Érase una vez un mundo, a veces bello y maravilloso, a veces hostil y despiadado, donde siempre ocurrían cosas, cosas que quiero contarte...
jueves, 26 de abril de 2012
EL PAJARO
El joven empleado de la inmobiliaria entregó las llaves del viejo caserío a Simón y Elena con evidentes muestras de satisfacción por haber llevado a cabo la transacción.
-Me alegro de que os hayáis hecho con la casa, os aseguro que el precio ha sido inmejorable. Habéis hecho bien pasado por alto las tenebrosas leyendas que se cuentan en el pueblo. Tonterías nada más, es evidente.
Elena miró a su marido preguntándole con la mirada de qué estaba hablando aquel hombre. Simón le respondió con una sonrisa y un guiño de complicidad.
-Bueno pues nada, ya tenemos casa , con leyendas o sin ellas . Muchas gracias por todo, habéis sido muy amables.
La pareja se despidió del vendedor con un apretón de manos y salieron a la calle.
-¿Se puede saber de qué hablaba el tipo ese? - preguntó Elena aguantando la risa- No me digas que nos hemos comprado una casa encantada.
- Está como una cabra. No te había dicho nada para no asustarte, pero me ha contado unas historias la mar de pintorescas.
-¿Asustarme? Venga Simón, sabes perfectamente que no me impresionan todas esas tonterías. Anda, cuéntame.
Se metieron en le coche y partieron rumbo a su nueva casa. Durante el viaje, Simón le contó a Elena la leyenda que al parecer pululaba por el pueblo.
-El tipo me contó que durante la edad media esta zona era frecuentada por brujas y nigromantes. Concretamente en la zona donde está el caserío se celebraban frecuentes akelarres, reuniones y fiestas con gran contenido sexual, donde el demonio era el gran fornicador.
Elena escuchaba a su marido haciendo verdaderos esfuerzos por aguantar la risa.
-A una de esas fiestas, alguien se olvidó de invitar a una bruja....no recuerdo el nombre, pero debía de ser muy importante.
Elena ya no pudo más y explotó en una sonora carcajada.
-Claro, como en la Bella Durmiente que se olvidaron de invitar al hada mala- dijo entre risas - por favor Simón, vaya tonterías que me estás contando.
-Espera, que aún no terminé. El tío me dijo que en el momento en que el demonio follaba con una de las brujas, apareció la olvidada y lanzó una maldición, les cortó el rollo y condenó al demonio a vagar por estos lugares por toda la eternidad con apariencia de animal. ¿Qué te parece?
-Divertidísimo ¿y qué tiene que ver nuestra casa con todo esa historia?
-Los primero dueños, los que la construyeron, tuvieron un perro que mató a la hija pequeña a mordiscos. La gente empezó a decir que era el demonio y que estaba atrapado en la casa.
-Bueno pues aprenderemos a convivir con él, si no nos queda más remedio
Llegaron al caserío, aparcaron el coche y bajaron. Simón rodeó los hombros de Elena con su brazo y ella le correspondió tomándolo por la cintura y apoyando la cabeza en su hombro. Juntos contemplaron la casa antes de entrar. Por fin lo habían conseguido.
Entraron emocionados y felices. La construcción constaba de una planta baja, con cocina, salón-comedor y baño; y una planta alta formada por cinco habitaciones amplias y otro baño. Uno de los cuartos lo dedicaron a estudio y los otros a dormitorios. Finalmente, arriba del todo, había un pequeño desván, muy apropiado para guardar trastos. Subieron allí por segunda vez. Así como el resto de la casa se encontraba impecablemente reformada, el desván parecía permanecer tal y como había sido siempre. El techo abuhardillado estaba sostenido por unas enormes vigas de madera. La habitación era oscura y estaba repleta de los objetos más variopintos, desde una vieja máquina de coser hasta varias cajas con libros cuyas hojas daban la impresión de que se volverían polvo nada más tocarlas. Elena lo miraba y manoseaba todo con una mezcla de curiosidad y fascinación. Siempre le habían llamado la atención los desvanes. Para ella eran como esa parte del alma donde se van guardando todos los recuerdos. De repente surgen y uno vuelve a vivir épocas pasadas. Estaba disfrutando de aquella especie de viaje en el tiempo, cuando de repente una sensación extraña la invadió. No podría definirla, era simplemente la inquietud que le producía la absurda impresión de estar siendo observada. Echó una mirada por la estancia. Evidentemente allí sólo estaban ella y su marido. Aún así, no pudo ni quiso evitar la urgente necesidad de salir de allí. Se dijo a sí misma que no volvería a subir.
