Hoy os dejo el segundo capítulo de esta novela corta. En la pensión van recalando huéspedes peculiares, dramáticos y hasta divertidos. Espero que os guste.
Le habían hablado
de aquella pensión de mala muerte y a ella se había dirigido porque
no se podía permitir pagar un buen hotel, como hubiera sido su
gusto. Don Ángel Montesinos Vergara sí que había tenido una vida
llena de sinsabores, tal y como le había dicho a aquel engendro que
resultó ser la dueña de la posada. Don Ángel pertenecía a una
conocida familia de terratenientes extremeños. Sus padres eran
dueños de tantas hectáreas de tierra que casi habían perdido la
cuenta. Religiosos y conservadores en extremo, el muchacho no pudo
jamás mostrar sus verdaderas inclinaciones. Ya de muy pequeño le
gustaba jugar con las muñecas de sus hermanas, a pesar de que su
madre no hiciera más que comprarle trabucos, camiones y demás
juguetes propios del género masculino. Le atraía sobremanera la
visión de sus cinco hermanas maquillándose, vistiéndose con
aquellas ropas tan vistosas. Un día se le ocurrió hacerlo a él. No
tendría más de catorce o quince años. Se metió a hurtadillas en
la habitación de su hermana Carmen y delante del espejo se vistió
con su ropa interior. Luego se pintó los labios y los ojos,
quedándole la cara cual máscara horrenda de carnaval. Mas a él le
gustó el resultado. Lo que no le gustó en absoluto fue percatarse
de que su propia madre le estaba espiando desde el quicio de la
puerta.
-¿Qué significa
todo esto Angelito?- le preguntó con voz autoritaria.
-Nada madre,
sólo.....estaba pasando el rato.
-¿Pasando el rato
poniéndote las ropas de tus hermanas? - preguntó de nuevo aquella
mujer, amenazante, mientras lentamente se acercaba a su hijo -
¿Pasando el rato pintándote la cara como si fueras una furcia? ¿No
me estarás saliendo un vicioso, verdad? ¡Contesta!
Cogió al chico de
una oreja con tal fuerza que casi lo suspendió en el aire.
-No, madre, de
verdad...Ayyyyyy, me está haciendo daño.
-Claro eso pretendo,
y más daño te va a hacer tu padre cuando se lo cuente. ¡Te azotará
con el cinturón! ¿Te enteras? ¡Con el cinturón!
-No
madre, por favor, no se lo diga a padre, de verdad, haré lo que
usted me diga, pero por favor a padre no.
-¿Y por qué no
había de decírselo? Eh, degenerado, que no eres más que eso, un
degenerado.
-Madre, tenga usted
piedad. Si se lo dice a mi padre no sé que podría pasar. Además le
repito que eso sólo era una manera de divertirme de la que estoy
profundamente arrepentido. Por favor madre....
El muchacho lloraba
desconsoladamente, muerto de miedo ante la más que probable
perspectiva de su padre cinturón en mano dispuesto a darle su
merecido.
-Está bien, no se
lo diré- repuso finalmente su madre -Pero vete ahora mismo a la
iglesia a confesar. Y como te vuelva a ver de esta guisa te juro que
te arranco los hígados.
Su
madre cumplió lo pactado y no se lo contó a su marido, pero desde
aquel día Ángel sintió su mirada inquisidora sobre él todo el
tiempo. Tuvo que reprimir sus gestos afeminados y hasta empezó a
salir con una chica, empeñado en disimular lo evidente. Por supuesto
no sirvió de nada, era mariquita, y cuanto antes lo asumiera mejor,
aunque también debería asumir que tendría que ocultar su
condición a su familia por siempre jamás.
Sufrió en silencio
el espantoso suplicio que representó para él su madre desde aquella
fatídica tarde. La buena mujer desarrolló una obsesión enfermiza
por casar a su hijo cuanto antes, ante el asombro de su marido, que
era de la opinión de que Angelito debería estudiar economía para
poder dirigir con firmeza y tino todo el imperio que un día había
de heredar. De nada sirvieron los argumentos del pobre hombre. En
cuanto el chico cumplió veinte años, su madre, que llevaba ya
tiempo indagando entre las familias bien de la zona en cuáles había
muchachas casaderas, le metió por los ojos a Susana Carbajosa del
Rio, una chica millonaria por derecho propio, hija de un torero
famosísimo en aquella época, dueño además de una ganadería de
renombre. Susana era más fea que pegarle a un padre, alta y
desgarbada, de aspecto hombruno y voz de camionero. Portadora de
semejantes características, a la madre de Ángel le pareció la
mujer perfecta, dadas las inclinaciones de su hijo. Por otra parte la
familia de la chica, cuya progenitora ya estaba cansada de ofrecer
misas al Sagrado Corazón de Jesús para que su hija se casara como
era debido, no se podía creer el golpe de suerte que les había
llegado. Iban a casar a su pequeña con uno de los hombres más ricos
y de más porte de la región, cosa que, por otra parte, no podía
ser de otra manera dada su posición.
A
Angelito la novia impuesta no le pareció ni bien ni mal, simplemente
no le pareció, ya que para él ver una mujer era como ver un muro de
piedra, que no le hacía sentir ni padecer. De quien se enamoró
perdidamente fue de su suegro. Se percató de su sentimiento el día
de la pedida de mano, cuando se reunieron todos alrededor de la
pequeña plaza de toros que sus suegros tenían en la finca para
deleitarse con el fastuoso espectáculo que iba a ofrecer el padre de
la novia toreando un novillo. Cuando lo vio con el traje de luces,
con la taleguilla abultada y sugerente , se dijo que aquel, y sólo
aquel, era el hombre de su vida. Cayó entonces en el tormento de
sufrir un amor secreto e imposible que nunca podría ser descubierto
ni mucho menos correspondido, habría de conformarse con verlo de vez
en cuando y lanzarle miradas cargadas de pasión que el apuesto
torero no sabría interpretar, ni siquiera se plantearía
interpretación alguna.
Se casó con Susana
apenas unos meses después de conocerla. La noche de bodas fue un
verdadero tormento. Ella, haciendo gala de una brutalidad impropia de
una señorita, se echó desnuda en la cama mientras él fue al baño,
recibiéndolo cuando salió con comentarios soeces.
-Venga, mi Angelito,
entra aquí de una vez, que estoy caliente y necesito que me
aplaques.
Aquella visión no
le excitó en absoluto, más bien le dio ganas de vomitar. Sólo
consiguió cumplir pensando en su suegro y en la imagen de la
taleguilla abultada que se le había quedado plasmada en la mente.
Fue entonces cuando
se inició su verdadero calvario. Casado con una mujer burda y simple
a la que no amaba, enamorado del padre de la misma, la situación se
hacía insostenible por momentos. Aún así consiguió aguantar diez
años haciendo el paripé, años en los que el asco que sentía por
su esposa se fue haciendo más y más grande, lo que no impidió que
su matrimonio diera como fruto dos vástagos, niño y niña , los
cuales salieron tan listos e inteligentes que se percataron enseguida
de la desviación de su padre y de brutalidad de su madre. Ello
provocó en ambos graves problemas psicológicos y de conducta, que
derivaron en una subnormalidad encubierta cuando su progenitor,
finalmente, se derrumbó y una tarde de fiesta en la que el suegro se
empeñó de nuevo en enseñar a los asistentes sus habilidades
taurinas, saltó a al coso durante la vuelta al ruedo del buen
hombre y allí, delante de todo el mundo, le declaró su amor
incondicional mientras le acariciaba con disimulo la entrepierna. El
escándalo que se originó fue mayúsculo. A su madre le dio un
ataque de nervios que le provocó una alopecia galopante, su padre se
quedó mudo del susto y su suegro lo echó de la casa y de la familia
prohibiéndole que se acercara a su hija y a sus nietos en lo que le
quedara de vida, mientras su mujer, que era adicta a los programas
del corazón, respiraba aliviada al poder verse libre de aquel ser
insulso que había tenido que aguantar por marido. Ahora por fin
tenía vía libre para intentar conquistar al apuesto presentador del
programa de variedades que echaban en la tele todas las tardes, que
era de quien en realidad estaba enamorada.
Ángel también fue
repudiado por su propia familia, que lo consideró un vicioso y un
enfermo mental, confirmando las sospechas de su pobre madre. Triste y
cabizbajo, marchó sin rumbo, llevando por todo equipaje lo puesto y
algo de dinero con el que tenía pensado cumplir uno de sus sueños:
abrir una agencia de viajes. Fue así que recaló en "La Media
Estrella", donde ahora se encontraba, en aquella habitación
luminosa y clara, sin saber que en aquel tugurio iniciaría la etapa
más feliz de su vida.
**************************************************
El nuevo huésped
era serio, discreto, limpio y, sobre todo, pagador. Quizá pecara un
poco de silencioso. A Silvana le hubiera gustado chalar un rato con
él todas las noches, a la sobremesa de la cena o delante de la
televisión; pero él, en cuanto terminaba su frugal alimentación
nocturna, se retiraba a su cuarto hasta la mañana siguiente, bien
temprano, rumbo a sabía Dios dónde.
Entre las vecinas
del barrio circulaban un montón de rumores que a ella le gustaba
escuchar de vez en cuando. Si les había impactado sobremanera el
hecho de que un huésped permanente se instalara en La Media
Estrella, más curiosidad sentían ahora por saber a dónde se
dirigía todas las mañanas. Ninguna se aventuraba a comentar su
pasado, pero todas creían estar en lo cierto sobre su presente. Las
opiniones iban desde la que decía que era dueño de un cabaret,
hasta la que afirmaba que era un maestro de escuela. Solamente
Purita, una muchacha un poco simple que se dedicaba a seguir a los
transeúntes, dio en el clavo.
-Tiene una oficina
en la avenida. Allí va todos los días.
Purita había
soltado el ovillo, las demás siguieron el hilo y finalmente llegaron
a la verdad.
-Tiene una oficina
en la avenida, es cierto - contaba una de ella a Silvana - aunque es
muy cutre. Por todo mobiliario tiene una mesa con dos o tres sillas y
unas estanterías vacías. En los cristales ha puesto unos carteles
escritos seguramente por él mismo, en los que dice que organiza
excursiones a Málaga y a Granada.
-Pues debe de ser
cierto - decía otra - porque yo el otro día pasé por allí y había
un bus aparcado en el que se estaba montando bastante gente.
En
esa conversación estaban, cuando Silvana se fijó en una mujer que
con paso lento y vacilante se dirigía hacia ellas mirando con
curiosidad las fachadas de las casas. Tenía el rostro macilento y
los ojos estrábicos, a pesar de disimularlo con unas gruesas gafas
de pasta. Silvana tuvo el presentimiento de que lo que buscaba era su
pensión y no se equivocó. En cuanto la mujer vio el letrero
luminoso, que a esas horas estaba apagado, entró en el edificio
arrastrando tras de sí una pesada maleta en la que parecía acarrear
toda su vida. Silvana entró inmediatamente detrás, a tiempo de ver
como la otra se acercaba al pequeño mostrador que hacía las veces
de recepción.
-Deseaba una
habitación ¿verdad?
La
mujer se volvió y superado el primer momento de shok al toparse de
narices con semejante adefesio, mostró una tímida sonrisa y
contestó afirmativamente.
-¿Y piensa usted
quedarse mucho tiempo?
-No lo sé -
contestó con voz apenas audible - no tengo a dónde ir, así que en
principio me quedaré unos días. Luego.....tal vez me busque un
pisito de alquiler....aunque no estoy acostumbrada a vivir sola y
quizá no sea capaz de adaptarme.
Silvana no se lo
podía creer. En apenas un mes dos huéspedes permanentes. Tenía que
hacer todo lo posible para que esta se quedara también.
-Aquí estará muy
bien - dijo - yo la atenderé de mil amores. Las habitaciones son
amplias y luminosas y sobre todo muy limpias. Además si quiere le
daré de comer, vamos, pensión completa.
A
la mujer, que era tímida pero no imbécil, no se le pasó por alto
que aquella enana gordinflona y con cara de caballo quería sacar
tajada de la situación.
-Bueno - dijo con su
voz más lastimosa - eso está muy bien, pero yo no tengo mucho
dinero, estoy buscando trabajo y ahora mismo apenas llevo diez mil
pesetas conmigo, ya ve usted. ¿Cuánto me cobraría por la pensión
completa?
Silvana, que al
principio tenía pensado cobrarle lo mismo que al otro huésped, se
apiadó de la pobre mujer, que parecía llevar consigo una inmensa
pena y le rebajó un poco el precio.
-Le cobraré cuatro
mil por semana, todo incluido, menos no puedo, no me sería rentable.
-
Ah bueno - contestó la otra como si esperara un precio muchísimo
más alto - pues mire, me parece bien, me quedo.
-Estupendo, venga,
le enseñaré su cuarto.
La
acomodó en la habitación contigua a la de don Ángel. También
daba a la calle y en ella entraba la luz a raudales.
-Póngase cómoda. A
las dos serviré la comida.
Buenos tiempos
parecían avecinarse para La Media Estrella.
****************************************************************
A la nueva le
gustaba la conversación y accedía gustosa a charlar animadamente
con Silvana después de la cena, mientras tomaban una copita de jerez
o de anís. Tan gratos les eran aquellos momentos que Silvana decidió
habilitar un rincón lo suficientemente confortable en la casa para
que pudiera albergarlos. Suprimió una habitación, que seguramente
jamás le haría falta, y allí montó una salita la mar de cómoda.
Acudió a una tienda de segunda mano, donde se hizo con una mesa
camilla, unos sofás y otra pequeña mesita para la televisión. Le
quedó una estancia de lo más mona y acogedora, donde por fin ella y
su huésped, que resultó llamarse doña Dolores, podían disfrutar
de sus animadas charlas nocturnas. Fue precisamente durante una de
esas fantásticas veladas cuando doña Dolores depositó toda su
confianza en Silvana, que ya se había dignado a contarle sus
aventuras y desventuras, y se decidió a relatarle ella también las
suyas, que no se quedaban cortas en suplicios y fatalidades.
-Pues sí, doña
Silvana, mi vida no ha sido tampoco un camino de rosas, más bien al
contrario, sobre todo desde que murió mi padre, que en gloria esté,
que era el que me protegía y me daba más cariño. Nací como María
Dolores de la Purísima Encarnación de María Solano y Álvarez de
Villegas. Si ya sé, no ponga esa cara tan rara doña Silvana, sé
que tengo un nombre de lo más peculiar, fruto de la devoción
mariana de mi madre.
Mi padre provenía
de una familia muy humilde, jornaleros de Jaén que andaban a la
aceituna. Mi madre, por el contrario, procede de una familia ilustre,
o eso era lo que ella decía. Yo jamás conocí a mis abuelos, que la
echaron de casa cuando ella se empeñó en casarse con alguien de tan
baja alcurnia. El caso es que mi padre, que siempre tuvo mucha visión
para los negocios, siendo niño se dedicaba a sisar parte de la
aceituna que mis abuelos recogían. Ese era su único trabajo, su
pequeña fuente de ingresos. Pero aún siendo tan niño ya era un
visionario. No me diga de qué manera, pero se fabricaba su propio
aceite que después vendía por las casas. A los lugariegos debía de
darles pena, porque ya me dirá usted. En aquellas tierras el aceite
abundaba por los rincones, no era necesario comprárselo a un mocoso
que llamara a la puerta. Más él vender, vendía, tanto que cuando
cumplió veinte años ya tenía hecha una pequeña fortuna, y a los
veinticinco ya era un empresario del aceite que sacó a su familia de
la miseria. Abrió en la ciudad un pequeño almacén de venta al por
mayor y así fue como conoció a mi madre, que iba allí a proveerse
del verde óleo. Se enamoraron enseguida e iniciaron un noviazgo que
al principio funcionó sin problemas, hasta que la familia de mi
madre supo de los orígenes humildes de mi padre. Entonces todos
fueron inconvenientes. No podían permitir que su hija se casara con
un jornalero, aún cuando a aquellas alturas mi padre seguramente
fuera uno de los hombres más ricos de Jaén. Pero mi madre, que
siempre fue una mujer de carácter fuerte, defendió a cal y canto
aquel amor y se casó, por lo que mis abuelos la echaron de casa y la
desheredaron.
A
los diez meses de aquel matrimonio nací yo. Mi madre tuvo un parto
difícil que casi la envía para el otro barrio y que la imposibilitó
para tener más hijos. Esa fue la cruz con la que injustamente tuve
que cargar yo durante toda mi vida. Ella esperaba un varón y aparecí
yo, encima no podría volver a parir jamás y cargó sobre mí la
culpa de ambas cosas.
Nunca me sentí
querida por aquella mujer hermosa y fría. Jamás pude disfrutar de
sus besos y sus caricias. Durante mi infancia me trató con absoluta
indiferencia, aunque papá cubría todas las carencias que yo pudiera
tener. Pero para mi desgracia él murió en un estúpido accidente.
Podando el huerto se cayó de un árbol y rompió la crisma. A partir
de entonces ella se ensañó conmigo. Ya no fue indiferencia, fue una
especie de odio provocado por el resentimiento sin sentido que tenía
hacia mí.
Lo primero que hizo
fue cambiarme de colegio. Me matriculó en uno de monjas, no sin
antes advertirles de que yo era una niña difícil y rebelde. Nada
más lejos de la realidad, pero ellas no me dieron oportunidad de
demostrar que yo era buena y respetuosa. Tuve que soportar castigos y
vejaciones, ya sabe usted como eran las monjas antes, y me convertí
en una adolescente miedosa y sin carácter. Pero lo peor estaba por
llegar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario