miércoles, 8 de febrero de 2017

EL AMANTE ADOLESCENTE (NOVELA ERÓTICA) Capítulo XIII



He de decir que por mucho que lo intenté mis esfuerzos fueron baldíos. Adela nunca aceptó acostarse conmigo. Cierto día la invité a comer a una freiduría muy famosa que había en Ferrol en aquellos años. Se llamaba El Caballito de mar y allí preparaban el pescado frito más rico del mundo. Mis intenciones, no del todo honestas, eran camelar a Adela para, después del almuerzo, llevarla al piso de Conchita y allí trajinármela, pero no hubo manera. Creo recordar que ni siquiera llegué a proponérselo de forma directa, puesto que mis circunloquios eran frenados por sus negativas solapadas. Ella deseaba preservar su virginidad para su esposo y yo me preguntaba qué manía tenían las mujeres con semejante intención, como si con ello ganaran algo, al revés, lo que se perdían eran magníficas ocasiones para pasárselo en grande. El caso es que aquel día hubo cambio de planes y me limité a llevar a mi acompañante al cine. Y al salir, después de morrearnos lo que quisimos y un poco más, calientes como estábamos, la llevé a conocer la boite FK 24 con la esperanza de que la oscuridad y un copita de algo fuerte la ayudaran a desinhibirse. No tuve demasiada suerte. Aunque es justo decir entre besos y caricias conseguí llegar hasta su coño, sorteando los obstáculos de braga y faja. No obstante poco me duró el momento, pues separó mi mano y me dijo una vez más que no.

-Teo por favor, siempre estás igual, no quiero, no estoy preparada para estas cosas.

-Pero mujer, si me dejas yo puedo masturbarte y hacerte sentir un orgasmo rico, rico, que te gustará mucho, te lo aseguro – insistía yo.

-No me gusta, ya lo he intentado yo sola alguna vez y no me gusta.

-Eso es porque tú no sabes, pero si me dejas a mí no te arrepentirás, de veras.

Pero por mucho que insistía ella no cambiaba de opinión. Ni esa vez ni nunca, así que llegados a un punto en que la relación no avanzaba de la manera en que a mí me gustaría que lo hiciera, como Adela me atraía, pero no estaba enamorado de ella hasta el punto de aguantar sus tonterías, decidí que había que terminar con aquel absurdo.

Fui un cobarde, y tal vez fuera por esa sensación extraña que me provocaba, no me atreví a decírselo a la cara y le escribí una carta, de cuyo contenido exacto no me acuerdo, pero en la que le venía a decir, fundamentalmente, que me resultaban aburridas nuestras salidas y que no habiendo posibilidad de ir más allá, lo mejor era que lo dejáramos y que nos buscáramos la vida cada uno por su lado. Por supuesto ella me contestó a la misiva llamándome de todo menos bonito, que si era un depravado, un obseso sexual y un sinvergüenza. Me acusó de tener un carácter infantil, y puede que tuviera razón, a lo mejor había comenzado a disfrutar del sexo demasiado pronto, cuando era demasiado niño todavía, y mi mente se había estancado en las sensaciones de entonces, pero también pienso que Adela deseaba una relación mucho más seria, ella deseaba estar segura de que nuestro noviazgo acabaría en boda y esas por supuesto estaban muy lejos de ser mis intenciones.

Muchos años después, cierta tarde en la que fui a recoger a mi hija a sus clases de piano en el conservatorio, me fijé en un cartel que anunciaba un concierto de un cuarteto de cuerda. Una de sus componentes era Adela.. La hubiera reconocido en cualquier momento y en cualquier lugar, a pesar de que desde nuestro fugaz noviazgo no la había vuelto a ver jamás. Ignoraba todo de su vida y a decir verdad tampoco me había interesado por averiguar nada. Pero admito que el verla allí, en aquella foto, revolvió un poco mi interior. Se lo comenté a mi mujer y juntos fuimos al concierto. Al terminar el mismo, sin embargo, ni siquiera me acerqué a saludarla. Era muy posible además, dados los años que habían transcurrido, que ni siquiera me reconociera.

Pero volviendo al pasado, al dejarlo con Adela anduve unos días un poco mustio. No es que me importara demasiado, al fin y al cabo yo iba a lo que iba y si la chica en cuestión no respondía....a otra cosa mariposa. No fue Adela la que bajo mi ánimo, fue de nuevo el recuerdo de Conchita y su ausencia. En los momentos en que no había ninguna chica alrededor su imagen poblaba mi mente y mi cuerpo reaccionaba con fuerza a la memoria. Mi dormido pene despertaba y debía resguardarme de miradas ajenas para dar rienda suelta a mi imaginación y así descargar mis ansias. Por las noches, antes de dormirme, arropado por la quietud del piso, me la imaginaba en brazos de su marido, de otro hombre que no era yo, al que ella haría gozar como un día me había hecho gozar a mí. Entonces no podía evitar que unas lágrimas rebeldes y desgarradoras se abrieran paso a través de mis ojos y se empeñaran en mojar mi almohada.

No sé cuánto tiempo anduve en semejante tesitura, sin ganas de casi nada, yendo del trabajo a casa y de casa al trabajo, saliendo apenas con los amigos simplemente para tomar unas cañas y regresar de nuevo al hogar. Hasta que conocí a Marina y mis ganas de sexo renacieron tan vívidas como antes.

Fue un domingo por la tarde en una nueva discoteca que habían abierto en la ciudad. En cuanto entramos las vi, un grupo de chicas desconocidas. Ella estaba de espaldas, pero no sé por qué me llamó la atención. Era alta y esbelta y tenía una graciosa melena morena que caía sobre sus hombros con las puntas ligeramente hacia fuera. Pedí mi consumición y me apoyé en la barra sin dejar de observarla. Cuando se dio la vuelta y se mostró por delante pude comprobar que era tan bonita como por detrás, así que en cuanto vi que salía con sus amigas a la pista de baile fui detrás y la abordé de manera delicada. No me puso mala cara, más bien al contrario, parecía que le agradaba mi presencia, así que continué bailando a su lado y cuando empezaron a sonar las canciones lentas la tomé entre mis brazos y nos movimos muy juntos al ritmo de la música. No ponía trabas al acercamiento, pero tampoco me dejó hacer de las mías, a pesar de que lo intenté.

Esa tarde hablamos mucho. Me contó que se llamaba Marina, que no tenía hermanos, que vivía en Fene y que trabajaba en una tienda de ropa de la calle Real, y cuando llegó la hora de regresar a casa me permitió acompañarla hasta la parada del bus. Durante el corto trayecto le pregunté si el próximo domingo podríamos vernos. Me contestó que era probable que volvieran a la misma discoteca, pero que dependía de lo que hicieran sus amigas.

Me pasé toda la semana sin poder sacármela de la cabeza. Era la primera vez que me ocurría algo así con una mujer que no fuera Conchita. No sabía si era amor o no, el caso es que al domingo siguiente aparecí de nuevo en la discoteca en la que la conocí con la esperanza de volver a verla. Tuve suerte. No solo estaba allí, sino que en cuanto el grupo de amigas me vio, comenzaron a cuchichear entre ellas, señal de que esperaban mi presencia. Me acerqué y Marina me recibió con una sonrisa. Esa tarde de nuevo me dejó permanecer todo el tiempo a su lado. Bailando las lentas me atreví a besarle levemente el cuello. Ella se separó un momento y me miró, sonriendo tímidamente. Entonces me atreví a besarla, y deposité sobre sus labios el beso mas tierno y dulce que yo di en mi vida. Sí, empecé a pensar que me estaba enamorando, lo cual no resultaba incompatible con mis intenciones de siempre cuando conocía a una chica: llevármela a la cama. Después de aquel beso en la pista de baile, nos sentamos en un rincón oscuro y continuamos con besos ardientes que hicieron que mi lívido se elevara hasta límites insospechados. No quería, sin embargo, espantar a Marina y por eso aquella tarde no pasé de los morreos y de alguna caricia furtiva y disimulada en sus pechos sin mayores pretensiones.

Cierto día, estando con mis amigos tomando unas cañas una tarde cualquiera, salió a colación, como tantas veces, el tema del sexo. Uno de ellos nos contó que aquel fin de semana, por fin, había conseguido hacer el amor con su novia virgen. Los demás, que ya habían tenido experiencias semejantes, o al menos eso decían, lo felicitaron y entre todos comentaron los incidentes de aquella primera vez que algunos ya rememoraban como muy lejana. Como todos pensaban que yo todavía no me había estrenado, el amigo en cuestión se dirigió a mí para advertirme:

-Si alguna vez desvirgas a una chica ten cuidado, Teo, se la tienes que meter muy despacio si no quieres que aquello termine en una carnicería.

Tomé en cuenta su consejo. Marina y yo nunca habíamos hablado se sexo. No sabía bien el motivo, pero con ella deseaba ir despacio. De todos modos estaba seguro de que era virgen, puesto que me había dicho que nunca había tenido novio.

Hacía poco más de tres meses que Marina era mi novia oficial cuando mi madre me dio la noticia:

-¿Sabes quién nos visitará estas Navidades, Teo? Conchita y su esposo. He recibido hoy una carta en la que nos dan la noticia. Estoy deseando verla, la verdad es que la he echado mucho de menos.

Las palabras de mi madre me dejaron petrificado. Hacía ya tiempo que no pensaba en ella. Desde que había conocido a Marina, Conchita había pasado a ocupar un segundo plano y se limitaba a ser un recuerdo esporádico. Pero saber que dentro de muy poco tiempo la iba a volver a ver me puso un poco nervioso.

-Pero... ella no es de aquí. Vendrán a España pero seguro que pasará las fiestas con su familia – repuse, inquieto ante el acontecimiento que suponía su visita.

-No olvides que su marido es de Ferrol. Pasarán parte de las fiestas aquí. Y vendrá a visitarnos. ¿No tienes ganas de verla? Os llevabais muy bien.

-Sí, claro que sí.

Me acerqué al ventanal y miré el mar, allá a los lejos. Recordé aquellas otras navidades, cuando enfermo de bronquitis mis padres me dejaron al cuidado de Conchita y todo comenzó.



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