Se levantó de la
cama en cuanto se fue el último cliente y abrió la ventana. La
habitación olía a sudor, a semen y a cerrado. Encendió un
cigarrillo y se asomó. El aire fresco de noviembre le despejó un
poco la cabeza. Miró el reloj, eran las tres de la mañana, con un
poco de suerte ya no tendría que atender a nadie más, no tenía
ganas. Sin embargo se sentía feliz, mucho más feliz que los demás
días. Sonrió levemente y dio una calada profunda a su cigarrillo
mientras se sentaba en el alféizar de la ventana. Con el último
cliente había cerrado los ojos y había pensado en él, en Alex, el
chico de la carnicería de la esquina, el que siempre le metía un
trocito de carne de la buena para su pequeña hija cuando ella iba a
comprar. Y es que las putas también pueden enamorarse y ella, a
pesar de que era consciente de jamás podría tener nada con aquel
muchacho de ojos verdes y rostro afable, se había enamorado. Así
que aquella noche, cuando entró el último hombre, decidió que en
lugar de soportar dolor y reprimir el asco, se iba a relajar y a
dejar que su imaginación volara y le permitiera vivir, recuperar un
poquito el alma que había perdido y de la que ya solo le quedaba el
nombre.
Era un muchacho
joven y apuesto, que entró en la habitación en silencio y en
silencio se sentó en el único sillón que había en el cuarto
mientras se quitaba la corbata. Alma estaba en la cama echada,
mirando al techo, tapándose pudorosamente su cuerpo en un gesto
absurdo, escondiendo de la mirada de aquel desconocido su piel
embutida en un conjunto de encaje azul, una piel de la que él
gozaría quisiera ella o no.
Él la miró
durante un rato. Sus ojos se cruzaron y ella se metió en su papel y
le sonrió. Él no le devolvió la sonrisa. Apoyó los codos sobre
las rodillas y se pasó las manos por el pelo, abundante y negro.
Parecía agobiado y Alma decidió dejarle hacer. Al cabo de un rato
se despojó del resto de su ropa y se metió con ella en la cama, a
su lado y comenzó a besarle el cuello muy despacio. Alma sintió su
aliento caliente que olía a menta y a limón y se estremeció. Nunca
había sentido nada así con un cliente. Este no parecía como los
demás, que se limitaban a ponerse sobre ella y a trabajar su cuerpo
como si fuera un objeto cualquiera. El hombre que tenía al lado la
besaba con delicadeza en su cuello, en el hueco de su hombro,
mientras su mano bajaba lentamente a lo largo de su brazo el tirante
del sujetador. Alma entonces cerró los ojos y se imaginó que el
hombre que estaba a su lado dispuesto a hacerle el amor era Álex.
Se dio media vuelta
y quedaron frente a frente. Él esbozó una ligera sonrisa y la besó
en los labios. Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la muchacha
que se arqueó ligeramente en un gesto casi involuntario. Sintió
como la mano de él caminaba hacia su espalda y le desabrochaba el
sujetador. Fue ella la que se despojó de la prenda y ofreció sus
pechos a las manos del desconocido, a Alex en su imaginación de
mujer enamorada. Él los acarició con delicadeza, jugueteando con
sus pezones, que al contacto con aquellos dedos suaves y cálidos se
pusieron firmes, provocando una oleada de excitación desconocida en
el cuerpo de ella. El hombre acercó sus labios a aquellos pechos
turgentes y se hundió en ellos. De la garganta de Alma se escapó un
gemido que se mezcló con el aire enrarecido del cuarto. El
desconocido se colocó sobre ella y comenzó a recorrer su cuerpo con
sus labios, depositando leves besos en su piel morena, lamiendo las
suaves laderas de su vientre. Al llegar a su pubis, cubierto todavía
con la liviana braguita de encaje, mordió la tela con sus dientes y
quiso bajarla. Alma elevó un poco sus caderas para facilitarle la
labor y él consiguió despojarla de la última prenda que la
cubría, dejando al descubierto un pubis arropado apenas por una
línea de bello finísima. Ella abrió los ojos durante un instante y
lo vio allí entre sus piernas, con su sexo dispuesto para gozar,
pero descubrió que solo en la oscuridad de su imaginación, en la
que era Alex el que le hacía el amor, conseguía que su cuerpo
respondiera a los estímulos de la pasión que el desconocido
depositaba en su piel de mujer desencantada. Volvió a sumergirse en
el reino de las sombras y entonces sintió unos dedos que se
introducían dentro de ella y a la vez estimulaban el punto justo del
placer.
Alma se entrego al
goce soñando con el amor inalcanzable que estaba allí, junto a
ella, dentro de ella, en su cuerpo y en su imaginación, y por
primera vez desde hacía mucho tiempo, su cuerpo se estremeció en un
espasmo de frenesí que ya creía olvidado para siempre.
Escuchaba la
respiración agitada de su cliente, el temblor de sus manos cuando la
obligaron a darse la vuelta, quedando boca abajo. Ella se dispuso a
soportar el dolor lacerante de una penetración anal, pero se
equivocó. El hombre elevó ligeramente sus caderas e introdujo su
sexo en el de ella de manera rotunda y profunda, mientras le
estimulaba el clítoris suavemente con la palma de su mano.
Mientras el
desconocido entraba y salía cada vez con más rapidez de su cuerpo,
Alma imaginaba que era Álex quien la amaba, quien respiraba agitada
e irregularmente en su oído, quien de vez en cuando le separaba el
pelo y le mordía la nuca en un gesto que tal vez pretendiera ser un
beso y se quedaba en el intento, pero que excitaba sus sentidos de
manera casi brutal. Alma sentía que sus entrañas iban a estallar de
nuevo en un goce intenso y caliente, dulce, espeso y pronto sintió
el placer supremo al mismo tiempo que el hombre se derramaba en su
interior y se derrumbaba sobre su espalda.
Después se vistió
con rapidez y la dejó allí sobre la cama, marchándose sin volver
la vista hacia su cuerpo desmadejado y latente. La muchacha se
levantó despacio y fue hacia la ducha, dejando tras de si las
sábanas revueltas que acababan de cobijar el momento de un amor que
no era amor. Dejó que el agua caliente acariciara su cuerpo con mimo
y después de secarse y embutirse en una ligera bata de raso azul,
fue hacia la ventana y recordó el momento.
El sonido de unos
ligeros golpes en la puerta la rescataron de su mundo de recuerdos
recientes. La jefa le decía que un nuevo cliente la reclamaba, Quiso
negarse pero no pudo. Alex apareció frente a ella.
-Vengo a rescatar
tu alma, para que no sea solo tu nombre.
Y se dejó
rescatar.
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