viernes, 6 de agosto de 2021

La niña María -Relato corto

 



La niña María era la mas pequeña de siete hermanos, con los que se llevaba mucha diferencia de edad. Vivían en un hermoso pueblo pesquero del sur. Su padre no tenía oficio conocido. A veces ganaba dinero y otras no, por eso la gente pensaba, o en realidad sabía, que se dedicaba a lo mismo que sus hijos mayores, a trapichear, a negocios que no eran del todo legales, droga y cosas de esas. Aún así, a nadie parecía importarle demasiado, a Miguel menos que a nadie.

Miguel vivía en el mismo barrio que María y ambos jugaban juntos en la calle durante los largos y tórridos días de verano. Ni uno ni otro eran conscientes de la triste situación de la niña. La madre de Miguel le decía que jugara mucho con ella, que la tratara bien porque era el único amigo que tenía, que bastante cruz llevaba encima la pobre con pertenecer a la familia a la que pertenecía, criaturita. Miguel no entendía, pero daba igual. Para él María lo era todo, era la persona con la que compartía lo mejor de su vida, los juegos, las tardes cogiendo bígaros en la playa, los paseos secretos a lugares desconocidos, las confidencias infantiles, las risas.

A veces, mientras disfrutaban momentos de ocio, aparecía Ramón, el hermano mayor, un tipo chulo y mal encarado, que siempre le decía lo mismo.

–Niña María, tienes que ir a casa de Juan “el gorrino”, que tiene un paquete para mí.

–No quiero –le contestaba la pequeña.

–Y yo no quiero repetírtelo, o vas a saber lo que es bueno.

Entonces la niña María murmuraba por lo bajo un “vete a tomar por el culo” que despertaba las carcajadas de Miguel y también las suyas propias, y después obedecía, no le quedaba más remedio.

Un día, de la noche a la mañana, la niña Maria y su familia desaparecieron del barrio. Se comentaron muchas cosas, unos decían que huían de la policía, otros que el padre había encontrado un trabajo en la ciudad. Miguel lloró muchas noches. Intuía que no la volvería a ver jamás.

Años más tarde, cuando comenzó sus estudios en la Universidad, Miguel también se fue a vivir a la ciudad. Una tarde lluviosa y húmeda entró en aquel bar desconocido con la única intención de tomar un café que espantara el frío. Se fijó en la muchacha que estaba detrás de la barra y la niña María regresó a su mente con inusitada fuerza. Los mismos ojos negros, los mismos labios carnosos, la misma melena rizada y oscura. ¿Y si era ella?

Tarde tras tarde Miguel entraba en el bar, se sentaba en la mesa más apartada y mientras degustaba su café, contemplaba a la muchacha, y cuanto más la observaba, más seguro estaba de que era su amiga de la infancia. Las dudas se disiparían de la forma más fácil si se atreviera a preguntarle por su identidad, pero inexplicablemente sentía una tonta cobardía que no le dejaba ni levantarse de su silla.

Una de aquellas tardes, una voz surgió de la pequeña cocina que había al fina de la barra.

–¿Quieres terminar de hacer esos pedidos de una vez, Maria? Las he visto más rápidas.

Y la muchacha murmuró un “vete a tomar por el culo” que diluyó la cobardía de Miguel convirtiéndola en osada valentía.

–¿Eres la niña María? – le preguntó acercándose a la barra.

La chica le miró cual si estuviera delante de un extraterrestre.

–Pues de niña no tengo nada. Y no me llamó María. Ese imbécil, que como no sabe mi nombre me dice lo primero que se le ocurre. ¡Qué harta estoy de él!

La decepción se dibujó en el rostro de Miguel y la ilusión se desvaneció de la misma manera intempestiva con que había surgido.

Aquella noche, en la residencia de estudiantes en la que vivía, el chico hizo lo de siempre, cenar a las nueve en punto y retirarse a su habitación a estudiar. No se dio cuenta, nunca se daba cuenta, de la chica que lo miraba desde la puerta de la cocina, una muchacha de ojos tristes, con la piel ajada y una melena estropajosa que en sus días había sido una hermosa mata de rizos.

–Venga, María, espabila, que hay que dejar las mesas puestas para el desayuno de los chicos y me quiero ir a casa de una vez. Pareces tonta, siempre estás en la inopia.

–Vete a tomar por el culo –murmuraba la chica por lo bajo. Y obedecía. Como siempre.

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