La señora Enedina
estaba encantada con sus nuevos vecinos. Era una pareja de
jovencitos, recién casados, o eso era lo que ella pensaba, un poco
descuidados en el vestir y tal vez en el aseo personal, pues subir
detrás de ellos en el ascensor a veces era una verdadera tortura,
pero atentos y agradables al trato.
La chica, Marta,
según le había contado a la señora Enedina, era una forofa de la
repostería. Le gustaba preparar toda clase de dulces y bizcochos,
que después vendía por las casas para sacarse una pelillas extra,
pues su sueldo como empleada de un supermercado no daba para muchas
estridencias.
-Hay que pagar la
hipoteca y las facturas – solía decir cuando sacaban a relucir el
tema – y si no hay dinero es la HECATOMBE completa, y como la
repostería se me da bien... ya verá doña Enedina, un día de estos
le voy a hacer un bizcocho de naranja que está para chuparse los
dedos.
Así fue que una
tarde, la joven cumplió su promesa y se presentó en casa de la
buena mujer con el susodicho pastel, que tenía una pinta bárbara.
-Déjelo enfriar –
le dijo a la vieja – que lo acabo de sacar del horno y caliente le
puede sentar mal.
Pero Enedina era muy
golosa y tal y como posó el bizcocho en la mesa de la cocina se
comió el primer trozo, y el segundo y el tercero también y así fue
cayendo el dulce entero, acompañado de una copita de anís peleón,
del que compraba en la tienda de la señora Marcela, que era una
usurera de cuidado y donde tenía que vender un litro vendía tres
cuartos, pero eso ahora carece de importancia para la historia que
nos ocupa. El caso es que la señora Enedina se zampó el bizcocho y
se bebió un cuartillo de anís y se sintió muy bien, mejor que lo
que se había sentido nunca.
Estaba esperando a
su nieto Andrés, que iría a su casa directamente al salir del
colegio, y más tarde pasaría a buscarlo su madre, a la postre nuera
de Enedina, con la que no se llevaba demasiado bien porque desde que
se había casado con su hijo éste había perdido muchos kilos, señal
inequívoca de que no lo alimentaba como era debido.
Cuando el pequeño
Andrés llamó al timbre su abuela acudió a abrirle la puerta presa
de una euforia inexplicable y lo recibió entre risas estúpidas,
conminándole a entrar y a ponerse a hacer los deberes en la mesa del
salón mientras ella veía el programa de variedades que echaban en
la tele. En aquel preciso instante estaban entrevistando a un
político acusado de PEDERASTA, palabra que la vieja no entendió
pero que le hizo mucha gracia.
-Andresito –
preguntó a su nieto muerta de risa - ¿tú sabes lo que significa
pederasta?
El niño la miró
con ojos asustados y sin contestar se sentó a la mesa de la cocina a
hacer sus tareas.
-¿Y ADLÁTERE?
¿sabes lo que significa? La he leído en el periódico esta mañana,
hablando de un político y sus secuaces. Yo creo que se refería a
que el hombre era un ladrón de cuidado. ¿Tú qué opinas Andresito?
-No sé. Tengo que
hacer los deberes.
-Tienes razón,
ponte a hacer tus tareas que yo voy a ver un poco la tele y hacer
macramé, que últimamente me relaja mucho.
La señora Enedina
se sentó delante del aparato de televisión, mas su mente estaba
distraída en un serie de pensamientos cada cual más absurdos que a
ella le parecían lógica pura y que le producían una sensación de
bienestar desconocida.
“Yo creo que mi
joven vecina debería tener un hijo pronto. Tengo que decírselo en
cuanto la vea, los hijos es mejor tenerlos cuando se es joven. Claro
que, bien pensado, la muchacha no tiene apenas tetas, no sé como va
a alimentar a la criatura así que voy a tener que actuar yo de
NODRIZA, que para eso tengo unos buenos cántaros, como decía mi
difunto Eustaquio” Y ante semejante absurdo pensamiento se echó a
reír a carcajadas de forma tal que asustó a su nieto, el cual
comenzaba a pensar, no sin razón, que a su abuela le faltaba un
tornillo.
