El amor comienza a rondar la Pensión de la Media Estrella ¿A quién tocará?
Gracias a las
acertadas gestiones de su madre, a la muchacha le llovieron ofertas
de televisión, aunque apenas tenía soltura de palabra; le
ofrecieron grabar un disco, a pesar de que cantaba peor que una
gallina cloqueando y actuó como actriz en una película, que tardó
en rodarse el doble de tiempo debido a su torpeza innata.
Ante semejante
éxito vital la ciudad se le quedó pequeña y decidió trasladarse a
la capital con su madre y hermanas. El día de su partida se acercó
a Antoñito y le habló muy sinceramente:
-No te he
invitado a venirte con nosotras porque supongo que no querrás.
Además, ya sabes que ninguna de nosotras aguantamos tus rarezas,
aunque en el fondo te queremos. Quédate con la casa, es para ti, a
nosotras no va a hacernos falta ya que no volveremos a esta ciudad,
y yo tengo ya más dinero del que seguramente tú llegues a ganar en
toda tu vida.
Allí se quedó
Antoñito, solo, sin saber qué hacer, sintiendo por momentos como
las paredes de su solitario hogar se le venían encima. No podía
seguir así. Necesitaba con urgencia alguien que lo cuidara, que
atendiera sus necesidades básicas. En la fábrica de confeti un
compañero le habló de una discreta y agradable pensión en la calle
del Huerto número seis.
-La dueña es
una mujer horrorosa, con pinta de enano y cara de caballo, búscala y
no tendrás pérdida. Dicen que es amable y que atiende a sus
huéspedes de lo mejorcito.
Después de
mucho pensarlo, Antoñito decidió seguir el consejo de su amigo. Y
allí estaba, dispuesto a poner fin a una etapa de su vida. Terminó
de hacer su maleta y después de pasear una melancólica mirada por
la casa vacía, salió y echó la llave con la intención de no
volver jamás por allí.
No fue difícil
dar con la pensión. Según puso el pié dentro su mirada se cruzó
con la de un ser extremadamente feo que le recibió con una grata
sonrisa. Era la dueña, sin duda.
-Buenas tardes -
saludó Silvana - ¿deseaba una habitación?
-Si, una
habitación y lo demás. Es decir, tengo intención de hacer de su
adorable pensión mi refugio permanente.
Silvana se
maravilló de la excelente oratoria de aquel muchacho con cara de
topillo, fruto, sin duda alguna, de horas de estudio y lectura a
media luz, y se sorprendió de que por tercera vez en poco tiempo la
suerte le regalara un nuevo inquilino permanente.
-Por supuesto -
le respondió contenta- aquí le atenderemos estupendamente.
-Bien, y ¿cuánto
tendré que pagarle?
-Cinco mil a la
semana, todo incluido por supuesto, ah y ....dos mil de adelanto, a
pagar ahora mismo si no le importa.
Él sonrió
dejando a la vista sus dientes amarillentos y llevando la mano a la
cartera sacó las dos mil pesetas y se las entregó a la mujer.
-Claro que no me
importa -le dijo - ¿cómo había de importarme adelantarle ese
dinero a una persona tan agradable como usted?
Silvana se
ruborizó sin saber qué decir. Hacía años que un hombre no le
dedicaba cumplido semejante y lo agradecía, aunque viniera de parte
de alguien tan poco atractivo. Hizo subir a Antoñito al piso de
arriba y le enseñó su cuarto, algo más pequeño y no tan luminoso
como los de los otros huéspedes, porque daba a la parte de atrás
del edificio, pero igualmente limpio y acogedor.
-Muchas gracias,
señorita - le dijo el muchacho cuando se hubo acomodado - ¿o debo
llamarle señora?
-Silvana es mi
nombre, llámeme así. Y dígame, si no es indiscreción ¿cómo ha
sabido de mi pensión? ¿ la ha encontrado por casualidad?
El muchacho
sonrió de nuevo antes de hablar.
-¿Por
casualidad? Ni mucho menos. Me hablaron de ella y muy bien por
cierto. Sepa usted que su hospedaje está alcanzado gran fama en la
ciudad, no sólo por su limpieza y pulcritud, que eso está a la
vista, sino, repito, por las exquisitas atenciones con que agasaja
usted a sus clientes.
La mujer sintió
como un remolino de calor acariciaba su cara por la satisfacción que
le producían las halagadoras palabras de su huésped.
-Bueno, eso es
cierto – repuso – yo trato a mis huéspedes como nadie, se lo
aseguro. Pronto podrá comprobarlo.
-¿Pronto? Pero
si ya lo estoy comprobando en este momento.
Sonrió de
nuevo complacida Silvana, pensando en que era una pena que un joven
tan galante y educado gozara de tan poco atractivo físico.
-Es usted muy
amable. Ahora le dejo, que querrá acomodarse. Y encantada de
conocerle.
Antoñito tomó
la mano de la mujer y la besó galantemente.
-Encantado yo,
Doña Silvana. Ah y por cierto, me llamo Antonio, Antoñito para los
amigos.
-Pues muy bien -
dijo la mujer retirando la mano tímidamente - a las ocho y media
servimos la cena. El comedor está en la planta baja.
Y dicho esto dio
media vuelta y se fue.
Antoñito se
integró muy pronto en el reducido grupo de habitantes de la pensión.
Como era simpático, educado y buen orador, pronto lo invitaron a
compartir sus sobremesas nocturnas, que con su llegada ganaron en las
formas y en el fondo. El muchacho no dudó en compartir con sus tres
nuevos amigos los conocimientos adquiridos a lo largo de sus años de
aprendizaje autodidacta. Ellos, por su parte, admiraban profundamente
su forma delicada de hablar, sus ademanes finos, sus amplios
conocimientos sobre cualquier tema que tocara....lo escuchaban
embobados y cuando él no estaba presente comentaban la suerte que
habían tenido al haber caído entre ellos un hombre tan culturizado
del que tanto podían llegar a aprender.
Cierta tarde de
domingo, en la que las mujeres habían salido a dar un paseo, Don
Angel y Antoñito se reunieron en la salita de estar y comenzaron una
de sus habituales charlas. Entre palabrería barata descubrieron que
tenían una afición común: los toros. En cuanto el muchacho hizo
referencia al mundo taurino Don Angel recordó aquel amor jamás
correspondido y su mirada se impregnó de recuerdos. Antoñito le
hablaba sobre los pases taurinos y acompañaba su discurso con gestos
de lo más elocuentes. De pié, en el medio de la estancia, su cuerpo
se movía al ritmo de un toro imaginario. Fue en aquel momento cuando
Don Angel se percató de su virilidad, de su cuerpo masculino, y al
imaginárselo desnudo, calentando su lecho, no pudo contener una
excitación que intentó disimular como pudo. Se estaba enamorando
del muchacho, por fin el amor volvía llamar a su puerta.
Desde aquel día,
Don Angel concentró todos sus esfuerzos en atraer la atención de su
amado. Roces forzados de manos, miradas provocadoras, palabras
murmuradas a media luz, pero Antoñito no se daba cuenta o parecía
no querer dársela, para desesperación del otro, que veía como
todos sus esfuerzos caían en saco roto. Influenciado por la
erudición del ser que consideraba su enamorado, hizo de Bécquer, al
que consideraba escritor romántico por excelencia, su aliado,
recitando sus rimas en las noches de tertulia con profundo frenesí,
ante el regocijo de las dos mujeres y el asombro de Antoñito, que
comenzó a pensar que su compañero sufría alguna especie de
enfermedad mental. No le faltó tiempo para consultarlo en uno de sus
libros, más como no encontró nada que pudiera relacionar con el
comportamiento estúpido de su amigo, lo dejó pasar, no sin dejar de
observarlo por si aquellos alarmantes síntomas de idiotez se
acentuaban.
Por otra parte,
el negocio de la agencia de viajes iba viento en popa. Dolores había
tenido la brillante idea de ponerse ella misma de reclamo
publicitario, ya que tanto éxito tenía entre el caduco personal
masculino asiduo a las excursiones. Se hizo unas hermosas fotos en un
estudio de un conocido suyo, el cual se las vio y se las deseó para
que aquella mujer mostrara no sólo su mejor sonrisa, sino también
su mirada más sugerente. Al final desistió en aquella tarea harto
imposible. Vistió a la mujer de las maneras más variopintas,
intentando que sus torcidos ojos no llamaran mucho la atención. El
trabajo no quedó del todo mal y las enormes fotos a tamaño natural
cubrieron los escaparates de la agencia invitando a los transeúntes
a viajar. El éxito de la campaña fue descomunal, las solicitudes de
excursiones se multiplicaron por seis.. Don Angel pensó que era el
momento propicio para ampliar el negocio. Compró dos autobuses y
contrató otra guía turística que descargara un poco a Dolores del
extenuante trabajo con el que se enfrentaba cada día. Necesitaba
también alguien que le echara una mano en la oficina y no se le
ocurrió otra cosa que proponérselo a Antoñito el cual, en
numerosas ocasiones, le había comentado su intención de abandonar
la fábrica de confeti en cuanto le ofrecieran algo mejor. Aquella
misma noche, durante la cena, propuso a su enamorado el cambio de
trabajo, argumentando que no sólo necesitaba alguien que le ayudara
sin más, sino que deseaba contratar a una persona con cierta cultura
geográfica, no sólo de España, también del resto del mundo, para
el caso, más que hipotético, de que el negocio siguiera su curso y
tuvieran que organizar viajes al extranjero.