Se mudaron enseguida y pronto se acostumbraron a su nueva vida en la tranquilidad del campo. Simón, dada su ocupación de restaurador de muebles antiguos, ocupación que desarrollaba en una especie de cobertizo anejo al edificio principal, era el que más tiempo pasaba en la casa, pues Elena, enfermera en el hospital de la ciudad, debía de ausentarse mañana, tarde o noche, dependiendo del turno.
Fue una tarde, mientras Simón se encontraba enfrascado en la ardua tarea de eliminar la polilla de una cómoda antiquísima, cuando llegó a sus oídos por primera vez aquel inquietante ruido. Se detuvo en su labor y escuchó atento. Nada. Serían imaginaciones suyas. Pero al cabo de un rato le pareció oírlo de nuevo. Volvió a escuchar atentamente. Era como un aleteo que procedía de la ventana abierta del desván. Se le ocurrió que algún pájaro podía haberse colado allí arriba y fue a investigar. Subió las escaleras muy despacio, sintiendo que conforme se iba acercando a la puerta un desconocido temor se adueñaba de él. Aún así siguió avanzando. Abrió la puerta lentamente y se paró a observar la estancia. Aparentemente todo estaba como siempre. Las mismas cosas colocadas en los mismos sitios. Las mismas espesas telarañas semejando guirnaldas adornando los muebles. El mismo polvo espeso que enrarecía el aire. Simón inspeccionó palmo a palmo la estancia y no encontró nada anormal. Mientras regresaba a su lugar de trabajo pensó que tal vez pudiera habérsele pasado inadvertido algún nido de murciélagos, pues no era extraño que esos repulsivos animales tomaran los desvanes oscuros y polvorientos por confortable morada. Tan convencido se quedó de la lógica explicación que él mismo se dio que, aunque volvió a escuchar el extraño ruido algún día que otro, no le dio ya ni la más mínima importancia. Por supuesto, tampoco se lo contó a Elena. No quería asustarla con miedos infundados
Cierta noche el inquietante aleteo interrumpió su tranquilo sueño. Esa vez sonaba demasiado cercano y fuerte, como si el batir de alas procediera de un ave de considerables dimensiones.
-¡Dios mío Simón! ¿Qué es eso? - gritó Elena presa del pánico.
Simón se incorporó en la cama.
-Tranquila cariño, ya escuché ese ruido más veces. Deben ser murciélagos en el desván.
-¿Murciélagos? Simón, es como un batir de alas, de unas alas enormes. No creo que sean esos bichos.
Simón admitió que su mujer tenía razón y se sintió profundamente inquieto.
-No te preocupes - le dijo levantándose de la cama- ahora mismo voy a ver qué es y sea lo que sea voy a terminar con ello.
Subió al desván, esta vez con determinación. Penetró en la estancia y encendió la tenue luz que apenas iluminaba unos metros delante de sus narices. No le hizo falta más. La anormal visión que se mostró ante él hizo que un escalofrío de terror recorriera su espalda. Un enorme pájaro con cuerpo de ave rapaz y cabeza de demonio reposaba tranquilamente encima de un viejo mueble. De vez en cuando batía sus alas con fuerza. Cuando el animal, o lo que fuera aquello, se percató de su presencia, se limitó a mirarle tranquilamente. No se movió ni hizo ademán alguno de atacarle. Sólo lo observaba, con sus horribles ojos que parecían escupir fuego. Simón intentó mantener la calma. Echó una ojeada a su alrededor en busca de algún objeto contundente y vio cerca un atizador de hierro. Lentamente se acercó y lo tomó en sus manos. Apenas dos o tres pasos lo separaban del animal. En un movimiento rápido se acercó al bicho y con todas sus fuerzas le propino un golpe con el atizador. El pájaro soltó una especie de graznido y huyó volando por la ventana abierta. Simón la cerró con premura y se aseguró de que no quedara otro engendro como aquel en la estancia. No encontró nada. Respiró hondo varias veces para calmar su nerviosismo y su miedo. No quería que Elena se percatara de su estado. No pensaba contarle nada. Le diría que efectivamente eran murciélagos y que había acabado con ellos. Tendría que investigar por su cuenta qué era aquel horrendo animal.
