Dos meses y medio
tuvo que pasar el pobre José en el hospital, durante los cuales
Silvana no se separó de su lado, y el cariño que fue sintiendo por
ella se tornó irremediablemente en amor, pues, a pesar de ser
horrenda, también era la mujer más buena y tierna que el hombre
hubiera conocido jamás. El mismo día que regresó a la pensión,
durante la fiesta de bienvenida que sus habitantes le prepararon,
José pidió en matrimonio a Silvana, y Paquiyo pidió perdón a José
por la brutal paliza que le había propinado. Por fin todos estaban
contentos y felices, sin sospechar que nubes negras se divisaban por
el horizonte.
La boda fue un
sábado soleado y luminoso de agosto. A ella acudieron más de
quinientos invitados procedentes de toda la provincia, la mayoría de
ellos pertenecientes al mundo de la hostelería y del circo. La
novia, con su traje de volantes, parecía una enana en traje de
ballet y el hombre con un chaqué que le quedaba dos tallas grandes,
semejaba un mago de circo, o por lo menos eso era lo que creía Paco,
seguramente por deformación profesional. Todo salió a la
perfección, y al día siguiente nuestra pareja inició su viaje de
luna de miel, rumbo a un destino incierto.
*
Por aquel
entonces a Antoñito le rondaba por la cabeza la idea de vender su
piso. Tenía claro que no iba a volver allí, le traía demasiados
recuerdos, además en la pensión se encontraba muy a gusto.
Así pues colocó
unos enormes carteles en la agencia anunciando la venta. No tuvo que
esperar demasiado. Una tarde entró en la oficina un hombre con
aspecto sumamente siniestro y puerco. Antoñito, que no se distinguía
precisamente por ser demasiado aseado, pensó con firmeza que aquel
hombre era un marrano, dada la extrema suciedad de sus ropas e
incluso de las partes de su cuerpo que estaban a la vista. Al
principio el muchacho sintió miedo creyendo que un maleante había
puesto los pies en su oficina con intenciones de atracarle, mas
cuando lo escuchó hablar dejó de pensar que era un malhechor y en
cambio sí se le ocurrió que podía ser un chiflado.
-A las buenas
tardes – dijo el desconocido - venía a por la compra del piso.
Antoñito le
miró con incredulidad.
-Ya sé que
tengo mala pinta – continuó diciendo el hombre – pero es que
acabo de llegar de un viaje muy largo, mucho, y todavía no he tenido
tiempo a cambiarme de ropa. Pero a ver, ¿quién vende el piso?
-Yo mismo.
-Pues me
gustaría verlo si a “usté” no le importa. ¿Cuándo podemos
quedar?
El chico vaciló
un rato. Quería vender su piso, pero no a aquel hombre. Sólo cuando
le vio meter la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacar
de allí el fajo de billetes más gordo que había visto en su vida,
sonrió con sus dientes de castor y accedió gustoso a concertar una
cita con aquel ser maloliente.
-¿Le parece
bien mañana a las cinco?- le preguntó mientras garabateaba en un
papel la dirección del piso en cuestión.
Al día
siguiente, el hombre acudió a la cita con la intención de salir de
allí como propietario. Mientras Antoñito le enseñaba el piso,
medio destartalado, el viejo asentía con interés pareciendo no
importarle el mal estado en que se encontraba el inmueble.
-Me gusta –
dijo finalmente el viejo – y dígame ¿cuánto me pide usted?
A Antoñito no
terminaba de gustarle el hombre, por eso no dudó ni un instante en
pedir un precio desorbitado con la pretensión de disuadirlo de la
compra.
-Como
comprenderá usted, dadas las excelente condiciones en que se
encuentra la vivienda, no va a ser barata. No se la dejaré por menos
de siete millones de pesetas.
El viejo
sacó los billetes del bolsillo de su pantalón, como había hecho
del día anterior y poniéndolos sobre aquella mesa de cocina se
creyó ya el nuevo dueño del piso.
-Ahí tiene
usted.- dijo – deme las llaves y no se hable más.
Antoñito,
medio asustado por el cariz que tomaban los acontecimientos, desplegó
toda su fantástica oratoria y sus conocimientos de derecho, que no
eran demasiados, pero si suficientes para retrasar al máximo el
temido momento de la que parecía inevitable venta.
