Sevilla, agosto,
cinco de la tarde, 45 grados a la sombra. Me pregunto quién me
mandaría a mi hacer turismo en esta ciudad y en pleno verano, y
sobre todo, de quién sería la idea de quedar con mi antigua amiga
de facultad precisamente a esta hora y en esta maldita terraza en la
que el sol cae a plomo haciendo que me sienta derretir por momentos.
La respuesta es inquietante, pues la única culpable de esta
situación soy yo misma. Siempre igual, siempre tan flamenca, nunca
mejor dicho. Que en Sevilla hace calor, a mi me encanta el calor, que
es insoportable, bah no será para tanto, que la gente no puede salir
de casa hasta bien entrada la noche, pamplinas... Y claro, al
final...me veo deseando que estas acaloradas vacaciones lleguen a su
término y se me permita por fin regresar a mi suave verano norteño.
Y esa maldita muchacha que quedó de venir a las cinco y ya son y
diez... y no aparece, y yo aquí sudando la gota gorda...
De pronto inunda el
ambiente un penetrante olor a CHIMICHURRI que tiene el lamentable
efecto de revolver mi estómago ya de por sí soliviantado por las
elevadas temperaturas. Un ligero mareo me desestabiliza, menos mal
que estoy sentada, hecho que representa una ligera ventaja a la hora
de evitar que mi cuerpo toque tierra cuan largo es. Cierro los ojos
unos instantes y cuando los abro la descubro. Menuda visión. Se
acerca a mi CABALGANDO sobre un llamativo caballo blanco
exageradamente engalanado, como ella misma, que parece haber salido
de una película fantástica. Viste algo parecido a un bikini de piel
de conejo, o de liebre, o de algo así, y calza unas botas altas de
piel de serpiente que le deben de estar recociendo los pies. De su
cuello cuelgan unos cuantos collares de pedruscos variopintos y
alrededor de la cintura lleva una especie de cinturón de cuyo
extremo pende un arma que parece un trabuco, aunque confieso que yo
no entiendo nada de armas. En una mano sujeta un chorizo criollo que
come con verdadero apetito y del cual surge el aroma al chimichurri.
Me parece un personaje un tanto especial, por no decir extraño, y
miro a mi alrededor para ver si a los escasos seres humanos que en
este momento me hacen compañía les ha llamado la atención esta
rara mujer tanto como a mí, pero nadie parece percatarse ni siquiera
de su presencia. En realidad la única persona visible es el
camarero, que bosteza con cara de aburrimiento apoyado en la barra,
en el interior del bar, al fresquito del aire acondicionado.
Mi asombro es
todavía mayor cuando veo que semejante personaje, se baja del
caballo dando una VOLTERETA y se sienta a mi mesa.
-¿Qué tal? -
pregunta – Hace calor eh.... yo acabo de salir de ENTRENAR y me
apetece una cervecita. Supongo que no te importará que me siente
contigo para tomármela – sin esperar mi respuesta llama al
camarero a voces – Mozooooo una rubia bien fría.
-Perdona ¿nos
conocemos? - consigo preguntar.
-Pues no estoy
segura, pero creo que no. Aunque qué más da, cualquier sitio es
bueno para hacer amistades ¿no te parece?
-No sé.... Además
yo estoy esperando a una amiga y....
-¡Qué bien! ¡Así
seremos tres!
En ese momento
llega el camarero con la cerveza. Alucino por colores cuando veo que
saluda a la chica sin inmutarse por ver su extravagante aspecto.
-Hola Ónice ¿Cómo
te ha ido hoy con la ESPINGARDA? - le pregunta.
-Buf, creo que el
próximo día probaré con una escopeta normal y corriente, para
tirar al plato la espingarda está un poco obsoleta.
El camarero le
sonríe con cara de imbécil, se marcha por donde llegó y ella da
una largo sorbo a las cerveza. Parece que no se percata de mi
asombro.
-¿Se puede saber
quién eres? - pregunto un poco mosqueada.
-Uy es cierto, no me
he presentado, qué poca educación. Me llamo Ónice, es que a mi
madre le gustaban mucho las piedras y yo y mis hermanas tenemos
nombres de piedras, Ónice, Azabache, Feldespato...., era así de
rara la mujer. Se murió hace años en un desgraciado accidente, su
carruaje se despeñó por un barranco y al llegar al fondo, una gran
piedra lo aplastó. Supongo que no le esperaba otro destino. ¿Y a tu
madre qué le gusta?
“Hacer macramé,
no te jode” pienso para mi misma, respuesta estúpida, para
pregunta igualmente estúpida. Porque a ver qué leches le interesa a
esta excéntrica lo que gusta o deja de gustar a mi madre.
La verdad es que la
situación es tan absurda que no sé si ponerme a llorar o si
echarme a REIR. El calor aumenta por momentos, siento cómo las
gotitas de sudor resbalan por mi cara y como el cerebro se me nubla
intermitentemente. Y mi amiga sigue retrasándose. Y yo aquí sentada
con esta loca.
-¿De dónde sales?
- pregunto estúpidamente.
Ónice da un
mordisco a su chorizo criollo, luego me ofrece y yo rechazo la
invitación sintiendo que un vómito pugna por salir de mi estómago
y recorrer mi tubo digestivo.
-¿De dónde voy a
salir? Soy la novia de Gandalf, del Señor de los Anillos. Me escapo
de la película de vez en cuando porque hacer siempre lo mismo es muy
aburrido y desde que descubrí el club ese de tiro al plato...
-¡Bueno, basta ya!
- grito con todas las fuerzas de las que fui capaz – esto es
absurdo. ¿Dónde está la cámara oculta?
-Tranquila chica,
no entiendo por qué te pones así. O sea que la gente hace amistades
charlando con desconocidos por internet y sin embargo se sienta una
al lado de alguien para intentar charlar tranquilamente y eso provoca
escándalo. La verdad es que la gente normal es un poco rara, los que
vivimos en las películas....
-Pero qué películas
ni qué niño muerto. No pretenderás que me crea todas esas
tonterías. Haz el favor de dejarme en paz, y para ya de comer ese
chorizo grasiento, que me está poniendo mala.
-Si mujer, era lo
que me faltaba, todo el tiempo comienzo muslo de pollo con verduras
amargas, una escena tras otra, y ahora voy a dejar de comer mi
chorizo criollo porque tú te empeñes. Cálmate un poco y cultivemos
nuestra amistad. Por cierto no me has dicho tu nombre.
Su calma chicha me
pone cada vez más nerviosa, y entre los nervios y el calor siento
que me va dar un síncope de un momento a otro. Mi cabeza comienza a
nublarse y poco a poco todo se va volviendo negro, hasta que mi
cuerpo se derrumba en el asfalto de forma brusca e inevitable.
Cuando vuelvo en mi,
a salvo del sofocante calor, en el interior de la cafetería, me
encuentro con mi adorada amiga dándome aire con un abanico de
colores tan chillones que casi me provoca un nuevo desmayo. Obviando
el detalle busco con la mirada a la loca con la que unos minutos
antes había compartido mesa y mantel.
-¿Dónde está? -
pregunto.
-¿Dónde está
quién? - pregunta a su vez mi amiga
-La muchacha que
estaba conmigo.- respondo.
-Contigo no había
nadie más que yo y créeme que me alarmé, porque llevabas un rato
diciendo unas tonterías.... mirándome como si fuera una
extraterrestre y hablando no sé qué sobre un chorizo criollo.
Estabas delirando
Es un alivio para mí
darme cuenta de que la excéntrica muchacha que me había acompañado
unos minutos antes no ha sido más que fruto de mis delirios. Tiene
razón mi amiga, el calor no me sienta bien, pero ya más recuperada
después de tomarme un vasito de agua y permanecer un rato al fresco
del aire acondicionado, salimos de nuevo a la calle dispuestas a
marchar a su casa y permanecer allí hasta que la noche suavice un
poco el ambiente. Antes de entrar en el coche de mi amiga recojo del
suelo un trozo de piel de conejo. Levanto la mirada y a lo lejos creo
divisar un caballo blanco con su jinete que se alejan galopando en
medio de la avenida. Creo que voy a adelantar mi regreso a Asturias.
Definitivamente el calor me está volviendo tarumba.
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