domingo, 18 de octubre de 2015

LA PLAGA




  La ilusión de mi vida siempre fue poder tener una casita en el campo. Era sólo un sueño, por supuesto, pues con mi sueldo de limpiadora de un edificio de oficinas no podía aspirar a semejante cosa. Pero quién me lo iba a decir a mí, un día mis sueños se hicieron realidad. Me tocó el gordo en la lotería de Navidad, y tenía dos décimos, así que me dio para comprar mi casita en el campo, dos perros y un todo terreno, pues mi nuevo hogar de fin de semana se encontraba cerca del fin de mundo. A mí me daba lo mismo.
Qué feliz me sentí el primer día que me vi sentada en el sofá del salón, frente a la crepitante chimenea que inundaba la estancia con sus llamaras rojizas.... y entonces lo vi, paseándose por la repisa de aquí para allí, como perico por su casa, una ratón de campo asqueroso. No le di mucha importancia y a la mañana siguiente bajé al pueblo y compré una generosa dosis de veneno y lo repartí por toda la casa. Estaba segura de que con aquel manjar no durarían ni dos días. ¡Qué ilusa! Al fin se semana siguiente, cuando regresé a mi casita, ya no era uno, eran cuatro o cinco los que se paseaban con descaro. Compré más veneno, pero semana a semana los malditos ratones aumentaban. Ni siquiera desaparecieron cuando una empresa de desratización fumigó toda la casa. Al final resultó que tenían excavada una red de galerías que afectaban a los cimientos de la vivienda. El propietario anterior me la había vendido con conocimiento del vicio, así que después de unos cuantos años a vueltas con la justicia, por fin he conseguido que me devuelva el dinero que pagué. Y no me pienso comprar otra. Estoy muy feliz aquí, en la ciudad, rodeada de coches, asfalto y ruido, pero sin ratones. 

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