viernes, 9 de diciembre de 2016

ENCUENTRO





Hacía tiempo que Juan y yo habíamos iniciado una extraña relación por internet. No recuerdo cómo ni de qué manera, en todo caso es algo que no importa demasiado. Comenzamos a charlar y nos caímos bien. Al principio yo me mostraba cautelosa. No sabía el por qué pero desde hacía un tiempo se ponían en contacto conmigo caballeros con dudosas intenciones cuya forma de actuar no era de mi agrado. Él no parecía como ellos, pero aún así, fui con tiento. Y resultó perfecto.

Conforme aquellas charlas y nuestra confianza iba en aumento comencé a notar que me gustaba, no solamente él, que sin ser físicamente nada del otro mundo, era un tipo que me atraía en todos los sentido, sino aquellas conversaciones al principio intrascendentes que fueron derivando hacia temas mucho más interesantes. Él quería sexo y yo descubrí junto a él que también lo quería, y comenzamos a pasarlo bien juntos.

La imaginación jugaba con nosotros en un mundo tan sórdido como placentero, o tal vez nosotros con ella, y juntos nos entregábamos al dulce placer del onanismo, aunque fuera cada uno por su lado, él a un lado de la pantalla y yo al otro, no importaba, lo único que importaba eran esos momentos de placer que nos regalábamos. Yo sabía que no era la única que se los proporcionaba y en el fondo de mi misma sentía unos celos estúpidos que no tenían razón de ser. Era solo sexo, no había sentimientos de por medio, aun así prefería no saber lo que tenía con otras. Debo de ser de esas mujeres a las que cuesta un poco separar el sentimiento del sexo puro y duro, así que hacerme la ignorante era la mejor manera de paliar aquel leve pero incómodo malestar. Con el tiempo llego a no importarme nada, porque sabía que conmigo se lo pasaba muy bien y estaba casi segura de que mucho mejor que con ninguna otra. Yo era especial simplemente por que sí, porque me sentía especial.

Debo confesar que casi desde el principio sentí la necesidad de conocerle, de estar a su lado y sentir de verdad y no con la imaginación, de que sus labios besaran los míos y recorrieran mi piel como tantas veces habíamos dibujado en nuestras mentes, de que su cuerpo entrara en el mío y me hiciera alcanzar el placer supremo. Pero no me atrevía a proponerle un encuentro. Al principio porque me parecía demasiado pronto, y después por miedo a que me dijera que no, así que lo preparé yo sola, sin su conocimiento y sin saber qué le iba a parecer. Tenía que arriesgarme.

Yo estaba casada desde hacía muchos años, y desde hacía unos cuantos mi matrimonio hacía aguas. No sé por qué no me había separado todavía, pena, cobardía, circunstancias personales un poco delicadas... lo llevaba como podía, tampoco es que fuera una desgraciada. Juan era separado. Vivía en una urbanización en un pueblo de la costa andaluza. Un día me había dicho que casi todos loa apartamentos eran residencias de veraneo. Con sutileza averigüé el nombre de la urbanización, el resto fue muy fácil, alquilé uno de aquellos apartamentos y me fui con mi maridito de vacaciones. Ahora solo quedaba que la casualidad jugara sus cartas y que hiciera que Juan y yo nos encontráramos.

Llevábamos una semana allí cuando ocurrió. Durante todo aquel tiempo mis actividades eran más bien escasas: piscina, comer, piscina, cenar, un paseo por el pueblo y unas cañitas sentada con mi marido en una terraza viendo la vida pasar y poco más. Estaba comenzando a impacientarme cuando una tarde vi en la piscina a un niño que identifiqué como su hijo. Era un niño precioso, de amplia sonrisa, absolutamente inconfundible; él tenía que andar por allí sí o sí. Lo vi sentado al borde de la piscina, vigilando al pequeño y no lo pensé un segundo, yo también me metí en el agua. Esta nerviosa, mi corazón palpitaba fuerte dentro de mi caja torácica, en el fondo tenía un poco de miedo a su reacción. Fui cerca de él nadando despacio. En la piscina había unas cuantas personas, así que tenía que conseguir que se fijara en mí. No sé cómo pero en un momento dado nuestras miradas se cruzaron. Durante unos segundos pude leer el desconcierto en su cara, me había reconocido y yo era lo que menos se esperaba encontrar dentro de aquella piscina. Le sonreí levemente, pero su cara seria, casi hierática, no mudó de expresión. No importaba, él era así, en los meses que llevábamos comunicándonos jamás me había enviado foto alguna en la que luciera una sonrisa. Nadé hacia las escaleras y salí de la piscina. Volví la cabeza para mirarle y de nuevo nuestros ojos se encontraron. Sentí una agitación nueva dentro de mí no por más esperada menos sorprendente. Sabía que verle me provocaría muchas emociones. Él era la caricia que esperaba mi piel de esposa aburrida.

No se acercó a mí, ni yo a él, y por supuesto no intercambiamos media palabra. Supongo que no era necesario, nuestros ojos se cruzaban de vez en cuando y lo decían todo, ellos se encargaban de trasmitir el deseo que nos quemaba dentro del cuerpo.

La tarde cayó y nos retiramos a nuestras casas. Al final no había ocurrido nada, pero yo estaba segura de que en algún momento tenía que ser. Aquella noche, cuando mi marido ya dormía, me asomé a la ventana del salón a fumar un cigarrillo. No podía dormir, no podía sacarme a Juan de la cabeza. Allí, abajo, el agua de la piscina reflejaba la tenue luz de la luna, por lo demás la oscuridad era casi completa. Las farolas estaban lejos y apenas había unas cuantas ventanas iluminadas. Era muy tarde. Me pregunté si alguna de aquellas ventanas sería la suya, si estaría viendo el resplandor de mi cigarrillo cuando aspiraba, o si por el contrario estaría ya en la cama dormido... o despierto, masturbándose pensando en mí, como tantas veces había hecho mientras yo le contaba historias desde el otro lado de mi ordenador.

Hacía calor, un calor pegajoso al que los del norte no estábamos acostumbrados, que no se aliviaba ni por las noches. Apagué el cigarrillo, me puse el bikini que cogí del tendal, todavía húmedo, y me dispuse a bajar a la piscina. Antes de salir, guiada por una intuición, cogí unos pequeños altavoces que una de mis hijas me había regalado. Allí conectaba mi pen drive y escuchaba música. Al llegar a la piscina coloqué el aparato cerca del borde y lo encendí. La música de Ismael Lo comenzó a escucharse levemente. Al ritmo de la armónica y la guitarra de Tajabone me metí en el agua. Sabía que esa canción a él le gustaba, tal vez actuara como reclamo para hacer que apareciera allí, junto a mí.

No sé si fue la música, o el destino, o qué se yo, pero de pronto le vi llegar, y meterse en la piscina, y caminar hacia la esquina en la que yo estaba. Se puso frente a mí sin decir nada. Mi corazón galopaba de nuevo como un caballo desbocado. Acercó su cuerpo al mío y me besó. Al principio fue un beso suave, leve, casi tímido, pero poco a poco se fue convirtiendo en un beso pasional, húmedo, lascivo, un beso que comenzó a sacudir mis sentidos y agitó mi respiración un poco más. Sentí que sus brazos rodeaban mi cintura y me apretaban contra sí. Bajo la fina tela de su bañador pude notar su excitación, la misma que había imaginado tantas veces, y me gustó mucho más que entonces. Separó sus labios de los míos y los dirigió hacia mi oído. Creí que me iba a decir algo, pero no lo hizo, simplemente me dejó escuchar su propia respiración. Me separó el pelo mojado hacia atrás y deslizó su boca por mi cuello. Yo sentía su aliento caliente, que parecía secar al instante las gotas de agua que me cubrían, y me hacía sentir de nuevo calor, un calor que no tenía nada que ver con el clima.