Se dedicó durante unos días a deambular por el pueblo, interrogando sutilmente a los lugareños sobre la veracidad de las tenebrosas leyendas que le habían contado. Apenas obtuvo respuesta, pues todos rehuían el tema y contestaban con evasivas. Admitían la existencia de las leyendas, pero poco más. Ante tales respuestas a medias, Simón acabó perdiendo interés por el tema. Intentó convencerse de que lo que había visto aquella noche en el desván no había sido más que una alucinación provocada por la tensión del momento. Además, no había vuelto a escuchar ningún ruido. Todo parecía haber vuelto a la normalidad, hasta que Elena enfermó gravemente.
Comenzó una noche con un simple dolor de estómago que la muchacha achacó a cualquier cosa que le hubiera sentado mal, pero lejos de desaparecer aquellos dolores comenzaron a repetirse cada vez con mayor frecuencia. Los vómitos estremecían su menudo cuerpo intentando arrojar lo que ni siquiera era capaz de ingerir. Cada día que pasaba se sentía peor y las fuerzas la abandonaban por momentos.
Fue el principio de un infructuoso peregrinar por médicos y hospitales. Pruebas de diagnóstico intentando encontrar el mal que corroía por dentro el cuerpo de Elena, tratamientos que en nada aliviaban su sufrimiento. Aquella tarde, en la consulta del doctor Saélices, Simón mostraba una vez más su desesperación.
-Llevamos más de tres meses de pruebas y más pruebas. No me puede decir que mi mujer no tiene nada. Ella sigue estando mal, cada vez peor. Algo tiene que tener.
-Yo no digo que su esposa esté sana. Salta a la vista para el más profano que no lo está. Lo único que pretendo hacerle entender es que su enfermedad no tiene una causa física.
Simón se levantó de la silla y se acercó a la ventana. Fuera llovía y una espesa niebla envolvía la ciudad.
-Entonces, ¿qué pasa? ¿qué podemos hacer? Supongo que no nos vamos a quedar cruzados de brazos, por lo menos yo no me voy a rendir.
-Cálmese, por favor y siéntese. Mire, a su mujer se le han hecho todas las analíticas posibles, scaner, ecografía, hasta biopsias. Y nada revela que en su cuerpo haya nada anormal. A mi lo único que se me ocurre es que todo sea de origen psíquico.
-¿Me esta usted queriendo decir que mi mujer está loca?
-Por supuesto que no. Lo que le quiero decir es que hay determinadas situaciones de estrés, de ansiedad, incluso de depresión, que llevan a quien las padece a sufrir también trastornos físicos sin motivo aparente. Mi recomendación es que lleve a su mujer a un buen psiquiatra. Tal vez él pueda determinar lo que le ocurre. Nosotros, por nuestra parte, no podemos hacer nada más.
Simón salió de la consulta totalmente derrotado. Fuera lo esperaba su mujer. Elena se levantó de la silla haciendo un tremendo esfuerzo. No era ni el reflejo de lo que siempre había sido. Su extrema delgadez y sus ojos hundidos y ojerosos daban cuenta del tremendo calvario que estaba sufriendo y para el que nadie parecía encontrar solución.
-Todo es normal- le dijo su marido- el médico ha dicho que.....bueno, que debemos ir al psiquiatra porque el origen de todo puede ser psíquico.
