Sentado frente a
la barra de un bar, Pablo se llevó a la boca su vaso de cerveza y se
ajustó las gafas. Necesitaba ver bien, con claridad, más que
ninguna otra vez en su vida. Y lo cierto es que le hacía falta
aumentar la graduación de sus lentes, pues hacía tiempo que una
leve neblina amenazante difuminaba las imágenes que osaban cruzarse
en su camino, pero entre su propia coquetería, y que no tenía la
economía para dispendios, mal que bien tiraba con las que tenía.
Así que esa tarde debería hacer un esfuerzo extraordinario para
ver con claridad, ya se sabe, una cita a ciegas no se tiene todos los
días.
Había conocido a
Miriam por internet unas semanas atrás, en uno de esos chats en los
que la gente se lanzaba a hablar de todo un poco, sobre todo de
guarradas, aunque él no iba con semejantes intenciones. Lo único
que quería era conocer a alguien con quien compartir intereses
comunes y como era tan tímido y en el mundo real le costaba lo
inimaginable.... el anonimato del chat era lo mejor para darle
soltura a su lengua.
Miriam era una
muchacha agradable, educada, correcta, que buscaba lo mismo que él,
amistad y charla, que era lo que habían tenido a lo largo de
aquellos días, pero finalmente había llegado el momento de
conocerse personalmente, no podía ser de otra forma si querían dar
un paso más. Habían quedado en aquel bar y aunque no se habían
visto nunca sabían que se conocerían a primera vista. Pablo
llevaría una camisa blanca y un jersey azul sobre la espalda.
Miriam, un vestido rojo. Y en eso estaba el muchacho, atento a
cualquier mancha roja que entrara por la puerta. De pronto apareció.
La puerta se abrió y una muchacha de aspecto descuidado y voluminoso
entró en la cafetería empujando el carrito de un niño. Su vestido
era de un encarnado subido. Pablo se ajustó las gafas mientras el
corazón le latía a cien por hora. Miriam no le había dicho que
tuviera un hijo y semejante ocultamiento no le gustaba un pelo. Si
empezábamos con falta de sinceridad mal habíamos de terminar. Mas
cuando la muchacha se iba acercando y Pablo se iba fijando en sus
atributos físicos supo que no iba a haber relación alguna. La
chica, aparte de un tremendo sobrepeso, lucía una melena despeinada
y grasienta, y le faltaban unas cuantas piezas dentales. Pablo
disimuló como pudo y salió del bar disparado. En su loca carrera
chocó con una mujer enfundada en un vestido de lamé rojo que
parecía su segunda piel. Era alta, esbelta, con unos preciosos ojos
verdes y unos labios gruesos y sensuales que se quedaron
estupidamente abiertos cuando se dio cuenta de la estampida de Pablo.
Miriam pensó que los hombres era todos unos bobos, unos cobardes y
mucho más tontos de lo que ella creía. Así es la vida, qué se le
va a hacer.
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