“Y otra cosa que
tengo que hacer sin falta es comentarle a la enfermera del centro de
salud este color morado que tengo en el pie izquierdo, supongo que
será de las varices, pero no vaya a ser que me entre la GANGRENA y
me quede sin pié, que había de dar gusto verme coja, apoyada en una
muleta, y lo peor es que no podría bailar la conga el sábado en el
centro de mayores. Con las ganas que le tengo a Don Francisco, con
ese bailaba yo la conga y alguna otra cosa más.”
-Andresito ¿conoces
a Don Francisco, hijo? - preguntó a su nieto sin ton ni son
El niño levantó
la cabeza de sus tareas y la sacudió en sentido negativo.
-Pues está muy
curioso ¿sabes? Incluso puede que me case con él, así será tu
abuelo ¿no te hace ilusión?
Andrés, que era un
niño, pero que no tenía un pelo de tonto, comenzó a preocuparse
seriamente por la salud mental de su abuela. No era normal que una
mujer como ella, siempre seria y comedida, incluso a veces demasiado,
se comportara con la ligereza con la que lo estaba haciendo.
Andresito se preguntaba que INFAUSTO motivo tendría para hacer lo
que hacía, igual hasta había una explicación lógica, pero por si
acaso decidió avisar a su madre. Aprovechó el momento en el que su
abuela fue a su cuarto, a buscar la foto de Don Francisco que estaba
empeñada en enseñarle y llamó a su mamá por teléfono.
-Mamá, por favor,
ven pronto que la abuela está muy rara.
Así fue que Laura,
la mamá de Andrés, a la postre nuera de la señora Enedina,
suspendió la importante reunión de trabajo en la que estaba inmersa
y se presentó rauda en casa de su suegra, pudiendo así comprobar
con sus propios ojos que la preocupación de su hijo no era sin
fundamento. Su suegra la recibió entre besos y abrazos exagerados,
como si hubiesen pasado años desde la última vez que se habían
visto, aunque habían estado juntas el día anterior.
-¿Enedina está
usted bien?
-Siiii, creo que
jamás he estado mejor en mi vida. Mira, mira la foto de Don
Francisco. Este sábado he quedado con él para echar unos bailes. Es
muy guapo ¿verdad? Es posible que acabemos casándonos y todo....
Definitivamente
aquella mujer no estaba en sus cabales. Antes de tomar decisión
alguna Laura pensó que sería mejor preguntarle a Marta, la nueva
vecina, si había notado algo extraño en su suegra. Sabía que ambas
mujeres se llevaban muy bien así que tal vez la muchacha pudiera
darle alguna pista. Y se la dio, vaya que si. En cuanto abrió la
puerta y vio a Laura en el umbral la hizo pasar y ni siquiera hizo
falta que abriera la boca.
-Supongo que vienes
a preguntarme por tu suegra. Lo siento tía, yo he tenido la culpa de
todo. Verás, esta tarde he hecho dos bizcochos y le regalé uno a
ella, pero le di el equivocado, en el nuestro había puesto un poco
de maría, está noche vienen unos amigos y queríamos sorprenderlos.
No somos drogadictos eh, no vayas a pensar cosas raras, pero de vez
en cuando... no te imaginas lo bien que se pasa.
-Claro que me lo
imagino. Mi suegra está desvariando y riendo como una estúpida, sin
contar como los efectos que pueda tener en su salud, es una mujer
mayor.
Laura estaba muy
enfadada y en aquellos momentos le hubiera gustado estrangular con
sus propias manos a la muchachita menuda y de apariencia dulce que
tenía en frente.
-No te enfades
mujer, si colocarse con un poco de maría de vez en cuando no es
perjudicial, al contrario, estoy segura de que a tu suegra se le ha
pasado el dolor del reuma. He hecho otro bizcocho ¿quieres probar?
Por un segundo Laura
estuvo a punto de materializar su deseo de asesinar a aquella
impresentable, pero se lo pensó mejor, mucho mejor. Había tenido un
día horrible, habían anulado unos pedidos y su jefe le había
echado una bronca monumental culpándola a ella, para colmo le había
llegado el borrador de Hacienda y tenía que pagar mil doscientos
euros por eso de que había tenido dos pagadores, ni que semejante
circunstancia la convirtiera en millonaria. Pensándolo bien, a lo
mejor el bizcocho le ayudaba a olvidar.
-Venga, dame la
prueba.
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