-Soy enfermera- dijo ella con un hilo de voz- y sé que algo dentro de mí me está reconcomiendo. No pienso ir a ningún psiquiatra, mi mente está perfectamente. Además ya estoy harta de todo. Si ellos no encuentran remedio a mi mal tendré que aceptarlo y dejarme morir.
-Por favor, cariño, no digas eso.
-¿Y qué quieres que hagamos? Hemos ido a los mejores médicos y me han hecho de todo. Esto es absurdo
Simón abrazó a su mujer. Acarició su pelo sin vida y desvaído y la besó en la frente.
-Encontraremos la solución, no sé cómo, pero la encontraremos.
Unos días más tarde, mientras Elena echaba una siesta al calor de la crepitante chimenea, Simón subió al desván con la intención de buscar unas herramientas que creía haber arrinconado allí en plena mudanza. Buscó su caja de herramientas infructuosamente. ¿Dónde diablos las habría metido? Cansado, se sentó en un pequeño banco medio apolillado que crujió peligrosamente bajo su peso, y entonces se fijó en el cajón lleno de libros colocado debajo de la ventana. Se acercó y comenzó a mirarlos. Eran todos viejos. A la mayoría les faltaban las pastas e incluso algunas páginas. Los fue sacando de la caja uno por uno. Les echaba una ojeada y los colocaba en el suelo. Sus manos se fueron al que parecía más viejo de todos. Era un libro pequeño y delgado. Las hojas completamente amarillas y manchadas por el paso del tiempo. Estaba escrito en euskera. Contenía ilustraciones extrañas, raros símbolos, figuras de animales inexistentes. Simón se estremeció cuando sus ojos se posaron en aquella página. Allí, dibujado con todo detalle, estaba el pájaro con cabeza de demonio que se había encontrado en aquel mismo lugar meses atrás. Su corazón se aceleró de tal manera que podía escucharlo latir con toda claridad. Tenía que saber lo que contenía aquel libro porque una corazonada le decía que tal vez en él encontrara la solución a sus problemas.
No fue difícil encontrar un traductor. Le bastó entrar en una antigua librería de la ciudad, donde enseñó el libro al dueño, simplemente para preguntarle si sabía de alguien que se lo pudiese traducir al castellano. El viejo cogió el libro entre sus manos y lo miró durante un rato.
-¿De dónde lo ha sacado? - le preguntó con curiosidad.
-Lo encontré en el desván de mi casa.
-Es un libro de brujería del año 1850. Sé de gente que le pagaría una verdadera fortuna por él, coleccionistas, ya sabe. Si le interesa venderlo....
-De momento sólo me interesa saber lo que contiene. Después ya veremos.
Quedaron en que en tres o cuatro días el libro estaría traducido. Pasado este tiempo Simón se presentó en la librería a recoger su viejo libro. Ya en casa, se sentó en su estudio y se dispuso a leer con interés el párrafo que estaba justo al pié del dibujo del pájaro.
"La maldición de Antxina, reina de la brujas, jefa suprema de los akelarres y orgías sexuales, fue condenar al demonio fornicador a vagar por los valles y las montañas, los bosques y los ríos, los cielos y los mares, en forma de animal, cuya especial maldad se dejase ver en cuerpo o en alma. Esta es la forma más maligna. En cuya casa se meta llevará la desgracia y la enfermedad, que recaerá en el habitante que reniegue de él, hasta llevarle a la muerte".
Simón levantó la mirada y pensó en el mal de su esposa. Había comenzado poco después de la horrible visión. Ella siempre había demostrado risa y burla ante las leyendas que hablaban de demonios, brujas, encantamientos y demás. Todo parecía encajar. Siguió leyendo. A continuación el texto hablaba de lo que parecía ser un remedio para la terrible maldición, exponiendo una fórmula para realizar una pócima que debía de suministrarse al enfermo para...... A partir de ahí no había nada más, al libro le faltaban las últimas hojas. Por primera vez en mucho tiempo, el hombre respiró aliviado. Tal vez aquello consiguiera devolverle la salud a su esposa. O quizá fuese una locura. De todos modos tenía que intentarlo.
