Hacía tiempo que
Juan y yo habíamos iniciado una extraña relación por internet. No
recuerdo cómo ni de qué manera, en todo caso es algo que no importa
demasiado. Comenzamos a charlar y nos caímos bien. Al principio yo
me mostraba cautelosa. No sabía el por qué pero desde hacía un
tiempo se ponían en contacto conmigo caballeros con dudosas
intenciones cuya forma de actuar no era de mi agrado. Él no parecía
como ellos, pero aún así, fui con tiento. Y resultó perfecto.
Conforme aquellas
charlas y nuestra confianza iba en aumento comencé a notar que me
gustaba, no solamente él, que sin ser físicamente nada del otro
mundo, era un tipo que me atraía en todos los sentido, sino aquellas
conversaciones al principio intrascendentes que fueron derivando
hacia temas mucho más interesantes. Él quería sexo y yo descubrí
junto a él que también lo quería, y comenzamos a pasarlo bien
juntos.
La imaginación
jugaba con nosotros en un mundo tan sórdido como placentero, o tal
vez nosotros con ella, y juntos nos entregábamos al dulce placer del
onanismo, aunque fuera cada uno por su lado, él a un lado de la
pantalla y yo al otro, no importaba, lo único que importaba eran esos
momentos de placer que nos regalábamos. Yo sabía que no era la
única que se los proporcionaba y en el fondo de mi misma sentía
unos celos estúpidos que no tenían razón de ser. Era solo sexo, no
había sentimientos de por medio, aun así prefería no saber lo que
tenía con otras. Debo de ser de esas mujeres a las que cuesta un
poco separar el sentimiento del sexo puro y duro, así que hacerme la
ignorante era la mejor manera de paliar aquel leve pero incómodo
malestar. Con el tiempo llego a no importarme nada, porque sabía que
conmigo se lo pasaba muy bien y estaba casi segura de que mucho mejor
que con ninguna otra. Yo era especial simplemente por que sí, porque
me sentía especial.
Debo confesar que
casi desde el principio sentí la necesidad de conocerle, de estar a
su lado y sentir de verdad y no con la imaginación, de que sus
labios besaran los míos y recorrieran mi piel como tantas veces
habíamos dibujado en nuestras mentes, de que su cuerpo entrara en el
mío y me hiciera alcanzar el placer supremo. Pero no me atrevía a
proponerle un encuentro. Al principio porque me parecía demasiado
pronto, y después por miedo a que me dijera que no, así que lo
preparé yo sola, sin su conocimiento y sin saber qué le iba a
parecer. Tenía que arriesgarme.
Yo estaba casada
desde hacía muchos años, y desde hacía unos cuantos mi matrimonio
hacía aguas. No sé por qué no me había separado todavía, pena,
cobardía, circunstancias personales un poco delicadas... lo llevaba
como podía, tampoco es que fuera una desgraciada. Juan era separado.
Vivía en una urbanización en un pueblo de la costa andaluza. Un día
me había dicho que casi todos loa apartamentos eran residencias de
veraneo. Con sutileza averigüé el nombre de la urbanización, el
resto fue muy fácil, alquilé uno de aquellos apartamentos y me fui
con mi maridito de vacaciones. Ahora solo quedaba que la casualidad
jugara sus cartas y que hiciera que Juan y yo nos encontráramos.
Llevábamos una
semana allí cuando ocurrió. Durante todo aquel tiempo mis
actividades eran más bien escasas: piscina, comer, piscina, cenar,
un paseo por el pueblo y unas cañitas sentada con mi marido en una
terraza viendo la vida pasar y poco más. Estaba comenzando a
impacientarme cuando una tarde vi en la piscina a un niño que
identifiqué como su hijo. Era un niño precioso, de amplia sonrisa,
absolutamente inconfundible; él tenía que andar por allí sí o sí.
