Mariquilla no estaba bien, le faltaba un verano, pero todo el mundo
la quería mucho porque era risueña y cariñosa. Le gustaba pasear
por el bosque, sobre todo en otoño, y buscar setas que luego vendía
en el mercado del pueblo los jueves por la mañana.
-Lepiotas,
amanitas, trufas, lactarius, simples champiñones.... - chillaba a
grito pelado anunciando su mercancía.
La gente le compraba por pena y después las tiraba a la basura,
pues todos sabían que mezclaba comestibles con venenosas, todos
salvo algún forastero incauto que se había llevado un buen susto
con una intoxicación de campeonato o alucinando por colores
Un
día, en uno de sus habituales paseos por el bosque, se encontró a
un caballero embutido en una armadura
de latón, montado a lomos de un percherón blanco medio cojo, sucio
y al que le faltaba el rabo, detalles a los que Mariquilla no dio
importancia. La muchacha se asustó y cesó en su labor de recoger
setas. El caballero se le acercó y le preguntó con voz cavernosa:
-¿Qué haces Mariquilla? ¿No sabes que las setas son seres vivos
que sufren cuando las arrancas? Eres una niña mala y el hada del
bosque te castigará, salvo que en este preciso momento cambies tu
mala costumbre y te dediques a coger flores silvestres y como mucho
alguna fresa en el verano.
Mariquilla no dudó un instante en hacer lo que se le indicaba, le
gustaba demasiado el bosque como para ser castigada por su hada,
aunque ella jamás la había visto por allí.
El caballero desapareció satisfecho y media hora más tarde llegó
al Ayuntamiento del pueblo donde fue felicitado por el Alcalde.
-Muchas gracias, Argimiro, es usted muy amable, nos ha salvado sin
duda de una posible desgracia. Volvamos la armadura a la entrada del
edificio y usted puede marcharse a su casa. Para la semana le
compraré un caballo nuevo en la feria de ganado que ése está para
el arrastre.
Argimiro, que era un agricultor muy servicial pero con muchas menos
luces que Mariquilla, se largó a su casa muy contento, no sólo por
el caballo nuevo que iba a tener, sino porque ahora que la tonta de
la chiquilla iba a dejar de recoger setas, sería él quien las
recogiera y las vendería en el mercado del pueblo de al lado, o
mejor en el de siete pueblos más allá, que si a alguno le sentaban
mal nadie lo iba a hacer responsable porque nadie lo conocía. Ya lo
dice el refrán, a veces es peor el remedio que la enfermedad.
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