-Verá, yo no
se de dónde viene usted ni los conocimientos que tiene sobre las
transacciones comerciales en este país, aunque sospecho que no
muchos, e incluso me atrevería a decir, con todos mis respetos, que
nulos. Las leyes que rigen la compraventa de inmuebles establecen al
menos dos cosas que nos estamos pasando por alto, la primera es que
vendedor y comprador se tienen que dar un período no inferior a diez
días ni superior a veinte para que ambos reflexionen sobre la
conveniencia y sobre todo, sobre el convencimiento de cada uno para
llevar a cabo la venta; por otro lado, una vez pasado ese período y
si ambos continúan interesados en el negocio, éste tendrá que
pasar por la supervisión de diversos organismos que deberán
comprobar su legalidad, desde Hacienda, hasta la compañía de aguas
e incluso necesitará ser revisado por algún albañil que
certifique las obras necesarias para su remodelación, hasta
finalmente llegar al notario que es quien, si lo ve conveniente,
concretará la compraventa. Todos estos trámites son absolutamente
obligatorios, so pena de cometer un delito castigado con tres o
cuatro años de cárcel, o incluso más, dependiendo del valor del
inmueble.
-Vaya, siendo
así habrá que esperar. Pero ya que hemos sellado un pacto le voy a
invitar a unos vinos y aprovecharé para hacer unas pesquisas. Estoy
buscando a alguien y es probable que usted pueda ayudarme.
- Acepto ese
vino y pregunte lo que desee, que yo de esta ciudad sé mucho.
En la tasca
de la esquina, Antoñito y su compañero se sentaron ante una
mugrienta mesa de madera y pidieron sendos chatos de vino,
dispuestos, el uno a hablar y el otro a escuchar.
-Pues verá
“usté” -comenzó – ni nombre es Oliverio Hernández y como
habrá podido “oservar” soy de raza gitana. Yo era un
delincuente y un mal día me atrapó la guardia civil. Me encerraron
en prisión y meses más tarde se celebró el juicio. Fue entonces
cuando la conocí. La mujer más fea que vi en mi vida. Con ojos de
sapo, dientes de caballo y cuerpo de foca, aquella mujer era la juez
encargada de mi caso, a la que no se me ocurrió otra cosa que
echarle un galante piropo a la salida de la sala de vistas, más por
quedar bien que por otra cosa.
Hizo una pausa
y sacó un paquete de tabaco del bolsillo de la camisa. Encendió un
cigarrillo bajo la mirada atenta de Antoñito, al que la historia que
estaba escuchando le parecía vagamente conocida.
El viejo dio
una profunda calada a su pitillo y prosiguió su relato.
-La mujer se
enamoró de mí como una estúpida y me condenó a presentarme en su
despacho todos los días por la mañana, no recuerdo bien la hora.
Pensé que estaba loca, lo pensó todo el mundo, pero yo tan
contento. Luego descubrí que lo que aquella chiflada quería era que
le echara unos buenos polvos y no me extraña, con semejante “fealdá”
no creo que encontrase con “facilidá” ningún hombre dispuesto a
ello y yo, a cambio de no ir a parar a chirona, hubiera hecho
cualquier cosa.
A aquellas
alturas del cuento, Antoñito ya había descubierto que aquella
historia era la vida de Silvana y que, evidentemente, el siniestro
caballero que tenía en frente era el gitano que la había
abandonado, el padre de Paquiyo. Presentía que el hombre no había
regresado para nada bueno y quería adivinar sus intenciones.
El gitano
siguió relatando lo que Antoñito ya conocía, hasta que llegó la
parte desconocida y el muchacho escuchó con curiosidad
-Embarqué como
polizonte en un barco rumbo a la Argentina. Al principio me puse muy
contento creyendo que allí podría empezar una vida nueva, pero
durante muchos años no conseguí levantar cabeza, todo me salía mal
y en muchos momentos me vi en la calle y sin dinero, mendigando para
poder comer y durmiendo en cualquier esquina. Hasta que me di cuenta
de que era ella. Ella, resentida por mi abandono, había averiguado
mi paradero y movido los hilos para que yo no pudiera salir adelante.