-Me halaga que
me hagas esa propuesta - respondió Antoñito - y ten por seguro que
has dado con el hombre adecuado.
De esta manera
quedó sellada su relación laboral. Para celebrarlo Silvana abrió
unas botellas de champan y todos brindaron por la prosperidad del
negocio.
Aquella noche,
en la soledad de su habitación, Silvana se vio presa de una profunda
melancolía. Sabía que no había lugar para ello. Acababan de
celebrar la buena marcha de la agencia de Don Angel. Si las cosas
marchaban bien para sus huéspedes, ya sus amigos, casi su familia,
para ella también. Por eso no entendía por qué a veces se
instalaba dentro de su corazón una desazón que la ponía triste
hasta hacerla llorar. Abrió el cajón de su mesita de noche y sacó
la postal que hacía ya bastantes años le había enviado su hijo
Paquiyo desde Pekín de la China (en realidad desde Almendralejo,
pero ella jamás se había dado cuenta). Estaba ajada y medio
amarillenta por el paso del tiempo; las letras se desdibujaban. Qué
importaba eso. Silvana la apretó contra su pecho, mientras una
lágrima se escapaba de sus ojos y resbalando por su mejilla caía y
se perdía en su regazo.
-Ay mi Paquiyo,
¿dónde estarás? no sabes cuánto te echo de menos.
A pesar de que el
muchacho le había prometido enviarle una postal desde cada lugar
donde actuaran, jamás recibió otra que aquella primera que con
tanto cariño guardaba. Bien es verdad que los quehaceres cotidianos
conseguían mitigar, e incluso suprimir por momentos, la pena que
sentía por la marcha de su hijo, pero en ocasiones el desasosiego
volvía a hacer acto de presencia, sobre todo en momentos felices,
aquellos que tanto le hubiera gustado compartir con su muchachito.
Finalmente guardó la postal en su rincón del cajón y se durmió.
Soñó con su adorado hijo, lo vio en sus actuaciones por el mundo,
cosechando éxitos, recogiendo aplausos y, aún en sueños, su
sonrisa equina endulzó un poco su picasiano rostro.
*
Antoñito
comenzó con renovadas ilusiones su nueva aventura laboral. Trabajar
en una oficina era mucho más grato que la maldita fábrica de
confeti. El problema era que de geografía sabía más bien poco,
pues su especialidad siempre habían sido las ciencias. Mas su
carencia la arregló como siempre, comprándose una enciclopedia de
geografía mundial. Era tal su desconocimiento en la materia que se
sorprendió grandemente cuando leyó que la capital de Argentina era
Buenos Aires y no Río de Janeiro, como siempre había pensado, o
que había un mar al que llamaban Muerto. Mucho más grave era situar
el Teide en los Montes Pirineos. A pesar de su ignorancia, no tardó
en ponerse al día y ello contribuyó a hacer que se sintiera
especialmente orgulloso de su nuevo trabajo. Además, su
incorporación a la agencia aportó algo mucho más novedoso a su
vida. Por primera vez se sintió atraído por una mujer. Y es que el
trato diario y tan cercano con doña Dolores, observar su extrema
simpatía, lo delicadamente que trataba al público y lo mucho que
los viejetes la querían, le hicieron verla con otros ojos, de tal
forma que sintió despertar en su corazón un cariño desmesurado por
aquella mujer de voz suave y mirada soñadora. Nunca antes se había
relacionado con fémina alguna, no sabía lo que era un beso pasional
o una caricia cargada de erotismo, nunca había disfrutado del placer
del sexo, era por ello que, aunque conforme pasaba el tiempo su amor
crecía por momentos, no encontraba momento de declarárselo a su
amada. Sólo era capaz de sentarse a su lado en las reuniones
nocturnas, de sonreirle con ternura o de guiñarle uno de sus ojos de
topo cuando le miraba, nada más. Ensayaba delante del espejo las
palabras, las maneras, elegía la hora, el momento preciso y
precioso, pero cuando éste llegaba algo en su interior se lo
impedía. Tenía que decidirse, debía reunir el suficiente valor, no
podía dejar escapar su amor.
