Desde aquel día, siempre que me encontraba con don Ricardo, se me
venía a la mente su imagen alta y espigada saliendo del burdel de
Petra, cargada de dignidad. Y me lo imaginaba con aquella mujer que
habíamos visto, cuyo aspecto vomitivo y repugnante no podía gustar
a nadie y menos teniendo al lado a alguien como Conchita, toda una
dama preciosa y agradable. Muchas veces, antes de ocurrir lo que
ocurrió, había pensado que me gustaría tener algunos años más
para poder cortejarla y hacerla mi esposa, sin pensar en el escollo
de su matrimonio con aquel monstruo, ya me ocuparía yo de sacarlo de
en medio de la manera que fuera.
Al verano siguiente descubrimos la realidad del burdel de Petra de la
mano de Sebas, un primo de mi amigo Federico que había venido del
pueblo a pasar el verano castigado por sus malas notas. Por las
mañanas tenía que ir a clases particulares al Tirso y por las
tardes se apuntaba a nuestras correrías, aunque era unos años mayor
que nosotros, pero éramos los únicos amigos que tenía. A sus oídos
había llegado la existencia del putiferio y un día nos preguntó
por el lugar.
-Está aquí cerca – le dijo su primo –, pero no merece la pena,
las putas que hay allí meten miedo.
Sebas se echó a reír a carcajadas, y cuando terminó de divertirse
nos preguntó si acaso unos mocosos como nosotros habíamos puesto el
pié en semejante lugar, pero no esperó contestación y nos conminó
a que le diéramos la dirección. Ni qué decir tiene que nos
ofrecimos a acompañarle.
-Aquí es – le dijo mi hermano cuando llegamos.
-Muy bien, pues ahora os dais el piro y ni una palabra de esto a tu
madre ¿entendido Fede? O de lo contrario te corto la lengua.
Le vimos entrar y todos pensamos lo mismo. No se nos había podido
presentar oportunidad mejor para saber qué era lo que realmente
ocurría al cruzar el umbral de aquella puerta. Así que de darnos el
piro nada, allí nos quedamos, esperando a que Sebas saliera y nos
contara. Salió al cabo de una hora, cuando ya casi estábamos hartos
de aguardarle, y cuando nos vio allí se echó a reír de nuevo como
un fanfarrón.
-Pero a ver, mocosos – dijo pavoneándose, como si ya fuera un
hombre maduro y experimentado –, ¿qué queréis saber? ¿Cómo se
folla? ¿Qué hacen las putas? ¿Cómo son?
-No, si saber ya sabemos como son – dijo Fede –. Un día vimos
salir a una y era horrorosa.
-Calla, tonto, que no sabes de qué hablas. La única mujer fea que
hay ahí dentro es la mujer de la limpieza. Las demás son bellezas,
mujeres con unas tetas descomunales y unos coños ardientes pidiendo
guerra.
Nos quedamos mudos, ¿qué era aquello de que un coño pidiera
guerra? Sebas se dio cuenta de que no teníamos ni idea de lo que
estaba hablando y no tuvo muchos reparos en darnos las necesarias
explicaciones.
-No tenéis ni idea de qué estoy hablando ¿verdad? Ni siquiera
sabéis lo que es follar... Pues follar es... cuando un hombre se
pone caliente... la polla se le levanta y se la mete a la mujer por
el coño, así...
Y hacía gestos obscenos moviendo las caderas hacia delante y hacia
atrás.
-Y entonces, cuando llegas al final, te sale la leche y te lo pasas
de vicio, y la tipa también, y si no se lo pasa bien ella no pasa
nada, total, es un puta.
Las explicaciones de Sebas no fueron muy ortodoxas. Más bien creo
que nos liaron más nuestra ya enmarañada cabeza, pero al menos
supimos qué era lo que hacían las putas del burdel de Petra.
*
En el mes de septiembre, cuando comenzó el curso, Conchita se
ofreció a ayudarme con las tareas escolares. Yo era buen estudiante,
no necesitaba que nadie me echara una mano y yo creo que la muchacha
se había ofrecido más por aburrimiento que por otra cosa, pero mamá
le dio las gracias y le dijo que sí, que cuando llegara del colegio,
después de la merienda, subiría a hacer los deberes con ella. A mí
no me hacía mucha gracia la idea, pero no me quedó más remedio.
Así fue que comencé a acudir a diario al piso de arriba, desde
donde se podía ver con mucha más claridad el mar de la ría de
Ferrol, y Conchita me ayudaba a estudiar, aunque yo la mitad de las
veces tenía mi mirada fija en la cristalera.
