jueves, 10 de marzo de 2016

LA GERTRU O RADIO PATIO


 

A la Gertru le gustaba el cotilleo más que a un tonto un caramelo. Era de las que siempre estaban con el oído puesto en la ventana abierta de la cocina para así poder enterarse de la vida de los vecinos. Entre sonidos de platos y de batimiento de huevos, entre los aromas de fritanga y de leche agria, la Gertru captaba las conversaciones y cuando no conseguía hacerlo una extraña desazón la reconcomía por dentro. Era su única distracción, puesto que su marido, jubilado de la fábrica de tabacos, se pasaba el día jugando al dominó y bebiendo chatos con los amigotes en la taberna.

Aquella mañana la mujer estaba especialmente inquieta. Mientras machacaba con fuerza en el almirez un poco a ajo y albahaca para sazonar el estofado de ternera que iba a cocinar para la cena, pensaba en el jaleo que se había armado en el piso de arriba la noche anterior. Ya lo sabía ella. Conocía a Cristinita Hevia de toda la vida y estaba segura de que no era trigo limpio. Y con todo lo que se había escuchado aquella noche estaba segura de que tanto Cristinita como sus secuaces estarían todos en chirona, por lo menos. En fin, que estaba deseando comentarlo con las vecinas, mas cuál no sería su sorpresa y regocijo cuando de pronto escuchó el sonido de la aldaba de su puerta y cuando fue a abrir se encontró con un señor uniformado que de inmediato identificó como policía. Lógicamente si la autoridad quería comenzar su investigación no podría hacerlo de mejor manera que consultándola a ella.

-Buenos días, señoría – dijo muy nerviosa dando al buen hombre el tratamiento que se le vino a la mente – supongo que viene por lo de esta noche, pase, pase, no se quede en la puerta y póngase cómodo que me parece que tengo mucho que contarle.

-No si yo...

-Deje, deje, no hace falta ni que pregunte que yo le pondré al tanto de los antecedentes.

-No se moleste señora. Si en realidad estas cosas son bastante sencillas...

-¿Sencillas? Usted no sabe lo que dice, esto viene de lejos, de muy lejos ¿Quiere usted una copita de anisete? ¿O tal vez un café? Pero siéntese, póngase cómodo, que tengo mucho que contarle.

El buen hombre se sentó con cara de pasmarote, mientras pensaba que ojalá en todas las casas a las que iba lo trataran con semejante deferencia, y como no tenía prisa... pues sí, iba a aceptar la copita de anisete que la Gertru ya le estaba sirviendo sin esperar su respuesta. Luego la mujer se sentó frente a él y comenzó su perorata.

-Conozco a Cristinita desde que era una niña, allá en el pueblo. Era la hija de don Wenceslao Miramontes, un terrateniente altanero y usurero de cuidado. Desde pequeñita siempre tuvo fama de resabida y espabilada de más. Mi abuelo, que en gloria esté, que tenía mucho ojo a la hora de catalogar a las personas, decía que Cristinita tenía mucha cacumen. No me mire de ese modo, supongo que no comprende el significado de esa palabreja, es que mi abuelo era muy culto, de hecho trabajó durante muchos años como pregonero del Ayuntamiento y usaba palabras altisonantes a las que casi nadie encontraba significado. Tener cacumen no es otra cosa que ser aguda, inteligente, como la Cristinita, que a los cuatro años ya sabía leer y escribir y a los doce ya se había besado con un muchacho en la era. En realidad no era más que una fresca. Una caprichosa y malcriada que siempre tuvo todo lo que quiso y que trató siempre a la gente con superioridad e impertinencia. Vivió muy deprisa la muchacha, tanto que a los dieciocho el pueblo se le quedó pequeño y se vino a la ciudad, cuando algunos ni siquiera la habíamos pisado. Por aquel entonces se dijo de todo sobre aquella huida. Y ya sabe usted... cuando el río suena... Regresó al pueblo por primera vez tres años después de marcharse. Traía un cochazo y un hombre al lado que quitaba el hipo. Se rumoreó que el dinero lo había conseguido a través de las drogas y la prostitución y a nadie le extrañó. Después de aquella vez no volvió por el pueblo, pero de vez en cuando llegaban rumores sobre su interesante vida. Al parecer se arruinó, no sé bien el motivo, y continuó metida en aquellos mundos sórdidos, pero a baja escala, claro.... vamos, que se convirtió en puta de esquina y en camella de mala muerte. Hace dos meses se vino a vivir al piso de arriba. Está mayor, pero la conocí en cuanto la vi, esos ojos negros como el carbón y vivarachos no se olvidan fácilmente. Llegó con dos hombres en los que no me fijé demasiado, supongo que serán sus chulos. Uno de ellos parece un petrimetre, siempre de punta en blanco, oliendo a perfume caro... el otro anda más desarreglado y si le digo la verdad, si le tengo en frente no creo que le conozca, tan poco me he fijado en él. No tienen buena pinta y desde siempre supe que algo raro se cocía en ese piso. Me imagino que lo de anoche tuvo que ser de órdago. ¿Los detuvieron a los tres? ¿Encontraron mucha droga en el piso? Desde luego... me preocupa mucho que estas viviendas, que siempre estuvieron habitadas por gente decente, se empiecen a llenar ahora de individuos de dudosa calaña.

A estas alturas de la conversación el supuesto policía se había metido entre pecho y espalda tres copitas de anisete que lo estaban calentando mucho más de lo que le había calentado ya la historia de la Gertru. Y con la lengua entre suelta y pastosa le dijo:

-Mire señora, no sé de qué coño me está hablando. La historia que me ha contado no concuerda nada con la realidad. Cristinita es mi mujer. Espabilada siempre lo fue, tiene usted razón, pero no sé de dónde ha sacado esos chismes de drogas y puterío. Mi mujer es peluquera y su hermano, el petri..perti... bueno, eso que le ha llamado usted, anda siempre tan trajeado porque trabaja de comercial en una empresa farmacéutica. Desgraciadamente esta noche le dio un cólico nefrítico y tuvo que venir la ambulancia a buscarlo... No sé por qué se ha inventado usted semejantes infamias ni tampoco sé por qué me las ha contado. Yo solo venía a reparar la conexión a la televisión por cable, que esta mañana me llamó su marido diciendo que no funcionaba.

-Ah pero.... entonces ¿no es usted policía? - preguntó la Gertru con un deje de desilusión en su voz.

-No señora, no soy policía, y además cobro por horas, a cuarenta euros... y ya llevo escuchándola tres cuartos de hora y aún no me ha indicado ni dónde está la conexión. Claro que a estas alturas... siendo yo el marido de Cristinita no sé yo si usted querrá que yo le repare nada, no vaya a ser le contamine la casa.

La Gertru se levantó de su asiento muy apurada y sin decir ni mu llevó al hombre a la salita y le enseñó el aparato que no funcionaba como era debido.

-Jodida vieja – murmuró el hombre por lo bajo.

La Gertru regresó a la cocina, volvió al trajín entre tarteras y olvidándose del hombre que creyó policía, de Cristinita y de su historia, agudizó de nuevo el oído cerca de la ventana abierta, a ver de qué se enteraba esta vez.

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