lunes, 26 de diciembre de 2016

UNA HISTORIA SIN FINAL




Fernando se marchó y yo me quedé sola, dándole vueltas a la cabeza y sin saber muy bien qué hacer, si acudir a aquella exposición... si marchar a Galicia con la familia. Marco se había marchado de viaje con unos amigos, así que no tenía a nadie cerca, ni para hacerme compañía... ni para controlarme.

Una mañana, dos días después de la marcha de Fernando, me levanté tarde y mientras me duchaba me dije que aquel era el día. No quise pensar, no quise darle vueltas, simplemente decidí que iría a aquella exposición. Puede que Javier no anduviera por allí, supongo que sería lo más normal, pero no importaba, yo iba a ir, pasara lo que pasara. Así pues, tomada la decisión, me vestí de manera informal, con un pantalón vaquero y una camiseta blanca, peiné cuidadosamente mi melena, que ahora ya no era rizada, me maquillé ligeramente y cuando terminé me miré al espejo. La vida me había tratado bien. Tenía cuarenta y siete años y sentía que estaba en la plenitud de mi existencia. Todavía me sentía joven y sabía que me quedaban muchas cosas por hacer.

Cuando me metí en el coche y puse rumbo a la ciudad comencé a encontrarme un poco nerviosa. La posibilidad de ver de nuevo a Javier se iba presentando como real cada vez con más fuerza y eso me alteraba, entre otras cosas, porque en el fondo creía que no estaba bien, y sin embargo estaba dispuesta a arriesgar el encuentro, ocurriera lo que ocurriera, que era muy probable que fuera nada.

Cuando llegué a Madrid aparqué el coche cerca del centro de exposición y antes de dirigirme allí me paré a tomar una tila en una cafetería. Me senté en la terraza e intenté que mi corazón acelerado recuperara su ritmo normal. Desde donde estaba sentada se veía la puerta del local. Entraba poca gente y salía otra poca, normal a aquella hora, ya rozando las dos de la tarde, de hecho incluso la calle estaba casi desierta.

Por fin me levanté y me dirigí a mi destino. Caminaba lentamente, retrasando adrede el momento de un encuentro que yo imaginaba seguro, pero que de seguro no tenía nada. Lo más probable era que Javier no se encontrara en el local. Llegué finalmente y entré. El lugar estaba envuelto en una semipenumbra, rota por los focos que alumbraban directamente a las fotografías. Alguna gente por aquí y por allá, más bien poca, se entretenía mirando los cuadros, lo mismo que intenté hacer yo, aunque no conseguía centrar del todo mi atención en las fotos. Los nervios me lo impedían y hacían que estuviera más pendiente de la posible aparición de Javier que de su obra.

No sé cuánto tiempo estuve allí dentro, desde luego bastante, más del que permanecía la mayoría de la gente. Cuando finalmente me di cuenta de que Javier no iba a aparecer decidí marcharme. Cerca de la puerta estaba nuestra foto, aquella con la que había ganado su primer concurso, y me paré un momento a contemplar mi propia silueta. Una pareja hizo lo mismo, a mi lado. Me pregunté qué dirían si supieran que la mujer que estaba a su lado era la misma que contemplaban en el retrato. La verdad es que era prácticamente imposible descubrirme, pues mi cara apenas se dilucidaba y mi pelo rizado de antaño había sido sustituido por una media melena lisa y cortada en capas. La pareja se marchó y yo me disponía a salir también, cuando escuché aquella voz detrás de mí.

-No estaba muy seguro de que fueras a venir, pero conservaba la esperanza.

Mi corazón de desbocó de nuevo y mi respiración se agitó. Cerré los ojos y tomé fuerzas antes de darme la vuelta. Cuando lo hice le vi allí, frente a mi, mirándome con aquella media sonrisa que tanto me había subyugado en el pasado. Llevaba el pelo más corto que antaño y las canas plateaban ya sus sienes, pero los años le habían tratado bien. Lo hubiera reconocido en cualquier lado.

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