Con un gesto certero me despojó de la parte de arriba del bikini, como si estuviera acostumbrado a hacerlo todos los días, y dejó al descubierto mis pechos, cuyos pezones erectos pedían a gritos ser acariciados. No se hizo de rogar. Sus manos subieron despacio por mis costados y se detuvieron allí, dónde sabían que podían darme placer. No sé por qué lo sabía, puede que en alguna conversación de las nuestras yo se lo hubiera dicho, pero que juguetearan con mis pechos me producía una excitación irrefrenable y él se detuvo allí, haciéndome gemir, retorcerme de un goce que todavía no era más que el preludio de lo que quedaba por venir.

Su boca también quiso probar y se acercó golosa a degustar el manjar de mis pezones erectos. Cuando se dio cuenta de que yo estaba al límite me sentó al borde de la piscina, me despojó de la parte de abajo del bikini y abrió mi piernas. Acarició suavemente con su mano mi sexo húmedo y hambriento de pasión, mientras me miraba. Pude distinguir sus ojos a través de la oscuridad. Cerré los míos y eché mi cabeza hacia atrás mientras sentía como él hundía su cabeza en el medio de mis piernas. Su lengua se paseó con delicadeza por mi intimidad, con ligereza, con tranquilidad, sabedora de que me estaba enloqueciendo de satisfacción, y cuando encontró el punto que buscaba se quedó allí, entretenida, haciéndome sentir el placer de manera real y tangible. Estallé en un orgasmo que lamió mi cuerpo como una lengua de fuego viva. Tuve que reprimir mis gemidos para evitar que nadie me oyera, aunque a aquella hora ya todas las luces estaban apagadas.

Me metí en el agua de nuevo y un ligero escalofrío recorrió mi espalda. Con un gesto le indiqué que ahora era a él a quién le tocaba sentarse en el borde, porque era yo la que deseaba probar la dureza de su miembro en mi boca. Allí estaba, frente a mí, la golosina tantas veces soñada se levantaba desafiante cerca de mí, y no le hice esperar. La tomé entre mis manos y sentí su calor, luego la acerqué mi boca y mis labios apresaron la punta con suavidad, mientras mi lengua juguetona se paseaba por aquella piel casi palpitante. Le di placer durante un rato. A veces él hundía su mano en mi cabello mojado, a veces su respiración se agitaba más dela cuenta y aquello se endurecía más, lo que hacía que yo bajara mi ritmo. No deseaba que terminara así. Yo quería que terminara dentro de mí, que aquel baile de gozo que habíamos comenzado finalizara al unísono, sin discordancias. Supongo que él pensó lo mismo, porque de pronto me separó y se metió en el agua... y en mí. Me levantó ligera, como si fuera una pluma, y se introdujo en mí con suavidad. Yo rodeé sus caderas con mis piernas y me dejé hacer. La liviandad que nos proporcionaba el agua era una aliada del placer que buscábamos. No sé si recorrimos toda la piscina, pero si una buena parte. Yo con mis brazos rodeando su cuello, con nuestros rostros frente a frente, comiéndonos a besos, mientras entraba y salía de mí. Conseguimos los que tantas veces habíamos imaginado, estallar juntos en un orgasmo que nos dejó saciados, agotados, felices. Durante un rato permanecimos quietos, jugando con nuestras bocas, con nuestras lenguas. Creo que fue en ese preciso instante cuando fuimos plenamente conscientes de que por fin estábamos juntos, aunque fuera solo por unos instantes, por unos días, daba lo mismo, lo importante era que la imaginación había dado paso a la realidad y que ésta estaba siendo mucho mejor que cualquier dibujo de la mente.

Cuando nos separamos sabíamos que volvería a ocurrir, no sabíamos cuándo, seguramente cualquier día; tampoco sabíamos dónde, puede que fuera otra vez en la piscina, en su casa, en la mía, o en la habitación impersonal de cualquier hotel de carretera. No nos dijimos nada, no hacía falta, pero por primera vez... me sonrió.



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