Hacía tiempo que no venía por la ciudad, y sin embargo esta tarde,
cuando de nuevo entré en el pequeño hotel, fue como sentirme de
nuevo en mi casa. Lo descubrí un día por casualidad. Me gustó su
fachada caleada en un blanco inmaculado, sus ventanas perfectamente
cuadriculadas arropadas por graciosas cortinas de encaje, su
pintoresco nombre grabado discretamente en una placa metálica
colocada sobre la puerta de entrada, su ambiente cálido y
acogedor... y sobre todo me gusta Sebastián, uno de sus
recepcionistas, un morenazo joven, mucho más joven que yo, con unos
enormes ojos negros y un cuerpo que se adivina de escándalo debajo
del elegante y sobrio traje oscuro que viste como uniforme. Todo un
placer para la VISTA.
Me alegró encontrarlo detrás del mostrador de recepción y después
de actuar con la mayor discreción del mundo, casi como si nunca nos
hubiéramos visto, nos sonreímos imperceptiblemente mientras yo
comenzaba a subir las escaleras que me conducirían a mi habitación.
Una vez allí no me entretuve ni en deshacer mi pequeña maleta.
Estaba cansada y me tiré en la cama con la intención de echar una
pequeña siesta antes de bajar a cenar. Pero entonces comenzó la
fiesta.
Los sonidos procedían de la habitación de al lado. Se ESCUCHABAN
claramente, tanto que casi parecía que la pared que nos separaba era
de papel. Aquella mujer se deshacía en suspiros y pedía más con
voz casi desgarradora. Mis intenciones de descansar se disiparon por
arte de magia. Era mucho más interesante lo que ocurría en aquel
cuarto que, junto con mi imaginación calenturienta, estaban
despertando mis bajos instintos sin que yo pudiera, ni quisiera,
hacer nada por aplacarlos. Me vi retozando en aquella cama con
Sebastián, sintiendo el TACTO de sus dedos recorriendo cada
centímetro de mi piel, su boca de labios gruesos y lascivos
SABOREANDO el fruto jugoso de mi intimidad. Ya una vez había estado
a punto de ocurrir, durante mi última estancia en el hotel, cuando
el muchacho me subió la cena al cuarto y paseó su mirada por mi
cuerpo recién salido de la ducha, envuelto en una suave toalla de
algodón blanco. Supe que sólo sería necesario un mínimo gesto por
mi parte para que tanto uno como otro nos decidiéramos a dar rienda
suelta a la pasión contenida. Pero en el último instante, no sé
bien por qué, me contuve y me comporté como una buena chica.
Después de arrepentí. Es tan aburrido ser siempre buena....
Así que esta tarde me dije que de buena nada. En esta vida hay que
disfrutar los momentos que se presentan de la forma en que se
presenten, y si a mí se me ponía en bandeja echar un polvo,
disculpen la expresión, con un treintañero guapísimo con un cuerpo
más que sugerente... pues qué quieren que les diga, que no me dio
la gana de desperdiciar la ocasión.
Tomé el teléfono y llamé a recepción. A pesar de que sólo había
escuchado su voz en tres o cuatro ocasiones, la reconocí en seguida.
Le pedí que me subiera a la habitación una jarra de agua con mucho
hielo y no pasaron ni tres minutos cuando sonaron unos golpecitos
suaves en la puerta. Cuando la abrí allí estaba él, sosteniendo la
jarra de agua y mirándome con aquellos ojos negros como el carbón.
Le hice pasar y no le di tiempo a nada. Le saqué la jarra de las
manos y de inmediato le abracé y le besé en el cuello. OLER su
perfume con esencia a madera acabó de excitarme y de un empujón lo
tiré en la cama. La expresión de sorpresa en su cara le duró
apenas unos segundos, luego se relajó y se dejó hacer... como a mí
me gusta.
No voy a entrar en detalles, no creo que sea necesario, únicamente
decir que nuestra sesión sexual se prolongo hasta bien entrada la
noche y fue plenamente satisfactoria, yo diría incluso que
agotadora. Convertimos este cuarto de hotel en lo que su nombre
indica, un paraíso, sexual, por supuesto. Ahora voy llamar a mi
marido para decirle que he llegado bien y desearle buenas noches y
después debo descansar. Mañana tengo trabajo.
Por cierto, no me he presentado, me llamo Virtudes González, soy
teóloga y mañana doy una conferencia en el Paraninfo de la
Universidad sobre la castidad de las santas mujeres durante la Edad
Media. Ya sé lo que están pensando pero qué le vamos a hacer. Yo
soy así, todo pasión. Y la vida, no lo duden, está plagada de
contradicciones.
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