Ana
se despertó cuando el sol empezaba ya a colarse por los diminutos
agujeros de las persianas, proyectando sus sombras en la pared del
fondo. El calor que les estaba acompañando durante los últimos
quince días no había mermado en absoluto. Su cuerpo, como todas las
mañanas, estaba sudoroso y pegajoso, pidiendo a gritos una ducha, a
pesar de que el alivio sería sólo momentáneo y la sensación
bochornosa volvería aparecer en cuanto saliera de la bañera. Se
incorporó y se sentó en la cama, dándose unos minutos para que su
mente se despejara del todo. Se dio cuenta de que de la radio
despertador no había salido la alegre musiquilla de todos los días
y la miró. No funcionaba, qué raro. Accionó el interruptor de la
luz y ésta no se encendió. De nuevo habían cortado la corriente.
Ponían la excusa de que con tanto aire acondicionado funcionando la
red eléctrica de la ciudad se veía afectada y ello les obligaba a
practicar cortes de luz a la hora que les venía en gana y sin
avisar.
Ana
decidió que no se iba a cabrear ya a primera hora de la
mañana. Al día siguiente empezaban sus merecidas vacaciones, era su
último día de trabajo, así que no estaba dispuesta a que nadie ni
nada pudiera molestarla. Se dirigió al baño, se metió en la
ducha y cuando abrió el grifo....no salió ni una gota de agua. No
podía ser posible. También cortaban el agua, genial. Tendría que
ir a trabajar sin ducharse. Imposible, no estaba dispuesta a aguantar
semejante incomodidad durante toda la mañana. Se dirigió a la
nevera y sacó de ella la última botella de agua que le quedaba. No
estaba demasiado fría, señal de que el corte de electricidad no
había sido reciente. Se vació la botella de agua por encima y se
lavó como pudo. Por lo menos se notaba un poco más fresca. No se
entretuvo en desayunar, no tenía tiempo, así que salió disparada
de casa y llamó al ascensor. Cuando estaba pulsando el botón se
preguntó a si misma qué es lo que estaba haciendo si habían
cortado el suministro eléctrico, la costumbre, claro. Tendría que
bajar los ocho pisos que la separaban de la calle andando. Bueno, al
fin y al cabo peor sería si los tuviera que subir. Esperaba que al
regreso del trabajo ya estuviera restablecido el servicio eléctrico
y no tener que hacerlo.
Al
salir a la calle la sorprendió la extraña calma que flotaba en el
ambiente, una calma artificial, casi diría que insana. Apenas
circulaban coches, tampoco se veía gente. Por un momento Ana pensó
que se había equivocado de día y que se había levantado de la cama
para ir a la oficina en domingo, pero luego recapituló, domingo
había sido ayer, había ido a la playa con su novio y después al
cine. ¿Qué ocurría entonces? ¿por qué parecía no existir nadie
más en la ciudad que ella misma?
Una
indefinible inquietud se apoderó de ella, mientras aumentaba la
rapidez de sus pasos para llegar a la oficina cuanto antes, a ver si
alguno de sus compañeros podía explicarle qué estaba pasando. Al
entrar en el luminoso recinto que constituía su lugar de trabajo se
encontró con la desagradable sorpresa de que tampoco allí había
nadie. Miró el reloj, pasaban unos minutos de las nueve. A esas
horas solían estar ya todos en sus puestos. Definitivamente algo
raro estaba ocurriendo. Parecía como si alguien o algo hubiera
borrado la vida humana de la faz de la tierra. La muchacha salió de
la oficina apresurada y nerviosa, aunque sin saber a dónde ir ni qué
hacer. Sacó el móvil del bolso y marcó como pudo el número de su
novio. Una voz le informó de que estaba apagado o fuera de
cobertura. Miró a su alrededor, intentando tranquilizarse. Aquella
extraña situación, la tensa calma que la envolvía, tenía que
tener una explicación lógica que a ella, por algún motivo u otro,
se le estaba escapando. De pronto le pareció ver, a lo lejos, a una
persona saliendo de un coche.
-¡Eh,
eh, oiga! ¡Espere! -llamó iniciando una loca carrera hacia el único
ser humano que parecía existir en la ciudad.
Pero
cuando llegó su decepción fue suprema y su desesperación no hizo
más que aumentar. La puerta del coche permanecía abierta y allí lo
único que había era un pequeño charco de agua que pronto
desapareció evaporado por el horrible calor. Ana se lo quedó
mirando perpleja, mientras una descabellada idea iba tomando forma en
su mente. La persona que había visto salir del coche....¡se había
derretido! No, no era posible, hacía muchísimo calor pero......la
gente no desaparece así, de una forma tan absurda, ¿o si? Ana se
miró los pies y vio como se iban licuando poco a poco. Quiso gritar,
pero ya de su garganta no salía sonido alguno....
Se
incorporó bruscamente en la cama. Las gotas de sudor recorrían todo
su cuerpo, mientras el corazón le golpeaba en el pecho con una furia
desconocida. Se recostó, apoyando la espalda en la cabezera de la
cama, mientras toda ella volvía a la normalidad. Había tenido una
horrible pesadilla. Había soñado que la gente se derretía, un
sueño, por otra parte, nada anormal, teniendo en cuenta la
desagradable ola de calor que estaban sufriendo en los últimos días.
Se levantó y fue al baño. Cuando abrió el grifo de la ducha no
salió ni una gota de agua. Una oleada de inquietud la recorrió de
arriba a abajo y algo la impulsó a huir, sin saber muy bien de qué.
Cuando pulsó el botón de llamada del ascensor se dio cuenta de que
tampoco había electricidad. Entró nuevamente en la casa. Se acercó
a la ventana y miró hacia fuera; no se veía un alma. De pronto
aquella extraña sensación en los pies.... A los pocos segundos en
el suelo sólo había un gran charco de agua.
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