Se presentó en una farmacia con la fórmula copiada literalmente del libro y se la enseñó al farmacéutico, el cual se mostró un tanto extrañado por los ingredientes de la pócima
-¿Puede hacerla o no? - le preguntó Simón con un deje de desesperación en la voz
-Sí, sí, por supuesto. Mañana mismo a la tarde se la tendré lista.
No esperó Simón más de lo que el farmacéutico le había dicho para ir a recoger el remedio. Cuando regresó a casa con la fórmula en el bolsillo, Elena acababa de despertarse de una larga siesta. Últimamente no hacía más que dormir. Era prácticamente el único momento en que se sentía bien. Simón se sentó a su lado en la cama y no le dio muchas vueltas a lo que quería decirle.
-Cariño, creo que he encontrado la solución a tu enfermedad.
El rostro fatigado de su mujer mostró una mueca que pretendía ser una sonrisa.
-Ya, ¿y de dónde has sacado esa solución mágica?
-Te lo explicaré todo después- sacó la botellita de cristal del bolsillo - ahora debes tomarte eso.
Contenía un líquido grisáceo que Elena miró con asco.
-¿Quién te lo ha dado? ¿a qué médico has acudido sin mí?
-Por favor Elena, no preguntes y tómatelo. Es nuestra última oportunidad. Cuando te pongas bien, te lo contaré todo.
Elena confiaba en él. Siempre lo había hecho. Sabía que le quería y que daría su vida por ella si fuera preciso. Se tomaría aquel repugnante líquido sin rechistar.
-Vale, lo tomaré.
Simón le tendió el frasco y ella lo cogió con manos temblorosas. Antes de bebérselo se lo llevó a la nariz. No olía mal. Luego se lo tomó de un trago. El sabor era sumamente agradable. Ella lo miró interrogante.
-¿Y ahora qué?- preguntó
-Te sentirás peor al principio, pero luego te curarás.
No estaba completamente seguro de que fuera a ocurrir así, pero a ella no podía decirle otra cosa.
-Ahora sigue descansando.
Al cabo de una hora la pócima comenzó a hacer efecto y Elena sintió náuseas. No tenía dentro de sí nada que vomitar pero las náuseas no remitían, al revés, cada vez eran más intensas. Tanto, que llegó un momento en que todo su cuerpo se convulsionaba en un esfuerzo inútil. Permaneció así toda la noche, con su marido a su lado. Simón se debatía entre la esperanza y la incertidumbre. Deseaba que su mujer fuera la de antes pero ¿y si aquello que le había suministrado no tenía el efecto deseado? Por fin, haciendo un esfuerzo sobrehumano, Elena pudo arrojar algo de su interior. En medio de un líquido viscoso algo se movía, algo que había salido de ella. Ni uno ni otro podían creer lo que estaban viendo. El pequeño ser desplegó sus alas intentando volar y levantando su cabeza hacia ellos, ambos pudieron comprobar que no era, ni más ni menos, que un pájaro con la cabeza de un pequeño diablo. El mismo pájaro que Simón había visto aquella noche en el desván. Completamente desesperado lo pisoteó una y mil veces hasta que el animal, sin vida, dejó de moverse.
Tal y como Simón se había imaginado su esposa comenzó a mejorar. Ante la insistencia de ella, y aunque él no deseaba hacerlo, no le quedó más remedio que desvelarle todos los secretos que le había querido ocultar, desde el encuentro con el enorme pájaro en el desván, hasta el remedio encontrado en el libro de brujería. Ambos decidieron que querían dejar atrás de una vez por todas aquel desafortunado episodio y que no deseaban permanecer ni un segundo más en aquel lugar. Vendieron el caserón y marcharon lejos.
Los nuevos dueños comenzaron con ilusión su vida en el caserío. Habían decidido mudarse al campo para que sus hijos pequeños crecieran en la naturaleza. Una tarde Carlos, el más pequeño, llegó corriendo junto a su madre, que hacía punto sentada cómodamente en el salón.
-Mamá, mamá, ven, que en el cobertizo hay un pájaro muy raro.
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