor manera de comenzar el idilio sería con una buena comilona.

Así fue. La cara de felicidad que puso cuando le entregué el consabido ramo y le declaré mi amor, es indescriptible. Me invitó a comer un buen cordero asado cocinado por ella misma, aderezado con el perejil y demás especias de su propia cosecha. Acabamos casándonos y fuimos tan felices como las perdices que nos comíamos al menos una vez por semana. Pero todo se fue al tacho hace seis meses, cuando el médico le dijo que o adelgazaba o lo que le quedaba de vida sería un continuo rosario de enfermedades provocadas por su obesidad. Ya ha perdido quince kilos, y aunque sigue estando gorda, ya no es lo mismo. Si continúa a este ritmo, dentro de otros seis será sólo el reflejo de sí misma. Lo peor de todo es que ella está contenta. Tendré que ir preparando los papeles del divorcio.

1 comentario: