martes, 1 de noviembre de 2011

EL REGRESO




El avión aterrizó con suavidad, deslizándose por la pista hasta finalmente pararse frente a la pequeña terminal. Suspiré aliviada y me desabroché el cinturón al cabo de un rato, cuando los demás pasajeros ya habían empezado a circular, preguntándome una vez más por qué demonios tenía aquel incomprensible miedo a volar. Salí por fin del aparato y me enfrenté a aquel viejo paisaje que había conocido de niña, cuando mis padres solían pasar las vacaciones de verano en aquel lugar. Los recuerdos volvieron vívidos a mi mente y una tenue sonrisa asomó a mis labios. Allí había sido muy feliz durante mi infancia, pero en aquel momento volver significaba intentar romper con un pasado cercano y triste y comenzar una nueva vida. No tenía por qué ser malo, era evidente, pero si un tanto duro, pues simbolizaba hacer frente a un fracaso inesperado.
Jorge me esperaba dentro de la terminal, le vi en seguida después de recoger mi equipaje. Nos habíamos encontrado por última vez tres años atrás, en el entierro de mis padres y a primera vista pude comprobar que estaba casi igual, quizá hubiera perdido algo de pelo, pero evidentemente no había en él ningún detalle que me hiciera difícil reconocerlo. Al llegar a su lado nos miramos un segundo, solté mi maleta y nos abrazamos. Jorge había sido mi compañero inseparable de niña, en las tórridas tardes de las que a mi me parecían maravillosamente interminables vacaciones de verano. Y ahora, pasados los años, se convertía en mi tabla salvadora, en mi punto de unión con el mundo que se me presentaba hostil y casi infernal después de todo lo ocurrido. Me llevó a su casa, que ya no se parecía en nada a la que yo recordaba, pero que seguía conservando aquellas maravillosas vistas al mar.
-Estarás cansada del viaje - me dijo - Siéntate mientras preparo algo para tomar ¿te apetece un café o algo fresco?
Le respondí que me gustaría un café con hielo. Se fue a la cocina y yo me senté en el mullido sofá de piel marrón, mirando a través de la ventana, sintiendo que la sensación de paz que se había adueñado de mí desde mi llegada, se hacía más intensa, como si todos los demonios que me habían estado torturando hasta entonces se estuvieran despidiendo poco a poco, de la misma manera que un actor que termina su función se resiste a marchar del escenario, aunque sabe que irremediablemente tiene que hacerlo. Jorge volvió en seguida con dos vasos tintineantes de café con hielo y, ofreciéndome uno, se sentó a mi lado.
-Supongo que ahora me contarás el motivo de este viaje tan inesperado, aunque quiero que sepas que estoy encantado de tenerte aquí, pero dime ¿a qué has venido después de estos años? ¿de vacaciones?
Tomé un sorbo del refrescante café y suspiré.
-Vengo para quedarme, voy a trabajar en el Instituto del pueblo.
-¿A quedarte? ¿Y Carlos?
-Carlos me dejó. - era la primera vez que pronunciaba aquellas palabras sin echarme a llorar
-¿Que te dejó? ¿que Carlos te dejó? Pero si estabais....no entiendo nada.
Me levanté y me acerqué al ventanal. Fuera el día tocaba a su fin y el horizonte se teñía de un naranja intenso. A pesar de que el varano daba ya sus últimos coletazos, todavía hacía mucho calor.
-¿Te acuerdas de aquel primer verano que no vine de vacaciones con mis padres?- sin dejar que Jorge contestara proseguí - No vine porque aquel invierno había conocido a Carlos y no quería separarme de él. Era el chico más popular del Instituto. Guapo, agradable al trato, estudioso…. y por aquel entonces intentaba fundar una revista literaria en el colegio, cosa que a mí me llamó poderosamente la atención. Siempre fue un tipo culto y emprendedor, con mucha labia, sabía como tratar a las mujeres y por ello traía a todas las chicas de cabeza. Me enamoró su dulzura, su forma de hablarme, de mirarme sólo a mí sin importarle las otras jóvenes que suspiraban por captar su atención .El día que me propuso que fuéramos novios yo cumplía 17 años. Fue el cumpleaños más feliz de mi vida. No creas que no me acordaba de ti. Mi conciencia me decía una y otra vez que al final del curso, con el comienzo del verano tú estarías aquí, esperándome, deseando volver a besarme en la boca como te habías atrevido a hacer el último día de nuestras últimas vacaciones juntos, como yo había estado esperando y deseando que hicieras. Pero a los 16 años pasamos del amor al desamor en menos de nada y yo pasé de estar enamorada de ti a estarlo de Carlos sin apenas darme cuenta. Por eso aquel verano les dije a mis padres que no venía a Galicia, que me quedaba en Madrid con mis abuelos. No he vuelto hasta hoy.
Durante todo este tiempo él estuvo a mi lado y jamás sospeché que acabaríamos así. Cuando mis padres murieron en aquel horrible accidente, creo que salí adelante gracias a él. Pero...ya ves, todo se acaba. Hace uno meses aprobé las oposiciones. Pienso que fue la mejor recompensa a todo lo vivido, pero la felicidad no duró mucho. Casi sin darme cuenta Carlos empezó a comportarse de forma rara, siempre estaba de mal humor, con mucho trabajo... en fin, un montón de historias, de detalles que serían muy largos de contar, el caso es que un día me dijo eso de tenemos que hablar y justo en ese momento supe todo había terminado. No se anduvo con muchos rodeos, recurrió a lo típico ya sabes, que se había dado cuenta de que me quería como una amiga, que no quería hacerme daño, que era mejor dejarlo ahora que más adelante...chorradas.
Me separé de la ventana y me senté al lado de Jorge. El me miraba con ojos entre asombrados y tristes.
- No intenté detenerlo – proseguí - en cuanto dio por finalizado su discurso se marchó. Yo me metí en la cama y durante tres días no me levanté ni para coger un teléfono que no dejó de sonar. Al tercer día Alicia, mi mejor amiga, entró en el piso y me levantó de la cama. Intentó animarme, como hacen las buenas amigas, las incondicionales, esas que están ahí siempre y de las que sabes que pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, nunca desaparecerán de tu lado... Eso pensaba yo que era Alicia para mí, hasta que en un arranque de sinceridad me confesó que la mujer que estaba con Carlos era ella. Me lo decía porque no quería engañarme, en nombre de la buena amistad que nos había unido siempre y que según ella debíamos mantener. Nome digné ni a contestarle, no merecía la pena, simplemente la eché de mi casa, sin más. Parecía que todo se volvía en mi contra, que nunca iban a dejar de ocurrirme desgracias, entonces decidí romper con todo y marcharme, lejos, lo suficientemente lejos para que ni uno ni otro pudieran entrar de nuevo en mi vida, a un lugar donde no tuviera prácticamente ninguna posibilidad de encontrarlos. El problema eran las oposiciones recién aprobadas que me obligaban a quedarme en Madrid. Pero entonces me acordé de un alto cargo del Ministerio de Educación al que mi padre le había llevado algún caso con bastante éxito. El día del entierro se acercó a mí y se ofreció a ayudarme en cualquier cosa que necesitara. En principio no tenía pensado pedirle nada, evidentemente, pero la ocasión se presentó casi sin quererlo. Fui hablar con él, le conté lo que me había sucedido y le pedí, si ello fuera posible, que me dieran una plaza en cualquier instituto de La Coruña. No me preguntes cómo lo hizo pero lo consiguió. Puse el piso en venta y en seguida encontré comprador. Y no hay mucho más que contar. Ahora me gustaría que me ayudaras a encontrar algo por aquí para vivir, me voy a quedar para siempre, soy la nueva profesora de literatura del Instituto del pueblo.
Jorge me miró en silencio durante un rato, como si no acabara de asimilar todo lo que le acababa de contar, luego sonrió y me dijo:
-Siento mucho todo lo que te ha pasado, pero me alegro un montón que hayas venido para quedarte y no te preocupes por buscar piso, esta casa es suficientemente grande para los dos, puedes quedarte aquí el tiempo que quieras.
-No sé Jorge, yo no quiero molestar, sólo he venido aquí a cambiar de aires, a iniciar una nueva vida y olvidarme de todo, además sé que todo esto ha sido muy de repente y tu tienes derecho a disfrutar de tu intimidad, así que me quedaré unos días y luego buscaré algo donde meterme. Una pequeña casita quizá. Por aquí las hay preciosas.
-Como quieras, pero te seguro que no me molestas en absoluto, al contrario, es agradable tener compañía, alguien con quien hablar al llegar de trabajar. A pesar de que no me disgusta vivir solo, a veces echo en falta algo de compañía.
-Ya, supongo que es normal. Para el que no le guste la soledad vivir sin compañía se hace bastante cuesta arriba. Pero bueno, supongo que los buenos amigos en ocasiones terminarán supliendo esas carencias.
-Eso desde luego. Por cierto, esta misma noche viene a cenar una pareja que estoy seguro te encantará conocer.
-¿Una cena? no me digas que he venido a estropearte algo.
- Por supuesto que no. Son mis mejores amigos y todos los sábados nos reunimos a cenar en su casa o en la mía. Natalia es enfermera en el centro de salud en el que trabajo y Fernando es profesor de Historia en el instituto del pueblo. Te vendrá bien conocerle. Así conocerás a un compañero de antemano. Ahora, si quieres puedes descansar un poco. Te enseñaré tu habitación.
Seguí a mi amigo hasta el piso de arriba. Por primera vez en mucho tiempo sentía que estaba recuperando las riendas de mi vida.
*
Llegaron a las 9 con puntualidad británica y tal y como me había comentado Jorge me parecieron encantadores. Parecían la pareja perfecta, de esas que se quieren, que se admiran, de esas que todo el mundo piensa que no podría vivir el uno sin el otro. En el fondo me daban un poco de envidia, ellos lo tenían todo y yo tenía algo de dinero en el banco y todas mis pertenencias encerradas en tres maletas, sólo cosas materiales, pero ya no había a mi lado nadie que me abrazara, que me besara en la mejilla sin tener motivo, que me dijera lo mucho que me quería mientras acariciaba mi pelo sentados en el sofá mientras veíamos cualquier película en la televisión.
Fue una velada agradable, que, sin yo saberlo, significaría el principio de algo bello que me cambiaría la existencia para siempre.
Aquella noche, cuando finalmente me metí en la cama, pensé en mi nueva vida y en el reto que tenía por delante. Esa existencia diferente que tanto había ansiado se presentaba ante mí en toda su realidad, y debía afrontarla sola, sin más apoyo que el de un amigo de la infancia al que hacía años que no veía y con el que ni siquiera sabía si tenía algunas cosas en común más que un montón de recuerdos caducados. Pero daba lo mismo. Curiosamente nada me importaba más que romper con mi pasado y tomar un camino diferente, ni mejor ni pero al andado hasta entonces, simplemente distinto, nuevo, un camino que me permitiera respirar de nuevo. Y estaba decidida a resistir los inconvenientes, a desafiar al futuro
No voy a decir que fuera fácil, pero tampoco fue tan difícil como había imaginado. Pronto comenzaron las clases y en el ambiente del instituto me sentí a gusto. La mayoría de los compañeros eran buena gente y los muchachos, en general, eran sanos, respetuosos, con unas inmensas ganas de aprender y de superarse, chicos que todavía valoraban la relación estrecha con los amigos, el poder estar en la calle conversando hasta las tantas, el pasarse las horas sentados en un banco del parque, viendo la gente pasar y haciendo comentarios sobre este o aquel sin mas motivos que divertirse un rato sin hacer daño a nadie. Me recordaban tanto a mí a su edad que en alguna ocasión me sentía de regreso a una adolescencia que todavía se me antojaba muy cercana.
Me encantaba dar clase, disfrutaba haciéndolo. Así las cosas, mi vida poco a poco fue convirtiéndose en una agradable rutina. Pasaba las mañanas en el instituto, y las tardes en casa preparando las clases. Por las noches Jorge y yo nos reuníamos en el salón. A veces charlábamos sobre los acontecimientos del día, otras nos enfrascábamos en la lectura de un libro. Él me hablaba de sus pacientes, yo le contaba de mis alumnos. Los fines de semana mantuvimos la costumbre de las cenas con Fernando y Natalia, a veces en su casa, a veces en la nuestra...era agradable su compañía, charlábamos de mil cosas o jugábamos a las cartas o al Trivial hasta altas horas de la madrugada. Con el tiempo se convirtieron también en mis amigos y empecé a sentirme mas arropada, más querida. Tanto, que la idea de buscar un piso en el que vivir sola se fue disipando, pues el simple hecho de pensar en regresar del trabajo y encontrarme una casa vacía me producía cierta ansiedad. No me gustaba demasiado la idea y puesto que Jorge se mostraba encantado de tenerme a su lado, resolví quedarme en su casa.
Con el tiempo y la convivencia me di cuenta de que Jorge todavía recordaba nuestro amor adolescente y debo confesar que el trato tan cercano con él también trajo a mi mente reminiscencias del pasado. Poder pasear por la playa en aquellas agradables tardes de un otoño que parecía no querer llegar, recordándonos mil cosas que ya creíamos olvidadas, el gesto de pasar su brazo por mis hombros cuando nos arrebujábamos en el sofá viendo la televisión, o los momentos de risas compartidas, aquellos pequeños detalles me hacían pensar en todo lo que parecía haber perdido por no estar a su lado. Cierto era que había disfrutado de otro amor, de un amor profundo y pasional que tal vez Jorge nunca me pudiera dar pero ¿había realmente merecido la pena? Fui feliz durante el tiempo que duró y seguramente mucha gente pensará que eso es lo importante, disfrutar del momento, de los años que la pasión permanece y cuando se termina… mejor volar y comenzar de nuevo. Pero yo, que siempre fui estúpidamente romántica, todavía creía en el amor para toda la vida y pensaba que aunque con el paso de los años esa pasión del principio fuera desapareciendo, siempre quedaría un sentimiento mucho más profundo. El cariño, la complicidad, la confianza, el apoyo, la fuerza que te va a levantar en tus momentos duros, la dulzura que te va sonreír en los instantes felices… ese era el amor al que yo aspiraba llegar algún día. Ese era el amor que, tejiendo pensamientos e hilando momentos, supe que Jorge podría regalarme. Así que cuando una noche en la cocina, mientras entre risas preparábamos la cena, me besó en los labios y me hizo sentir en paz, no me cupo duda de que había encontrado al amor de mi vida. Durante un tiempo disfrutamos la tranquilidad de un amor recuperado, el sosiego de una relación sin estridencias. Pero poco sospechábamos ambos que lo más inesperado vendría a turbar nuestra apacible vida de pareja.
*
Una noche de sábado, como tantas otras, Jorge y Natalia tenían guardia en el centro de salud. Acompañé a Jorge a la hora de entrar y allí estaban también Natalia y Fernando. Éste, una vez nos hubimos despedido de nuestras respectivas parejas, me propuso ir a cenar.
-Ellos tienen que trabajar pero nosotros no. Hace una noche estupenda y presumiblemente tanto unos como otro se va a aburrir en su casa. ¿Te apetece que vayamos a cenar?
Como la perspectiva de irme sola a casa no me parecía nada atractiva acepté de buen grado la invitación de Fernando. La noche era extrañamente cálida para estar a principios de marzo, así que nos dirigimos hacia una cantina cercana dando y paseo.
Durante la cena nos contamos retazos de nuestras vidas que hasta entonces no habíamos tenido ocasión de relatar, como su llegada a España desde su Argentina natal diez años atrás, intentando encontrar un porvenir diferente al que le esperaba allí; sus primeros años en un país desconocido en el que, a pesar de los sueños que se había traído en el equipaje, buscarse la vida no era tan sencillo. Hizo de todo, desde servir copas hasta tocar la guitarra en el metro y cuando por fin consiguió hacerse con unos ahorros quiso estudiar.
-Mi padre tiene una buena posición económica - me dijo -pero yo siempre fui muy independiente, sobre todo desde que se murió mi madre y él se volvió a casar. No es que me lleve mal con su esposa, al contrario, es una mujer joven y encantadora que siempre nos trató como si fuéramos sus propios hijos pero a mí me gusta vivir a mi aire, sin depender ni tener que rendir cuentas a nadie.
-Vaya - le dije - eso no concuerda muy bien con la idea de tener una pareja estable.
-No es lo mismo, yo no quiero depender de mis padres, pero sí necesito estar con alguien, querer a alguien. A Natalia la conocí cuando estábamos estudiando, me gustó su alegría, su frescura, su manera de ver la vida, y desde entonces estamos juntos.
-Te entiendo, yo también necesito tener a alguien a mi lado, alguien que me de…. Calor.
-¿Cómo Jorge? Es un buen tipo, pero reconozco que me sorprendió un poco saber que entre vosotros había algo más que una simple amistad
-¿Porqué?
-Bueno, no sabría decirte, para ti me pegaba otro tipo de chico tal vez más...dinámico quizá.
No pude evitar soltar una carcajada
-Sí - dije -el novio que tenía antes era muy dinámico, pero me salió rana.
Le conté mi pequeña historia.
-Así que Jorge fue un amor de adolescente, y dime ¿Le amas realmente?
Me quedé mirándole sorprendida y le respondí con otra pregunta
-¿Tú quieres realmente a Natalia?
-Sí la quiero, pero sin embargo siento que ella no es la mujer de mi vida, sobre todo desde hace unos meses.
Me sorprendió por segunda vez en pocos segundos, jamás me hubiera imaginado aquella respuesta de alguien al que yo consideraba, junto a su chica, la pareja perfecta.
-¿Y eso por qué? ¿acaso hay otra mujer?
Cogió su copa de vino y bebió un sorbo. Estaba serio y se tomó unos segundos antes de responder.
-Digamos que he conocido a alguien que....a veces veo en ella cosas que me enamoran y no sabría decirte qué es. Es como si....como si fuera lo que yo estaba esperando sin saberlo, no sé, es difícil de explicar. Ella no sabe nada y tal vez sea mejor que no lo sepa porque quiero pensar que esto sólo es un deslumbramiento momentáneo que se me pasará. Lo que menos deseo en el mundo es hacerle daño a Natalia, pero si me enamoro de otra persona, no voy a sacrificar mi felicidad. ¿Comprendes?
Sin saber por qué, escuchar aquella confesión me produjo un tenue escalofrío. Sin responderle miré a mi alrededor y me di cuenta de que se estaba haciendo tarde y que apenas quedábamos unas cuantas personas en el restaurante.
-Tal vez será mejor que nos vayamos – dije - me da la impresión de que quieren cerrar.
Salimos del restaurante y caminamos por el paseo que discurría a la vera del río. La noche había enfriado un poco el ambiente, pero aún era agradable. Avanzamos despacio y en silencio durante un rato, absortos en nuestros propios pensamientos. Fernando rompía la quietud de vez en cuando con algun comentario sin importancia. A veces nos cruzábamos con algún grupo de gente que, como nosotros, salía a disfrutar de la tibieza de la noche. De repente la vi. Venía hacia nosotros. La madre de uno de mis mejores alumnos que cada vez que me veía iniciaba una pesada y repetitiva charla sobre su retoño que parecía no tener fin.
-Fernando creo que es mejor que demos la vuelta. Por allí viene la madre de Santiago Contreras y si nos ve no nos daremos desliado de su conversación
-Se notaría demasiado - repuso -es mejor sentarse en este banco, verás.
Nos sentamos en el banco y rodeando mis hombros con su brazo tapó mi cuerpo con el suyo, nuestras caras muy juntas.
-No repararán en nosotros, creerán que somos una pareja de novios que nos estamos besando, ¿tú los ves?
-Si – dije -pero tápame bien porque se han parado justo en frente de nosotros a hablar y no parecen tener prisa por irse.
Se acercó un poco mas a mí, tanto que sus labios rozaron los míos, la primera vez de casualidad, pero hubo una segunda en la que el roce se convirtió en un leve beso, y una tercera en la que nos besamos con pasión, con tanta pasión que mis sentidos se pusieron alerta y el delirio se apoderó de mi obnubilada mente. Metí mi mano entre sus cabellos rizados y lo apreté más contra mí, sin pensar demasiado en lo que estábamos haciendo, en la traición que estábamos fraguando. Supe entonces que yo era esa mujer a la que él se había referido en la cena y supe también que a pesar de mis pesares me estaba enamorando perdidamente del novio de mi amiga, del amigo de mi novio. Las mariposas habían vuelto a revolotear por mi estómago, esas que yo creía que sólo se sentían con los amores adolescentes estaban volviendo a revivir y agitando sus livianas alas me hacían revivir a mí. Cuando nos separamos ya la madre de mi alumno estaba muy lejos.
*

Aquella noche ni cabeza se tranasformó en una madeja cuyos hilos finos se liaban entre si convirtiéndose en una maraña imposible de deshacer. Durante muchos días no pude dejar de pensar en aquel beso que había despertado dentro de mí unos sentimientos que me empujaban hacia Fernando aun en contra de mi voluntad. Si me paraba a pensar fríamente, todo aquello era una solemne estupidez por mi parte. Un beso sin sentido no podía echar por la borda mi relación con Jorge. Además, y debo confesar que para mi desilusión, Fernando jamás mencionó aquella noche, ni intentó besarme de nuevo, ni me volvió a hablar de esa mujer que supuestamente le gustaba y que yo me empeñé en identificar conmigo misma tal vez con demasiada premura. Él y Natalia parecían ser la pareja feliz y perfecta que yo había conocido y así debía ser, como también debía ser que yo retomara con ganas mi relación con Jorge al que últimamente, por razones obvias, tenía un poco abandonado. Pero las cosas no siempre son como uno desea y el destino, ese ente imprevisible y siempre enigmático que se empeña en jugar con nuestras vidas a su antojo, me tenía preparada una sorpresa que nunca me hubiera imaginado.
*
Se acercaban las vacaciones de Semana Santa y con ellas unos días de merecido descanso. Hacía meses que habíamos planeado y viaje al sur y decidimos que aquella era la ocasión perfecta para materializar nuestros planes. Alquilamos un apartamento en Cádiz y los cuatro contábamos los días que faltaban para tomarnos las merecidas vacaciones, olvidarnos por unos días de pacientes y alumnos y conocer una nueva ciudad. Pero las cosas se torcieron y la semana anterior a nuestra marcha en el centro de salud empezó a faltar el personal. El que no estaba de baja, estaba de curso, y los más antiguos hicieron valer su privilegio para tomarse días de vacaciones, así que a Jorge y Natalia se les comunicó que por necesidades del servicio no podrían disfrutar de más días de asueto que los propiamente festivos de la Semana Santa. Todos pensamos que era muy mala suerte que después de organizar el viaje con tanta antelación se hubieran truncado nuestros planes, pero Natalia, que siempre fue una chica de las de “a mal tiempo buena cara” dijo que ni hablar, que el apartamento estaba pagado y que no íbamos a perder el dinero. Había que disfrutar de aquel viaje y si no podíamos hacerlo los cuatro, lo haríamos dos.
-Fernando y tú podéis marcharos como habíamos planeado. El miércoles, al salir de trabajar, Jorge y yo tomaremos un avión y nos uniremos a vosotros – propuso Natalia.
La perspectiva de pasar unos cuantos días sola con Fernando no me gustaba en absoluto e intenté poner todas las excusas que se me ocurrieron para evitar el viaje, cada cual más tonta, tanto que al final tuve que desistir de mi empeño y aceptar, pues Jorge y Natalia ya empezaban a preguntarme qué demonios me pasaba para mostrar tantas trabas ante una perspectiva que siempre me había ilusionado tanto. Así pues el día señalado, por la mañana bien temprano, Fernando y yo nos despedimos de nuestras respectivas parejas y partimos rumbo al sur. Por delate nos esperaban diez u once horas de viaje. Íbamos muy callados, soltando apenas una frase de vez en cuando. "Si seguimos así", pensé,"menudos días me esperan". Mi intención no era hacer el viaje en absoluto silencio, más bien al revés, me hubiera gustado hacer distendidas esas tediosas horas que teníamos por delante y charlar con soltura, como cuando estábamos los cuatro juntos, pero el recuerdo de aquella noche acudía sin cesar a mi mente poniéndome tan nerviosa que me impedía articular palabra alguna. Sólo cuando por fin llegamos a nuestro destino y caímos cansados en el sofá medio destartalado del salón, totalmente agotados debido a las horas de viaje y al calor, entonces Fernando me preguntó si me pasaba algo.
-Apenas has hablado nada durante el viaje y tú no eres así, ¿te pasa algo conmigo?
-No - le respondí - no me pasa nada, simplemente estoy muy cansada.
-¿Desde esta mañana estás cansada? Y tu empeño en no querer venir ¿también se debía al cansancio? Lucía nos quedan por delante cinco días que vamos a pasar juntos y solos. Si vamos a estar sin dirigirnos la palabra casi que mejor nos montamos en el coche y regresamos, así que dime lo que te ocurre, por favor ¿He hecho algo que te ha molestado?
Me revolví incomoda en el asiento, tenía miedo a hablar y aun más miedo a lo que él pudiera decirme pero comprendí que ese era el momento idóneo para arreglar las cosas.
-Verás Fernando es que.... es que... ¿recuerdas la noche que fuimos a cenar tú y yo solos a la cantina?
-Si claro que me acuerdo.
-Supongo que te acordarás también de que cuando volvíamos a casa...me besaste. Ya sé que fue para que aquella mujer no nos viera pero... es que aquel beso me dejó muy confundida y ahora... pues eso, que me siento confusa
Él soltó una pequeña carcajada, aliviado, como si esperara escuchar algo mucho más grave que lo que él consideraba una nadería.
-Oh era eso. Lo siento, lo siento de veras Lucía, no era mi intención dar pié a falsas interpretaciones; aquello fue... un impulso al que no pude resistirme, pero creo que es mejor olvidarlo, no volverá a ocurrir, ni eso ni nada que ni tú ni yo queramos, es lo mejor para conservar nuestra amistad. Eres una de mis mejores amigas y ni quiero perderte.
Aquellas palabras, lejos de aliviarme, me desilusionaron enormemente. En ese momento me gustaría haberle oído decir que me había besado porque me quería, porque se había enamorado de mí. No esperaba que me pidiera perdón, pues yo consideraba que no había nada que perdonar. Tuve ganas de llorar y me las aguanté como pude.
-Tienes razón- le dije finalmente - lo mejor es olvidarlo y disfrutar de estos días que tenemos por delante, y no te preocupes, volveré a ser la misma de siempre y te cansarás de escucharme hablar.
Me sonrió y rozó la punta de nariz con el dedo. Yo no creía que lo mejor fuera olvidarlo.
*
Aquella noche no pegué ojo. Mi cabeza no podía parar de darle vueltas y vueltas a lo mismo. Por momentos Jorge, por momentos Fernando, ocupaban mi cerebro y me producían una inquietud desconocida hasta entonces. Me costaba creer en las palabras de Fernando, me costaba asumir que aquel maldito beso que había revolucionado mis sentidos hubiera sido fruto de un simple impulso. No, no podía ser cierto, yo sabía que en sus labios había algo más, pero la lealtad a Natalia le impedía dar el paso necesario para demostrar sus deseos. Y Natalia, ¡pobre Natalia, tan guapa y noble que era! Yo tampoco podía pagar su amistad con semejante ingratitud. Y Jorge… Jorge me quería tanto que lo daba todo por mí, me cumplía todos mis caprichos, cedía a todos mis deseos, me mimaba, me amaba más de lo que nunca nadie me había amado. Fue una noche inquieta. Cuando me dormí ya la luz del alba se colaba por mi ventana.
*
Los días siguientes nos dedicamos a recorrer algunos rincones de la ciudad. Cádiz es un lugar con un encanto especial, que guarda en cada unos de sus recovecos toda la magia de Andalucía, una magia que atrapa al visitante y que deja le graba su esencia en el alma, a fuego. Aquel domingo, el segundo día de nuestro, periplo, tuvimos una cita con el atardecer en la Caleta la pequeña playa de la zona antigua. Sentados en la arena, mirábamos como el cielo se iba tiñendo del rojo por el horizonte y aparecían las primeras estrellas. Hacía un poco de relente y yo sentí frío. Fernando rodeó mis hombros con su brazo y me acercó a mí para darme calor, yo apoyé mi cabeza en su hombro.
-Ha sido un día maravilloso - me dijo en un susurro.
-Sï que lo ha sido - dije yo.
Mi corazón latía con fuerza por sentirme tan cerca de él. Permanecimos así, muy abrazados y quietos, dejando que el tiempo pasara lento. Parecía que ninguno quería moverse por temor a romper el hechizo. Finalmente yo me deshice de su abrazo y le miré, él me miró y pude darme cuenta de que entre los dos flotaba el deseo de volver a besarnos. Mas una luz se encendió en mi cabeza para decirme que no lo hiciera, que no estaba bien, así que me levanté y tirando de su brazo le ayudé a levantarse también
-Se está haciendo de noche – es mejor que volvamos a casa.
*
Tirada en la toalla, en la playa, disfrutando del maravilloso clima que nos acompañó durante aquellos días, me sentía la persona más feliz del mundo. A mi lado Fernando charlaba sin parar y me hacía reír. Había conseguido borrar de mi cabeza mis miedos, mis líos y mis preocupaciones. Me encontraba tan a gusto que me hubiera gustado parar el tiempo en aquel lugar para siempre.
-¿Qué te apetece hacer esta tarde?- me preguntó.
-No sé, si nos dedicamos a ver más cosas, cuando vengan ellos nos vamos aburrir, podemos seguir disfrutando de la playa y después preparar la cena en casa.
-Me gusta la idea. – permaneció un rato callado y retomó la conversación – Prepararé yo la cena, pero con una condición.
Abrí un ojo y le miré.
-Miedo me das – le dije - suelta esa condición.
-Voy a prepararte una cena especial, que te sorprenda, pero a cambio tú te vas toda la tarde de casa y vuelves a las ocho para darme tiempo a organizar todo.
-No sé – le respondí después de pensármelo un rato – No creo que sea necesario echarme de casa para preparar tu cena. Además ¿qué voy a hacer toda la tarde sola por la ciudad?
-Ah no sé, eso es cosa tuya, vas al cine o de tiendas, pero a las....digamos a las cinco te vas y vuelves... a las ocho y media.
-Vale, lo haré, pero ya me puedes preparar una cena fastuosa. De lo contrario te pondré un correctivo.
*
Cumpliendo el trato, a las cinco salí de casa sin rumbo fijo. Al pasar por delante de una peluquería se me ocurrió que podía arreglarme un poco el pelo y entré. Alegraron mi melena lisa con unas graciosas ondas. También me maquillaron y me hicieron la manicura. Cuando salí de allí parecía otra. Luego me metí en una tienda y le dije a la dependienta que quería vestirme para una cena romántica pero que no tenía ni idea de qué comprar, así que me dejaba aconsejar. Fue muy divertido tener a dos chicas pendientes de mi indumentaria. Salí de allí embutida en un discreto vestido negro que enmarcaba mis redondeces y subida a unos tacones de infarto. A las ocho y media en punto estaba en la puerta de la casa. Acerqué mi dedo tembloroso al timbre, suspiré y apreté. Al momento se abrió la puerta. Fernando se quedó mirándome casi sin respirar.
-¿Me vas a dejar entrar, o tengo que esperar a que se te pase el pasmo?
Me colé en el salón que estaba levemente iluminado por la luz de unas velas, la mesa puesta para dos y un ramo rosas en el centro.
-Esto parece una cena romántica – dije - no sé si estará bien.
Fernando apartó una silla para que yo me sentara.
-Puede que no, pero tampoco está bien que te presentes tan guapa como una princesa, así que creo que lo mejor que podemos hacer es olvidarnos de lo que está bien o mal y disfrutar de la velada.
Así lo hicimos. Cenamos mientras sonaba una música tranquila;, hablamos, reímos, bebimos un poco más de la cuenta y acabamos bailando muy pegados, mi cabeza apoyada en su mejilla, mis brazos rodeando sus hombros, sus manos acariciando mi cintura. Todo nos invitaba a hacer lo que no debíamos y no supimos o no quisimos rechazar la invitación. Se separó un poco de mí y levantó mi cara hacia la suya.
-Hoy no hay que despistar a nadie - me dijo - pero lo voy hacer otra vez.
Nos besamos. Nuestros cuerpos se atraían como imanes. Sentí como bajaba la cremallera de mi vestido y lo deslizaba por mis hombros hasta que cayó al suelo y me dejó casi desnuda. Poco a poco el suelo quedó cubierto con nuestras ropas y la alfombra del salón fue nuestro lecho. La luna llena iluminaba ligeramente la estancia, mientras parecía vigilarnos al otro lado de la ventana sin saber que en unos minutos, llegaríamos a tocarla.
*
Vivimos dos días en una nube, sin pensar en las consecuencias de lo que hacíamos, pero el miércoles por la tarde se terminaba el ensueño y la cruel realidad se mostraba en toda su crudeza. ¿Qué íbamos a hacer? Fernando opinaba que debíamos decírselo lo más pronto posible, pero yo no lo veía tan sencillo. Teníamos que estar muy seguros del paso que íbamos a dar.
-Esperemos un poco - le dije – Para ellos no será nada agradable, lo pasarán mal.
-Ya pero ¿y nosotros? ¿qué vamos a hacer nosotros mientras?
-Disimular lo mejor que podamos y luego poco a poco hacerles ver que la relación se termina. Probablemente sea mucho menos doloroso para ellos y tal vez sea lo mejor que podamos hacer por ellos, se lo debemos.
Sin embargo, a pesar de mi convencimiento de que actuar así sería lo mejor, pronto comprendí que no sería tan fácil. La primera noche que pasé de nuevo con Jorge, teniendo que hacerle ver lo contenta que estaba de su llegada y teniendo que entregarme a él me di cuenta de ello. Sentía que mi lugar no era aquel, que la que tenía que estar en la cama de Fernando era yo y no Natalia y que mi amor por Jorge se había transformado definitivamente en un simple cariño de amiga.
Aquellos últimos días de nuestra excursión tuvieron el poder de aliviar un poco nuestra angustia. El pasar la mayor parte del tiempo entretenidos hacía que nos olvidáramos del problema que se nos echaba encima. Lo peor fue cuando hubo que regresar a la rutina diaria. Nos pasábamos la vida deseando que llegara el fin de semana de guardia de Jorge y Natalia para poder estar juntos, un fin de semana al mes que aprovechábamos como si se nos fuera la vida en ello. El resto de los días debíamos apocar con nuestra vida de siempre. Fernando me presionaba bastante intentando convencerme de que era necesario poner fin a toda aquella farsa. Yo sabía que tenía razón pero no me atrevía a dar el paso y así fue pasando el tiempo, cuando a punto de comenzar las vacaciones de verano sucedió algo que iba a cambiarlo todo.
*
La vida de cada ser humano es impulsada por los acontecimientos que se van sucediendo. A veces esos hechos permiten elegir, otras veces le imponen a uno un camino sin que se tenga la más mínima posibilidad de cambiarlo. Así fue que mi existencia se vio sacudida de nuevo por dos sucesos inesperados que, con el tiempo, me llevarían de nuevo al punto de partida. El primero de ellos fue la llegada de una carta para Jorge, procedente de París, y en la que se le comunicaba la concesión de una beca de investigación en la Universidad. Significaba, evidentemente, marcharse.
Leía la carta mientras estábamos en la cocina, yo preparando la cena, observándole.
-¿Qué dice?- le pregunté.
-¿Recuerdas que te comenté que había solicitado una beca para la Universidad de París? pues me la han concedido. La verdad es que la solicité antes de que tú vinieras y casi ni me acordaba de ella.
Debo reconocer que la primera sensación que sentí fue una inmensa alegría, pues si él se iba, yo me quedaría sola y la excusa de la distancia sería perfecta para, pasados unos meses, terminar con nuestra relación. -
-Es una noticia estupenda. Supongo que la aceptarás - le dije.
-Claro, este trabajo es la ilusión de mi vida, no puedo dejar escapar esta oportunidad. Me gustaría que vinieras conmigo.....pero supongo que no lo harás.
Me sentí como una miserable, él me pedía que me fuera con él y yo sólo pensaba en quedarme sola para finalmente dejarle.
-Bueno, yo tengo aquí mi trabajo- le respondí -no podría irme contigo aunque quisiera.
-Claro, de todas formas yo vendré a verte siempre que pueda, por lo menos una vez al mes y....
-Jorge, aún es pronto para hacer esos planes, ni siquiera sabes cuándo te vas a ir.
Pero pronto lo supo, pues unos días más tarde le comunicaron que tenía que estar en París a principios de septiembre, facilitándole las señas no sólo del lugar donde realizaría su labor sino también de su propia casa. Así las cosas, parecía que nuestro destino estaba más que decidido. Mas todavía quedaba la dulce sorpresa que nos iba a dar Natalia en nuestra acostumbrada cena del fin de semana. Jorge había decidido que sería precisamente entonces cuando les diera la noticia de su marcha , pero cuando empezó a hablar comentando que tenía algo importante que decirles Natalia, más sonriente que de costumbre, se le adelantó diciendo que ella también tenía una estupenda noticia que darnos a todos, incluido Fernando, que aún no sabía nada. Supe que para mí no sería una buena noticia, por eso cuando la oí soltar aquello de que "estoy embarazada" se me cayó el alma a los pies. Nos quedamos todos con cara de idiotas y pasada la impresión de los primeros segundos Jorge fue el primero en felicitarlos. Fernando parecía no saber muy bien por dónde salir y yo... en aquel momento si hubiera dejado aflorar la ira que sentía, hubiera roto todos los objetos que había a mi alrededor sólo de la pura rabia. Pero me rehice como pude, dibujé una falsa sonrisa en mi cara y felicité a los futuros papás como la que más, maldiciendo una vez más mi mala suerte. Así fue que en pocos segundos, y puesto que mis malévolos planes se habían ido al tacho, decidí que yo también me iría a París.
Después de las consabidas felicitaciones Jorge por fin pudo soltar la noticia de su marcha a París. Esta vez aunque también lo felicitaron, hubo cierta pena por el amigo que se va y en medio de los lamentos yo alcé mi voz para decir que también me iba. Se hizo el silencio de repente y todos me miraron. Por debajo de la mesa hice un gesto a Jorge para que se mantuviera callado, puesto que el primer sorprendido era él. Fernando se había puesto pálido y con una voz apenas audible acertó a preguntarme qué haría con mi trabajo.
-Pediré una excedencia - le contesté con contundencia - pero no pienso dejar solo a Jorge tan lejos, no quiero que me lo robe ninguna francesa.
Mis comentarios no dejaron de ser hirientes durante toda la velada. Jorge y Natalia me miraban extrañados sin entender nada y Fernando se mostró toda la noche cabizbajo y nervioso. Cuando se marcharon poco me costó convencer a Jorge de los motivos de mi cambio de opinión, simplemente le dije que me lo había pensado mejor y que me parecía atractiva la idea de marcharme con él. Una vez más huía de las circunstancias que la vida me ponía delante. Los demás no lo sabían, y yo no quería darme cuenta.
*
Los días iban pasando y nuestra marcha se acercaba inexorablemente. Durante todo aquel tiempo Fernando y yo no habíamos tenido ocasión de hablar a solas y con calma de toda aquella vorágine de que pronto había venido a trastocar por completo nuestros planes. Y no lo habíamos hecho porque yo lo había evitado por activa y por pasiva, pues no me interesaba nada de lo que él pudiera decirme. Pero una tarde, mientras Jorge y Natalia trabajaban y yo me afanaba por guardar en cajas los últimos vestigios de nuestra vida en aquella casa, Fernando apareció. Lo hizo en silencio y por sorpresa
-Lucía creo que tenemos que hablar, llevas muchos días evitándome.
No le esperaba y escuchar su voz me asustó. Volví mi mirada hacia él y le vi apoyado en el quicio de la puerta. Sin mediar palabra continué empacando mis cosas.
-Pues fíjate que yo creo que no tenemos nada que hablar – dije al cabo de un rato- así que te rogaría que te marcharas y me dejaras en paz, tengo mucho que hacer.
Se acercó a mí y sentándose en el desvencijado sofá hizo que yo me sentara a su lado tomándome con furia del brazo.
-Me haces daño - le grité.
-Tú también me lo estás haciendo a mí. ¿Se puede saber por qué te vas con Jorge a París?
-¿Y se puede saber por qué dejas embarazada a Natalia? ¿Qué esperabas? ¿Que me quedara aquí para contemplar como termináis siendo felices papás?
-Yo no sabía nada del embarazo de Natalia, Lucía. Me sorprendió tanto como a vosotros la noticia. Ni entraba en nuestros planes tener un hijo ni sé cómo pudo ocurrir. Ella tomaba la píldora y últimamente apenas teníamos relaciones.
-Claro, mira que pena, fue un fallo – le contesté con un deje de ironía en mi voz - Fíjate que es raro, pero pasó y yo lo siento, pero me voy, me quito de en medio, os dejo con vuestro niño. Fernando créeme que lo que estoy haciendo es lo mejor, el tiempo y la distancia lo curan todo, nos olvidaremos el uno del otro. Al final seguro que seremos felices con nuestras parejas.
-Ni tú misma te crees esas palabras.
-Es lo mismo si me las creo o no, en todo caso es lo que vamos a hacer, al menos yo, largarme de aquí, bien lejos y olvidarme de ti, de que un día te conocí. Te repito que es lo mejor.
-Si claro, por supuesto que eso es lo mejor – repuso con ira - ¿sabes lo que te digo? Que eres una cobarde. Te viniste de Madrid huyendo de un problema y ahora te marchas a París huyendo de otro. Yo creía que nuestro amor estaba por encima de las dificultades pero ya veo que no. Te rindes muy fácil, a pesar de que esa felicidad de la que hablas será muy difícil de conseguir, por no decir imposible.
-¡Vete! - le grite - ¡no quiero seguir oyéndote! ¡vete de aquí! ¡vete con tu novia y con tu hijo y no te preocupes de mí ni me busques! ¡vete!
Me miró durante unos instantes con una infinita tristeza, después se fue sin despedirse y me dejó llorando una vez más. Lloraba por el amor roto, por la su ausencia que se me haría insoportable, y sobre todo, lloraba por toda la verdad que encerraban sus palabras.
*
París es una ciudad preciosa, pero tremendamente aburrida cuando uno no tiene ni amistades, ni nada qué hacer, como cualquier otra ciudad. Jorge trabajaba muchas horas y cuando regresaba a casa lo hacía cansado y en ocasiones, con algunas tareas pendientes que debía terminar. Yo me entretenía como podía, al principio paseando por la ciudad e intentando conocerla, más tarde me apunté a cursos de francés para aprender el idioma. Pero a pesar de mis intentos no terminaba de adaptarme a mi nueva vida.
Comencé a echar de menos Madrid, casi al mismo tiempo que me daba cuenta de que Jorge se encerraba cada vez más en su mundo y en su trabajo y a mí me prestaba menos atención. Lo nuestro no marchaba bien y ambos lo sabíamos, pero ninguno parecía dispuesto a dar el paso de terminar con todo. Era como si hubiéramos sellado un pacto de silencio que nos impidiera hacer frente a los problemas, a una relación que poco a poco se iba deteriorando y dejaba de tener sentido.
Recordé una y mil veces mi ultima conversación con Fernando ¡cuánta razón tenía! Yo me había convertido en una experta en escapar de los problemas. Lejos físicamente de ellos, teniendo yo todo el tiempo del mundo para pensar, me di verdadera cuenta de ello y empecé a darle vueltas a la idea de regresar a Madrid, a mi vida de siempre, a esa vida que nunca debí dejar.
Inexplicablemente me acordé de mi abuela, él único familiar que me quedaba y con la que había dejado de tener trato hacía tiempo, en plena adolescencia. Mi abuela era una buena persona, pero demasiado dada a meterse en la vida de los demás sin que nadie le pidiera consejo. Esa manía suya había provocado, en su día, una tremenda discusión entre ambas que me llevó a no dirigirle la palabra más, ni siquiera cuando mis padres murieron y ella hizo algún que otro intento de acercamiento. Siempre fui demasiado orgullosa. Y en aquellos momento de soledad tal vez fuera la ocasión idónea para llamarla por teléfono y de pedirle perdón por mi intransigencia. Una mañana me armé de valor y lo hice, marqué aquellos números que a pesar del tiempo y la distancia se habían empeñado en permanecer en mi memoria. El corazón me latía con tanta fuerza que cuando oí su voz al otro lado de la línea apenas pude hablar.
-Diga, ¿quién es?
Cuando la voz se dignó a salir de mi garganta solo acerté a decirle:
-Abuela, soy yo, Lucía.
Durante unos segundos se hizo el silencio y temí escuchar un click al otro lado de la línea. Pero no, mi abuela no era así.
-Lucía, ¿te pasa algo cariño? ¿dónde estás? hace tanto tiempo que no se nada de ti....
-Lo sé abuela. Estoy en París.
-¿En París? ¿de viaje?
-No exactamente, es una larga historia. Te llamaba porque…. quiero volver a Madrid y me preguntaba si.... si podría contar contigo. Abuela sé que no me porté bien contigo y quiero pedirte perdón por....
-Lucía - me cortó - no tienes que pedirme perdón por nada, siempre fuiste una chiquilla muy cabezota, y por supuesto que me tienes para lo que quieras ¿cuándo vuelves?
-Aún no lo sé, lo más pronto posible.
-Avísame cuando lo sepas. Estaré encantada de tenerte de nuevo aquí. Seguro que tenemos muchas cosas que contarnos.
Cuando colgué el teléfono mi ánimo era ya otro, me sentía con fuerzas y tranquila, y aquella misma tarde, cuando Jorge regresó del trabajo le dije el consabido "tenemos que hablar" y lo hice sentar a mi lado.
-Jorge, esto no va a ninguna parte, ¿lo sabes verdad?
Me miró con ojos tristes.
-Pero yo te quiero- me dijo.
-Yo también te quiero, pero me temo que no de la manera que debiera. Te quiero como un amigo y te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí, pero esto no funciona y tú lo sabes. No me siento a gusto aquí. He decidido regresarme a Madrid.
-Supongo que nada va hacerte cambiar de opinión.
-Me temo que no.
-¿Hay alguien más?
Me sorprendió su pregunta.
-¿Alguien más? sabes que apenas salgo de casa. Además ya te he dicho que me vuelvo a Madrid y, evidentemente, nadie se va a venir conmigo ni nadie me espera allí.
-Déjalo, lo siento, ¿cuándo te vas?
-Mañana iré a sacar los billetes, en el primer vuelo.
Me fui a los dos días. Cuando el avión empezó a subir y me vi sobre las nubes, sorprendentemente y por primera vez en mi vida no tuve miedo porque en mí podía más la felicidad de mi regreso.
*
Pasear por el Parque del Retiro en la primavera madrileña es algo que nadie debería perderse. Con una temperatura ideal e impregnada de esa especial naturaleza en medio de la urbe, todo invita al sosiego y a la reflexión. Mi abuela y yo, sentadas en cualquier banco del parque, una tarde tras otra, nos pusimos al corriente de tantos años de silencio. Ella, al igual que Fernando me había dicho una vez, también opinaba que me había marchado de Madrid huyendo de los problemas.
-Pero el caso es que has vuelto - me dijo - y yo estoy aquí para ayudarte en todo lo que pueda.
-Gracias abuela- le conteste con sinceridad - me he portado fatal contigo y sin embargo tú...
-Bah, tonterías de adolescente, olvídate de todo aquello, ahora lo importante es que reorganices tu vida, que pierdas el miedo a enfrentarte a los contratiempos, que te centres, por lo pronto tendrás que trabajar de nuevo.
-Si, ya hablé con aquel amigo de papá del Ministerio, ¿te acuerdas? Me dio un poco de apuro molestarle pero no me quedaba más remedio. El próximo curso volveré a trabajar y ya será aquí. Además tengo que comprar un apartamento donde meterme, no quiero darte más la lata.
-En mi casa hay suficiente espacio para las dos. No quiero que pienses que me meto en tu vida pero al fin y al cabo la casa va a ser para ti.
Mi abuela vivía en un barrio residencial en un chalet con piscina y un precioso jardín fruto de los tiempos en que mi abuelo, ya fallecido, era un prestigioso médico y ganaba bastante dinero. Además procedía de una familia adinerada que le dejó una pequeña fortuna, parte de la cual fue invertida en aquella casa. La proposición de mi abuela no me pareció mal del todo, pues me apetecía estar a su lado, volver a descubrirla y recuperar el tiempo que habíamos perdido, así que acepté su propuesta.
-Y dime una cosa abuela, cambiando de tema, ¿sabes algo de Carlos?
Se quedó un rato mirándome con una media sonrisa.
-¿Por qué lo preguntas?
-Curiosidad simplemente.
-Pues sé que se casó con tu amiga poco después de irte tú y que hace unos meses han tenido un niño.
-Vaya, no le faltó tiempo.
-A estas alturas me imagino que no te afectará en absoluto.
-Pues no, sólo les envidio ese niño que acaban de tener. Siempre dije que me gustaría ser una madre joven y ya ves, casi tengo 26 años y aún no he encontrado en candidato perfecto para padre.
-No tengas prisa, todavía eres muy joven.
Nos levantamos y comenzamos a andar lentamente.
-¿Y ese chico que me contaste? No recuerdo su nombre…
-Fernando…., ya te he dicho que él y Natalia estaban esperando un hijo y que por eso me quité del medio.
-Ya, pero también me has dicho que él y tú.... os queríais.
-Si abuela, yo le quería y creo que él a mí también, pero.....
-Pero,¿qué?
Paré de caminar y la miré sorprendida.
-Abuela, iban a ser padres, yo no tenía cabida en su vida.
-Mira Lucía –dijo mi abuela reanudando el paseo - si me lo permites te voy a dar mi opinión sobre tu historia con ese muchacho y que sepas que es simplemente eso, una opinión. ¿No te has parado nunca a pensar que el embarazo de esa chica fue muy... extraño, y digo extraño en el sentido de que nadie, ni siquiera el supuesto padre, lo esperaba. Tomaban las debidas precauciones y además él estaba a punto de decirle que lo suyo había terminado. ¿No puede ser que ese embarazo fuera inventado para retenerlo a su lado?
-La verdad es que no me imagino a Natalia haciendo nada igual, además se supone que ella no sabía nada de lo que había entre Fernando y yo.
-Se supone, pero tal vez no haya que suponer tanto ¿nunca lo has llamado ni te ha llamado él, después de irte a París?
-No sé nada de él, le pedí que no me buscara y yo me deshice de su número de teléfono.
-Pues mira, yo intentaría encontrarlo, algo me dice que ni niño ni nada.
-No abuela, quiero olvidarme de todo lo pasado. He regresado a Madrid y estoy encantada, sólo quiero trabajar y olvidarme de hombres por un tiempo.
-Pues que sea así si ese es tu deseo.
*
A finales de septiembre empezó el curso. Me centré en mi trabajo y apenas hice vida social, salvando algún fin de semana con mis antiguas amigas o algún paseo con mi abuela. Un día me encontré a Carlos por la calle, iba con su pequeño. Sentí pronunciar mi nombre y me volví. Allí estaba él. Le saludé con educación y cortesía, más cuando me di cuenta de que su intención era iniciar una conversación conmigo me despedía aduciendo que tenía prisa. Me alegró haberme encontrado con él y no sentir el menor atisbo de sentimiento, al fin y a cabo habíamos mantenido una relación intensa durante unos años y la ruptura había sido traumática y la posibilidad de no soportar su cercanía había sido durante un tiempo, uno de mis miedos. Afortunadamente había logrado olvidarle. Curiosamente a quien no podía apartar de mi mente con tanta facilidad era a Fernando, a pesar de que entre ambos apenas había existido más que un incipiente amor. A veces me pasaba las tardes sentada en el jardín pensando en él. Sabía que era un amor imposible y que no se podía vivir de recuerdos, mas a pesar de ello a veces sentía mi vida se había llenado tanto de él que dudaba que hubiera sitio para algún otro hombre.
Así, entre recuerdos, fue pasando el año y de nuevo me vi a comienzos del verano, con el curso acabado y las vacaciones empezando. Mi abuela insistía en que tenía que irme a algún sitio, que me hacía falta cambiar de aires y yo le decía que me iría sólo si ella venía conmigo, a lo que se negaba en rotundo. Un buen día me metí en una agencia y reservé habitación en un balneario de la sierra para ambas, pues suponía que esa perspectiva no la rechazaría ya que habíamos hablado de ello muchas veces. Para mi sorpresa cuando se lo dije hizo una mueca de contrariedad, no obstante aceptó la propuesta, aunque según ella tenía algún asunto que arreglar en Madrid y no podría ir hasta el día siguiente a marcharme yo. Me pareció bien y llegado el día señalado marché.
El balneario estaba en plena naturaleza, en medio del bosque. Se respiraba aire puro y una tranquilidad sin límites y entre eso, la piscina, el jacuzzi, los masajes...el día transcurrió y llegó la noche. Me fui a la cama temprano pensando en lo que le iba gustar todo aquello a mi querida abuela. Al día siguiente me levanté temprano y di un paseo por los alrededores. Cuando volví, tenía un aviso en recepción: un caballero me esperaba en la cafetería. ¿Un hombre? ¿a mi? pero si nadie sabía que estaba allí. Mi corazón empezó a latir con fuerza. No podría decir el motivo pero un presentimiento absurdo se adueñó de mí en aquellos instantes. Caminaba hacía la cafetería lentamente, esperando encontrarme allí a quién finalmente me encontré. No había cambiado nada. Se levantó en cuanto me vió y se acercó a mí. Durante unos instantes nos miramos, ni uno ni otro parecía ser consciente del que tenía enfrente, luego me acarició la cara pronunciando mi nombre. Entonces nos abrazamos muy fuerte como si con aquel abrazo fuera posible recuperar los dos años que habíamos pasado lejos. Fernando, otra vez a mi lado.

Ya en la habitación me entregó una carta de mi abuela. Decía así:
"Querida Lucía:
Si estás leyendo esta carta es que Fernando está contigo, y sabiendo como eres tú, seguro que habrás adivinado que la artífice de toda esta historia he sido yo. No creas que quiero meterme en tu vida ni mucho menos, únicamente quiero darte la oportunidad de recuperar este amor perdido que sé a ciencia cierta es tu gran amor. En tus manos está decidir si quieres vivirlo o no, yo solo quiero darte la oportunidad de poder elegir. Me ha costado encontrarlo, quise enviarlo de vacaciones contigo pero no pude convencerte para que te marcharas y cuando ya tenía decidido traerlo a casa me sales con lo del balneario… dificultad tras dificultad pero al final ya está contigo y eso es lo importante. Por cierto, ya te contará él pero que sepas que yo tenía razón y no hubo niño. Es un muchacho estupendo cariño, no lo dejes escapar. Te quiere tu abuela. Pilar".
Guardé la carta y le miré.
-Menuda encerrona me habéis organizado.
-Tu abuela, que es una persona muy ingeniosa y tremendamente simpática. Pero dime, ¿no estás contenta?
-Más de lo que puedas imaginarte.
Juntos salimos de la habitación y al cerrar la puerta tuve las sensación de que finalmente las cosas me iban a salir bien, de que había traspasado el umbral hacia la felicidad.

2 comentarios:

  1. Hola guapa!, al fin te he hecho ya la ficha de socia y es la siguiente:

    http://elclubdelasescritoras.blogspot.com/2011/11/137-gloria-l-pena.html

    Comprueba que está todo correcto y si no es así, no dudes en hacérmelo saber. Como ves, he puesto una imagen para que represente tu blog, si te gusta y quieres, puedes tomarla y ponerla como imagen d cabecera d tu blog.

    Y ahora que perteneces al club, ¿que tal si te haces con la insignia y la pones aquí en tu blog para lucirla?. La encontrarás en el margen derecho del blog, junto con el enlace que va a la entrada donde está la entrevista para las nuevas socias, ¿la harás verdad?. Espero k así sea, a todo esto... Bienvenida al club!!!.

    Espero verte muy amenudo por allí y que te animes a participar en los eventos que allí se organicen.

    Para lo que te haga falta, en el club nos vemos!.

    Saludos y feliz día!, muak!!!

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  2. Preciosa.
    Lucía no parece tener muy buena suerte con los hombres pero al final encuentra a su "media naranja".
    Todo lo que le pasa a Lucía habría dado para una historia mucho más larga, pero has sabido comprimirla sin que se pierda nada. Aunque sigo diciendo que la que más me gusta es "El sonido del silencio".
    Besos

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