Fernando se marchó
y yo me quedé sola, dándole vueltas a la cabeza y sin saber muy
bien qué hacer, si acudir a aquella exposición... si marchar a
Galicia con la familia. Marco se había marchado de viaje con unos
amigos, así que no tenía a nadie cerca, ni para hacerme compañía...
ni para controlarme.
Una mañana, dos
días después de la marcha de Fernando, me levanté tarde y mientras
me duchaba me dije que aquel era el día. No quise pensar, no quise
darle vueltas, simplemente decidí que iría a aquella exposición.
Puede que Javier no anduviera por allí, supongo que sería lo más
normal, pero no importaba, yo iba a ir, pasara lo que pasara. Así
pues, tomada la decisión, me vestí de manera informal, con un
pantalón vaquero y una camiseta blanca, peiné cuidadosamente mi
melena, que ahora ya no era rizada, me maquillé ligeramente y cuando
terminé me miré al espejo. La vida me había tratado bien. Tenía
cuarenta y siete años y sentía que estaba en la plenitud de mi
existencia. Todavía me sentía joven y sabía que me quedaban muchas
cosas por hacer.
Cuando me metí en
el coche y puse rumbo a la ciudad comencé a encontrarme un poco
nerviosa. La posibilidad de ver de nuevo a Javier se iba presentando
como real cada vez con más fuerza y eso me alteraba, entre otras
cosas, porque en el fondo creía que no estaba bien, y sin embargo
estaba dispuesta a arriesgar el encuentro, ocurriera lo que
ocurriera, que era muy probable que fuera nada.
Cuando llegué a
Madrid aparqué el coche cerca del centro de exposición y antes de
dirigirme allí me paré a tomar una tila en una cafetería. Me senté
en la terraza e intenté que mi corazón acelerado recuperara su
ritmo normal. Desde donde estaba sentada se veía la puerta del
local. Entraba poca gente y salía otra poca, normal a aquella hora,
ya rozando las dos de la tarde, de hecho incluso la calle estaba casi
desierta.
Por fin me levanté
y me dirigí a mi destino. Caminaba lentamente, retrasando adrede el
momento de un encuentro que yo imaginaba seguro, pero que de seguro
no tenía nada. Lo más probable era que Javier no se encontrara en
el local. Llegué finalmente y entré. El lugar estaba envuelto en
una semipenumbra, rota por los focos que alumbraban directamente a
las fotografías. Alguna gente por aquí y por allá, más bien poca,
se entretenía mirando los cuadros, lo mismo que intenté hacer yo,
aunque no conseguía centrar del todo mi atención en las fotos. Los
nervios me lo impedían y hacían que estuviera más pendiente de la
posible aparición de Javier que de su obra.
No sé cuánto
tiempo estuve allí dentro, desde luego bastante, más del que
permanecía la mayoría de la gente. Cuando finalmente me di cuenta
de que Javier no iba a aparecer decidí marcharme. Cerca de la puerta
estaba nuestra foto, aquella con la que había ganado su primer
concurso, y me paré un momento a contemplar mi propia silueta. Una
pareja hizo lo mismo, a mi lado. Me pregunté qué dirían si
supieran que la mujer que estaba a su lado era la misma que
contemplaban en el retrato. La verdad es que era prácticamente
imposible descubrirme, pues mi cara apenas se dilucidaba y mi pelo
rizado de antaño había sido sustituido por una media melena lisa y
cortada en capas. La pareja se marchó y yo me disponía a salir
también, cuando escuché aquella voz detrás de mí.
-No estaba muy
seguro de que fueras a venir, pero conservaba la esperanza.
Mi corazón de
desbocó de nuevo y mi respiración se agitó. Cerré los ojos y tomé
fuerzas antes de darme la vuelta. Cuando lo hice le vi allí, frente
a mi, mirándome con aquella media sonrisa que tanto me había
subyugado en el pasado. Llevaba el pelo más corto que antaño y las
canas plateaban ya sus sienes, pero los años le habían tratado
bien. Lo hubiera reconocido en cualquier lado.
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