Ella era jueza, y de las buenas. Hasta creo recordar que su padre
también lo era. Tenían influencias y las usaron para joderme la
vida. Pero le salió la cosa mal. Finalmente conseguí fundar mi
propio negocio. Me convertí en buhonero. Vendía mi mercancía por
las calles más transitadas de la ciudad, de todo, desde ropa
interior hasta relojes despertadores. Con los años pude dejar de
deambular e “istalarme” en mi propia tienda. Me fue bien, tanto
que me convertí en un hombre rico, mas nunca olvidé mi sed de
venganza contra esa mujer. Supe que tenía una pensión y que vivía
con su hijo. No se me ocurrió mejor venganza que quitárselo, aunque
a decir verdad a mi me importaba una mierda aquel muchacho que
encima, según llegó a mis oídos, era medio retrasado mental. Supe
de su gusto desmesurado por el mundo circense y por ello soborné a
unos titiriteros que actuaban por las calles sin licencia para que se
hicieran con él y me lo entregaran, so pena de denunciarlos a las
autoridades. Parece ser que él se fue con ellos, pero más tarde se
escapó y le perdieron el rastro. Al principio me dio mucha rabia,
pero luego, cuando los ánimos se me fueron calmando, me dije que tal
vez fuera mejor así, que vengar acabaría vengándome y aquí estoy.
He vuelto para verme cara a cara con esa enana horripilante y su
astuto hijo. Se van a enterar de quien soy yo, ya lo creo.
Dio por
concluida la historia de su vida mirando a través de la ventana con
mirada furibunda mientras el pobre Antoñito pensaba en Silvana y en
Paco, víctimas inocentes de aquel desalmado. Tenía que ponerles
sobreaviso y, desde luego, no le vendería su casa a un hombre como
aquel.
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José y Silvana
volvieron de su luna de miel con ánimos renovados, dispuestos a
reanudar su vida de siempre, sobre todo José, que mostraba mucha
ilusión por su nuevo trabajo de botones. Pero lo que no se esperaban
en absoluto era que Antoñito les tuviera guardada tan inesperada
noticia. Así que el gitano asqueroso había vuelto y con ánimos de
venganza, una venganza, por otra parte, absolutamente absurda y sin
sentido. Paquiyo se puso tan furioso que casi le da un ataque. Los
orificios nasales se le dilataron y los ojos amenazaron con salirse
de las órbitas, a la vez que su rostro adquiría una tonalidad
violácea, señal inequívoca de que le faltaba oxígeno, síntomas
que no comenzaron a remitir hasta que se tomó la tila que su mujer
le preparó amorosamente.
-Lo mato, yo lo
mato – repetía sin cesar.
-No me lo puedo
creer – repuso Silvana con voz firme- Ahora que las cosas parecían
encarrilarse y nos iba mejor que nunca, aparece ese personaje para
amargarnos la existencia. Pero si se cree que me va a amedrentar, es
que no me conoce.
-No se preocupe
madre, que yo lo mato.
-Calla Paco, no
digas bobadas, aquí no se va a matar a nadie, pero si es cierto que
tenemos que andar con tiento. Ese hombre no es trigo limpio y por lo
que veo muy astuto. Estoy segura de que sabe mucho más de lo que ha
contado. Voy a hablar con él y preguntarle qué es exactamente lo
que quiere.
Silvana era una
mujer valiente, no cabe duda, así que se presentó muy ufana en la
fonda de mala muerte donde se hospedaba el hombre del que un día se
enamoró perdidamente, aunque en aquel momento se le antojara harto
imposible. Después de que el joven con cara y hechos de imbécil que
estaba en recepción le diese el número de la habitación, la mujer
llamó con suavidad a la puerta. No hubo respuesta. Se dio cuenta de
que estaba entornada y la empujó con suavidad.
-Buenas
tardes Ana, ¿o debo llamarte por ese estúpido nombre que te has
puesto? - dijo el viejo de pronto, al tiempo que giraba el sillón en
el que estaba sentado con tanta brusquedad que poco le faltó para
dar con todo su cuerpo en el suelo.
-Llámame como
te salga de las narices, pero dime qué quieres y déjame en paz.
-Vaya, vaya,
no decías eso hace unos años. Por cierto ¿has venido sola? ¿no te
ha acompañado el asesino ese que te has echado por marido? ¿o tal
vez te está esperando abajo tu amiguito el maricón, ese que
pretende venderme un piso de mierda?
Aquellas
preguntas confirmaron las sospechas de la mujer: el gitano
nauseabundo sabía todo de su vida, o casi todo. Lo que no se
imaginaba él era que la que guardaba el as en la manga era ella.
-No me asustas y
me da igual lo que sepas de mí. Dime de una vez qué quieres.
- Quiero
treinta millones, en billetes de mil, que el verde es mi color
favorito.
-¿Y qué
pasará si no te los doy?
El viejo se
quedó mudo durante un rato. Era tan idiota que jamás pensó en la
posibilidad de que Silvana se negara a darle el dinero y no tenía
preparada ninguna amenaza.
-Pues....pues
si no me los das.....descubriré a todos que te llamas Ana.....y que
tu marido casi mata a un hombre y además.....además le daré una
paliza a tu hijo.
Semejantes
bobadas confirmaron la idea que tenía la mujer sobre la ligera
estupidez que padecía el gitano. Aun así accedió al trato.
-De acuerdo, te
daré el dinero. Dame unos días y lo tendrás.
-Tres días.
Dentro de tres días aquí a la misma hora que hoy.
Silvana dio
media vuelta y marchó sin decir nada más, dejando al gitano
convencido de la fabulosa jugada que acababa de marcarse. Nada más
lejos de la realidad.
El día
acordado, a la hora convenida, Silvana se presentó en la habitación
del gitano sola, llevando consigo el maletín con el dinero. Pero
sólo eran apariencias, puesto que ni iba sola, ni en el maletín de
piel de asno que portaba, había dinero alguno. Durante aquellos tres
días había movido todos los hilos posibles, que eran muchos, aunque
ni ella misma terminara de creérselo. Se sorprendió gratamente
cuando antiguos colegas de profesión se ofrecieron a ayudarle cuando
ella les planteó su problema. Incluso pudo conectar con la Interpol
y ello irremediablemente significó el fin de Oliverio.
Él la esperaba
en medio de la penumbra, como la otra vez, dibujando en su cara una
media sonrisa triunfal.
-Veo que has
hecho lo que te mandé. Supongo que estará todo el dinero.
-Claro –
dijo la mujer mientras le tendía el maletín – cuéntalo si
quieres.
El gitano tomó
el maletín, lo abrió con parsimonia y se le quedó cara de idiota
cuando comprobó que en el maletín solo había papeles de periódico
cuidadosamente recortados .
-Pero.....¿qué
coño es esto? ¿Te estás burlando de mí?
Se dirigió a
Silvana dispuesto a darle su merecido, pero se paró en seco al ver
entrar por la puerta de la habitación a una pareja de la guardia
civil. Entonces fue Silvana la que habló con regocijo.
-Me has
subestimado viejo idiota. ¿Acaso pensabas que me iba a rendir tan
fácil ante tus estúpidas amenazas? Pues estás equivocado de parte
a parte y para demostrártelo te voy a poner fuera de la circulación
para siempre. Estás buscado por la Interpol por varios delitos
importantes, entre ellos el de asesinar a un mendigo en plena avenida
de Corrientes, un lunes por la tarde a la hora de la siesta. Como
puedes comprobar, si tú sabes mucho de mi vida, a mí me han bastado
tres días para saber lo miserable que ha sido la tuya. Estos señores
te acompañarán al aeropuerto. Si el primer viaje a tu querida
Ultramar lo hiciste en barco, ahora lo harás en avión, con destino
y futuro del todo ciertos. Te pudrirás en la cárcel.
-Por favor
Silvana – dijo de repente el gitano con voz lastimera – ten
piedad de mí, esto era sólo una broma.
-Vete a la
mierda. Y ahora me voy a despachar a gusto.
Se acercó al
hombre y sin mediar palabra le propinó una patada en los huevos que
lo hizo palidecer. Luego dio media vuelta y se marchó por donde
había llegado.
Abajo, en la
calle, la esperaban sus amigos. Juntos aguardaron la salida del
gitano, al que obsequiaron con una buena sarta de improperios.
Paquiyo, que en los últimos días no había podido alejar de su
cabeza la idea de hacerlo fosfatina, se acercó a él y le sacudió
una espectacular patada en sus partes, pero lo hizo con mucha
elegancia, pirueta incluida. Salva decir que el hombre quedó
lisiado, pues semejantes golpes le provocaron una infección
gangrenosa que casi lo lleva al otro barrio. Esta vez el viaje fue
definitivo, pues nunca volvieron a verlo por aquellos parajes.
Así fue como
Silvana se vio libre para siempre del hombre que estuvo a punto de
mandar su vida al garete por dos veces, aunque ni una ni otra, por
suerte, lo consiguió. Ahora le tocaba afrontar con alegría y
esperanza una nueva etapa de su vida, con una marido que la amaba, un
hijo que había recuperado, unos amigos fieles que se habían
convertido en su familia, y un negocio que fue prosperando cada vez
más hasta convertirse en el mejor establecimiento hostelero de la
ciudad. Pero eso forma parte ya de otra historia.
¡Qué novela más cojonuda! Ya sabes todo lo que opino sobre ella, ¿verdad?
ResponderEliminarUn besito