-Teo, te distraes mucho – me decía ella –, tienes que centrarte
más en las tareas, ves una mosca y te despistas.
Yo no decía nada. La miraba durante unos segundos y después fijaba
la vista en el cuaderno y me ponía a lo mío.
Normalmente estábamos solos, pues don Ricardo solía llegar más
tarde del trabajo, a veces incluso se pasaba algunos días fuera,
haciendo maniobras o no se qué. Si llegaba estando yo, me daba las
buenas tardes muy serio y a Conchita le daba un leve beso en los
labios. Después se sentaba en el sillón al lado de la ventana y
encendía su pipa mientras su esposa, solícita, le llevaba las
zapatillas y una copita de algún licor.
Una día de aquellos, no sé por qué, pensé si don Ricardo y
Conchita harían lo mismo que hacía Sebas con las putas. Y si lo
harían mi madre y mi padre, y los padres de Fede. Al principio me
dio un poco de asco, pero luego imaginé a Conchita desnuda y mis
manos acariciando aquel cuerpo femenino que me era desconocido. Un
calor extraño me revolvió el bajo vientre y noté como mi sexo se
endurecía. Entonces entendí lo que Sebas nos había contado aquel
día.
-Teo, Teo ¿qué te pasa? – la voz de Conchita me sacó de mi
ensimismamiento –, estás ido, ¿te encuentras bien?
Su mano acarició mi pelo, como hacía muchas veces, y luego mi
mejilla. Entonces recogí mis cosas y salí de allí pitando.
-Me duele un poco la cabeza – mentí –, creo que me voy a ir para
mi casa.
*
Confieso que en cuestiones de sexo siempre fui un poco bobo. Sentía
curiosidad, como todos mis amigos, pero dar ciertos pasos eran
palabras mayores, sobre todo porque después tendría que confesar
con don Armando, el cura del colegio, que era más malo que la quina.
Según él todo aquel que pecara contra el sexto mandamiento ardería
en los infiernos por toda la eternidad, y a mí semejante posibilidad
no me hacía ninguna gracia. Por eso las sensaciones que me provocaba
Conchita me aterraban, no fuera a ser que por una nimiedad como
aquella me fuera condenar al fuego perpetuo. Sin embargo, al poco
tiempo, me centré en mis estudios y me olvidé un poco del tema
sexual. A mi hermano lo enviaron a un internado en Pontevedra, pues
era muy mal estudiante y papá quería que los frailes lo metieran en
cintura, y la rutina diaria siguió su curso sin mayores novedades.
También mi amigo Fede se marchó a estudiar a La Coruña, ciudad en
la que vivían sus abuelos, así que me quedé prácticamente solo y
sin demasiada posibilidad de diversión.
No fue hasta las vacaciones de Semana Santa que me encontré de nuevo
con Fede. Y traía novedades. Había dejado se ser virgen y me lo
contó entusiasmado. Al parecer había trabado amistad con Carlos
Prieto, un muchacho vecino de sus abuelos, que vivía con su padre
borracho y sus cinco hermanos. Se dedicaba a actividades que rozaban
lo ilegal y el escaso dinero que conseguía se lo gastaba en burdeles
de mala muerte y en licor. Evidentemente los abuelos de Fede le
habían prohibido toda relación con el muchacho, pero él hacía
caso omiso, pues le gustaba el mundo desconocido que el otro le
mostraba.
-Una tarde me llevó al El Papagayo, el burdel más famoso del barrio
chino de La Coruña. La verdad es que las putas que había no eran
nada del otro mundo, al menos nada que se pareciera a lo que mi primo
Sebas contaba, pero bueno, alguna que otra merecía la pena. Yo
escogí a una que se llama Lucrecia, era un poco gorda y le faltaban
dos dientes, pero para probar... bien valía.
-¿Y qué te hizo? – pregunté muerto de envidia.
-Bueno... pues me lo puso duro y después follamos, un par de veces,
aunque me cobró doble la muy ladina.
-¿Cuántas veces fuiste?
-Uf, sólo una. Si mis abuelos se enteran de que estuve allí me
matan. Yo sólo quería saciar mi curiosidad. Pero muerto el perro,
se acabó la rabia.
No entendía yo a qué venía aquella última frase de mi amigo. Pero
el caso es que ya se había estrenado.
-Pues buena la has hecho – le dije –, ahora tendrás que
confesarte y como el cura sea igual a don Armando no te perdona
semejante pecado en la vida.
Federico se echó a reír a carcajada limpia.
-Pero Teo ¿todavía andas con esas? A los hombres se nos perdona
todo. O qué te crees ¿que los curas no follan?
Ni por la mente se me hubiera pasado jamás semejante posibilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario