viernes, 25 de noviembre de 2016

ESPERANDO EN LA PLAYA


 

Todas las tardes, cuando la luz del atardecer tiñe de rojo el cielo allí donde parece unirse con el mar, Aminata baja a la playa y se sienta cerca de la orilla. Le gusta sentir que la envuelve la soledad. Le gusta escuchar el murmullo de las olas rompiendo a sus pies. Le gusta dejar que la espuma y la sal la acaricien en un saludo efímero y triste. Aminata mira el horizonte y recuerda aquel día, muchos años atrás, en el que su hijo aún adolescente decidió poner rumbo a tierras lejanas en busca de una nueva vida.

-Ganaré dinero y se te acabarán las penurias, madre. No tendrás que levantarte temprano para caminar kilómetros en busca de agua. No se te morirá el ganado de hambre y de sed y siempre habrá qué llevarse a la boca en tu despensa. Me voy madre, pero pronto tendrás noticias mías.

Nada pudo hacer para retenerlo. Durante semanas le rogó, le suplicó, a veces dirigiéndose a él con furia y rabia, otras hablándole de manera sutil y casi en susurros, como cuando era un niño y tenía que corregirlo por sus travesuras. No sirvió de nada. El día señalado se montó en una patera y surcó los mares buscando su destino. Las noticias no llegaron nunca. El dinero tampoco. Pero aún así, la mujer, ya cansada de vivir, baja todos los días a la playa y escudriña el horizonte esperanzada. Quizá en algún momento el mar se decida a devolverle a su hijo, surcando las olas dentro de aquella vieja patera, o surgiendo de la neblina que algunas noches cobija el mar con su manto gris.





 

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