Dolores comentó
con Silvana algo que venía notando desde hacía una larga temporada:
Antoñito estaba extraño con ella. No sabría decir el motivo, tal
vez le había molestado algo que ella había hecho, o tal vez, y esa
era la sospecha que cobraba más peso, él se sintiera atraído por
sus encantos. Silvana no dijo nada ante tal afirmación, pues por más
que miraba y remiraba a su amiga no le encontraba encanto alguno, al
menos físicamente, únicamente se limitó a quitarle importancia al
asunto.
-Si a mi me
parece que el Antoñito es de la otra acera – le dijo a su amiga.
Dolores soltó
una carcajada.
-Estás
equivocada Silvana, y para que veas que lo que yo digo es cierto,
fíjate esta noche, cuando nos reunamos los cuatro, en los gestos que
me hace y en su actitud conmigo. Ya verás
Mas no hubo
oportunidad para ello. Antoñito se presentó a la acostumbrada
tertulia, tarde, mal y a rastro, sin mostrar el menor interés por
Dolores y con una cara de angustia que acentuaba aún más sus rasgos
menudos. Acababa de ocurrirle algo impactante.
*
Aquella tarde,
cuando regresó del trabajo, Antoñito se metió en su cuarto y se
sentó en la cama con gesto desesperado. Ya no sabía qué hacer con
Dolores. Por más que intentaba demostrarle sus sentimientos con
gestos disimulados ella no se daba por aludida. La amaba con una
pasión desenfrenada, deseaba poder tenerla entre sus brazos,
besarla, acariciar su grácil cuerpo, contemplar con embeleso su
dulce mirada, pero no se atrevía a dar el primer paso.
-Tengo que
contárselo a alguien o reviento – se dijo en voz alta – se lo
contaré a Angel, él seguro que podrá darme consejo
El mero hecho de
poder compartir su amor secreto con alguien calmó un poco su
inquietud. Fue a la habitación de su amigo y jefe y llamó a la
puerta con dos golpes suaves. Angel preguntó quién era y cuando él
le contestó, abrió la puerta. Se encontraba en ropa interior. Se
excusó diciendo que se estaba preparando para bajar a cenar.
Antoñito no se anduvo con rodeos y le contó lo que sentía por
Dolores y sus miedos a la hora de dar un paso más. Su sincera
confesión produjo en Angel una desilusión tan grande que le dio un
mareo y tuvo que agarrarse a la cabecera de la cama para no caer.
Antoñito estaba enamorado de una mujer con la que le pasaba
exactamente lo mismo que a Don Ángel con él. Se le encogió el
corazón, pero su mente se puso a trabajar a mil por hora buscando
una solución. Antoñito hablaba, pero él no le escuchaba. Con la
mirada perdida en el vacío se levantó de la cama, donde se había
sentado, y se dirigió al pequeño balconcillo que daba a la calle.
Antoñito enmudeció ante la falta de interés de su interlocutor y
se lo quedó mirando atónito. Decididamente a aquel hombre le estaba
dando alguna especie de chifladura. Don Ángel estuvo unos minutos
mirando absorto al cielo, hasta que finalmente una lucecilla se
encendió en su cerebro. Se dio la vuelta y obsequió a su amado con
la mejor de sus sonrisas.
-Antoñito ¿has
estado alguna vez con alguna mujer? Me refiero a....íntimamente.
El muchacho negó
con la cabeza mientras veía que el otro se acercaba a él con paso
lento sin apartar la mirada de sus ojos, a la vez que se pasaba la
lengua por los labios con lascivia y un bulto sospechoso iba
creciendo en su calzoncillo. Asustado, Antoñito salió huyendo hacía
su cuarto y en él se encerró, temeroso de que aquel degenerado le
persiguiera. Había acudido a él en busca de ayuda y sólo había
conseguido añadir un nuevo problema a su convulsionada mente. Jamás
había pensado que su jefe, su amigo, tuviese semejantes
inclinaciones y mucho menos con él. Al cabo de un rato salió
despacio de su cuarto y fue a la salita, donde las dos mujeres
esperaban que los varones acudieran a la tertulia de todas las
noches.
-Menos mal que
vienes, Antoñito, ya pensamos que no ibais a bajar y estábamos
apenadísimas temiendo no poder disfrutar de los discursos que nos
brindas a diario -le dijo Silvana con evidente peloteo - ¿No viene
Ángel?
-No sé, ¿me
puede hacer usted una manzanilla? Es que no me encuentro nada bien.
-Pero ¿qué
te pasa? ¿estás enfermo? ¿quieres que llame al médico?- preguntó
Silvana alarmada.
-Que va, no
se preocupe, simplemente algo me debe haber sentado mal y tengo el
estómago un poco pesado.
Silvana hizo la
manzanilla a su huésped, que después de tomársela rápidamente se
fue de nuevo a su cuarto con el corazón encogido y la lengua
quemada.
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