Lo vi sentado al borde de la piscina, vigilando al pequeño y no lo
pensé un segundo, yo también me metí en el agua. Esta nerviosa, mi
corazón palpitaba fuerte dentro de mi caja torácica, en el fondo
tenía un poco de miedo a su reacción. Fui cerca de él nadando
despacio. En la piscina había unas cuantas personas, así que tenía
que conseguir que se fijara en mí. No sé cómo pero en un momento
dado nuestras miradas se cruzaron. Durante unos segundos pude leer el
desconcierto en su cara, me había reconocido y yo era lo que menos
se esperaba encontrar dentro de aquella piscina. Le sonreí
levemente, pero su cara seria, casi hierática, no mudó de
expresión. No importaba, él era así, en los meses que llevábamos
comunicándonos jamás me había enviado foto alguna en la que
luciera una sonrisa. Nadé hacia las escaleras y salí de la piscina.
Volví la cabeza para mirarle y de nuevo nuestros ojos se
encontraron. Sentí una agitación nueva dentro de mí no por más
esperada menos sorprendente. Sabía que verle me provocaría muchas
emociones. Él era la caricia que esperaba mi piel de esposa
aburrida.
No se acercó a mí,
ni yo a él, y por supuesto no intercambiamos media palabra. Supongo
que no era necesario, nuestros ojos se cruzaban de vez en cuando y lo
decían todo, ellos se encargaban de trasmitir el deseo que nos
quemaba dentro del cuerpo.
La tarde cayó y nos
retiramos a nuestras casas. Al final no había ocurrido nada, pero yo
estaba segura de que en algún momento tenía que ser. Aquella noche,
cuando mi marido ya dormía, me asomé a la ventana del salón a
fumar un cigarrillo. No podía dormir, no podía sacarme a Juan de la
cabeza. Allí, abajo, el agua de la piscina reflejaba la tenue luz de
la luna, por lo demás la oscuridad era casi completa. Las farolas
estaban lejos y apenas había unas cuantas ventanas iluminadas. Era
muy tarde. Me pregunté si alguna de aquellas ventanas sería la
suya, si estaría viendo el resplandor de mi cigarrillo cuando
aspiraba, o si por el contrario estaría ya en la cama dormido... o
despierto, masturbándose pensando en mí, como tantas veces había
hecho mientras yo le contaba historias desde el otro lado de mi
ordenador.
Hacía calor, un
calor pegajoso al que los del norte no estábamos acostumbrados, que
no se aliviaba ni por las noches. Apagué el cigarrillo, me puse el
bikini que cogí del tendal, todavía húmedo, y me dispuse a bajar a
la piscina. Antes de salir, guiada por una intuición, cogí unos
pequeños altavoces que una de mis hijas me había regalado. Allí
conectaba mi pen drive y escuchaba música. Al llegar a la piscina
coloqué el aparato cerca del borde y lo encendí. La música de
Ismael Lo comenzó a escucharse levemente. Al ritmo de la armónica y
la guitarra de Tajabone me metí en el agua. Sabía que esa canción
a él le gustaba, tal vez actuara como reclamo para hacer que
apareciera allí, junto a mí.
No sé si fue la
música, o el destino, o qué se yo, pero de pronto le vi llegar, y
meterse en la piscina, y caminar hacia la esquina en la que yo
estaba. Se puso frente a mí sin decir nada. Mi corazón galopaba de
nuevo como un caballo desbocado. Acercó su cuerpo al mío y me besó.
Al principio fue un beso suave, leve, casi tímido, pero poco a poco
se fue convirtiendo en un beso pasional, húmedo, lascivo, un beso
que comenzó a sacudir mis sentidos y agitó mi respiración un poco
más. Sentí que sus brazos rodeaban mi cintura y me apretaban contra
sí. Bajo la fina tela de su bañador pude notar su excitación, la
misma que había imaginado tantas veces, y me gustó mucho más que
entonces. Separó sus labios de los míos y los dirigió hacia mi
oído. Creí que me iba a decir algo, pero no lo hizo, simplemente me
dejó escuchar su propia respiración. Me separó el pelo mojado
hacia atrás y deslizó su boca por mi cuello. Yo sentía su aliento
caliente, que parecía secar al instante las gotas de agua que me
cubrían, y me hacía sentir de nuevo calor, un calor que no tenía
nada que ver con el clima.
Con un gesto certero
me despojó de la parte de arriba del bikini, como si estuviera
acostumbrado a hacerlo todos los días, y dejó al descubierto mis
pechos, cuyos pezones erectos pedían a gritos ser acariciados. No se
hizo de rogar. Sus manos subieron despacio por mis costados y se
detuvieron allí, dónde sabían que podían darme placer. No sé por
qué lo sabía, puede que en alguna conversación de las nuestras yo
se lo hubiera dicho, pero que juguetearan con mis pechos me producía
una excitación irrefrenable y él se detuvo allí, haciéndome
gemir, retorcerme de un goce que todavía no era más que el preludio
de lo que quedaba por venir.
Su boca también
quiso probar y se acercó golosa a degustar el manjar de mis pezones
erectos. Cuando se dio cuenta de que yo estaba al límite me sentó
al borde de la piscina, me despojó de la parte de abajo del bikini y
abrió mi piernas. Acarició suavemente con su mano mi sexo húmedo y
hambriento de pasión, mientras me miraba. Pude distinguir sus ojos a
través de la oscuridad. Cerré los míos y eché mi cabeza hacia
atrás mientras sentía como él hundía su cabeza en el medio de mis
piernas. Su lengua se paseó con delicadeza por mi intimidad, con
ligereza, con tranquilidad, sabedora de que me estaba enloqueciendo
de satisfacción, y cuando encontró el punto que buscaba se quedó
allí, entretenida, haciéndome sentir el placer de manera real y
tangible. Estallé en un orgasmo que lamió mi cuerpo como una lengua
de fuego viva. Tuve que reprimir mis gemidos para evitar que nadie me
oyera, aunque a aquella hora ya todas las luces estaban apagadas.
Me metí en el
agua de nuevo y un ligero escalofrío recorrió mi espalda. Con un
gesto le indiqué que ahora era a él a quién le tocaba sentarse en
el borde, porque era yo la que deseaba probar la dureza de su miembro
en mi boca. Allí estaba, frente a mí, la golosina tantas veces
soñada se levantaba desafiante cerca de mí, y no le hice esperar.
La tomé entre mis manos y sentí su calor, luego la acerqué mi boca
y mis labios apresaron la punta con suavidad, mientras mi lengua
juguetona se paseaba por aquella piel casi palpitante. Le di placer
durante un rato. A veces él hundía su mano en mi cabello mojado, a
veces su respiración se agitaba más dela cuenta y aquello se
endurecía más, lo que hacía que yo bajara mi ritmo. No deseaba que
terminara así. Yo quería que terminara dentro de mí, que aquel
baile de gozo que habíamos comenzado finalizara al unísono, sin
discordancias. Supongo que él pensó lo mismo, porque de pronto me
separó y se metió en el agua... y en mí. Me levantó ligera, como
si fuera una pluma, y se introdujo en mí con suavidad. Yo rodeé sus
caderas con mis piernas y me dejé hacer. La liviandad que nos
proporcionaba el agua era una aliada del placer que buscábamos. No
sé si recorrimos toda la piscina, pero si una buena parte. Yo con
mis brazos rodeando su cuello, con nuestros rostros frente a frente,
comiéndonos a besos, mientras entraba y salía de mí. Conseguimos
los que tantas veces habíamos imaginado, estallar juntos en un
orgasmo que nos dejó saciados, agotados, felices. Durante un rato
permanecimos quietos, jugando con nuestras bocas, con nuestras
lenguas. Creo que fue en ese preciso instante cuando fuimos
plenamente conscientes de que por fin estábamos juntos, aunque fuera
solo por unos instantes, por unos días, daba lo mismo, lo importante
era que la imaginación había dado paso a la realidad y que ésta
estaba siendo mucho mejor que cualquier dibujo de la mente.
Cuando nos
separamos sabíamos que volvería a ocurrir, no sabíamos cuándo,
seguramente cualquier día; tampoco sabíamos dónde, puede que fuera
otra vez en la piscina, en su casa, en la mía, o en la habitación
impersonal de cualquier hotel de carretera. No nos dijimos nada, no
hacía falta, pero por primera vez... me sonrió.
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