Os dejo aquí un capítulo de una de mis novelas publicadas. Espero que os divierta. Si alguien estuviera interesado en hacerse con ella me puede enviar un privado por facebook.
Alonso Ardavín salió de la tienda de Olvita absolutamente
satisfecho por el trabajo realizado. En el fondo sabía, dados los
antecedentes que obraban en su poder, que no le sería demasiado
difícil desenmascarar a aquella impostora. Tenía pruebas
suficientes para empaquetarla bien empaquetada, pero había querido
comprobar con sus propios ojos hasta dónde llegaba el descaro de
aquella mujer, sobre todo desde la última denuncia que había
presentado en el Colegio de Médicos un tal Arnulfo Pasolini y que él
mismo había recogido. Ahora únicamente se tenía que entrevistar
con dos de las afectadas, elegidas por el director del Colegio
considerando la gravedad de los hechos: Cornelia Argüelles, que era,
a la postre, la dueña del salón de baile, barra americana y única
pensión que había en el pueblo y en la que él mismo se hospedaba,
y una tal Antoñita García, apodada Pasión al parecer por los
muchos varones a los que había calentado la cama a lo largo de su
vida, detalle éste que no le interesaba en absoluto, pero que
alguien se había molestado en incluir en el resumen de las muchas
denuncias interpuestas.
Esa misma noche, cuando bajó a cenar un frugal refrigerio
consistente en un poco de tocino frito, un par de huevos con dos
chorizos y un plato de patatas fritas suficientes para reventar el
estómago de un cavador, Alonso aprovechó para solicitar una
entrevista con la dueña del negocio, a lo que la camarera, una negra
entrada en años y en carnes, le contestó que tenía que consultar
la agenda de su ama para ver si estaba libre de ocupaciones esa noche
y tenía a bien recibirle. Esperó Alonso el regreso de la sirvienta
dando buena cuenta de la suculenta cena y cuando a punto estaba de
tragar el último bocado, apareció de nuevo la negra haciéndole
saber que Doña Cornelia estaría encantada de recibirle en el
saloncito azul, donde compartirían un delicioso café traído
directamente de Colombia.
El saloncito en cuestión no era más que una habitación oscura y
sin ventilación cuyas paredes aparecían forradas de una consistente
tela azul llena de lamparones. Por mobiliario una vieja mesa baja,
dos o tres estanterías medio vacías y dos butacas orejeras a las
que hacía falta un buen tapizado. En una de ellas estaba sentada una
mujer de edad indefinida cuyo rostro evidenciaba todavía la belleza
de la que seguramente gozara si no fuera por el hundimiento de sus
labios. Sonrió al caballero y de esa manera mostró su dentadura
hueca que le daba un aspecto extraño.
-Siéntese por favor – le dijo amablemente – he dado orden a la
mucama para que nos sirva el café en breves instantes. Tengo
entendido que se aloja en mi pensión y que desea hablar conmigo,
pues usted dirá en qué puedo servirle.
Alonso se sentó en el sillón orejero que quedaba justo en frente al
que ocupaba la mujer y no se anduvo con muchos rodeos. Aquel cuarto
azul lo agobiaba y deseaba terminar la conversación que lo había
llevado allí cuanto antes.
-¿Conoce usted a Olivita Torres?
-Si viene de parte de ella ya puede usted largarse. Estoy harta de
sus monsergas – contestó Doña Cornelia con evidentes signos de
inquietud, incluso de ira mal contenida.
-No por Dios, nada de eso. Soy representante del Colegio de Médicos
y estoy investigando las atrocidades de esa mujer. La negligencia que
cometió con usted es una de las más graves y simplemente quería
que me relatara lo que considere conveniente sobre su caso. Me gusta
tener información de primera mano.
En ese preciso instante la criada entró con la bandeja de café y la
depositó en la mesita.
-Gracias Marciana, puedes retirarte, yo misma sirvo el café. A veces
pienso que la culpa la tuve yo por acudir a ella – comenzó a decir
Doña Cornelia mientras derramaba el humeante café en las tacillas
de porcelana china – pero en los momentos de desesperación....ya
sabe usted, podemos llegar a actuar de la manera más ilógica. Hacía
unos días que sufría de dolor de muelas que iba calmando con
aspirinas, pero la noche del viernes al sábado aquel dolor lacerante
se volvió insoportable. Ni si quiera las aspirinas tomadas de dos en
dos conseguían hacerlo desaparecer. Mi dentista estaba de viaje y yo
necesitaba sacarme aquella muela como fuera. No se me ocurrió mejor
cosa que buscar ayuda en Olivita. Debí de volverme a mi casa cuando
me dijo que me quitaba la muela de mil amores, pero que tenía que
pedir instrumental a Luisíñolo pues ella no tenía. Luisíñolo es
el herrero que vive dos casas más abajo y que se dedica
fundamentalmente a herrar burros y caballos. Ella regresó de la
herrería con unas tenazas de considerables dimensiones y se puso
manos a la obra. Ni siquiera me preguntó cuál era la muela
afectada, me hizo abrir la boca y me la arrancó así en vivo, sin
anestesia ni nada. No se imagina usted el dolor que sentí, la sangre
salía a borbotones y en seguida de mi cuenta de mi error. Pero lo
peor fue cuando al llegar a mi casa me percaté de que no me había
quitado la muela que me dolía sino la de al lado. Imagínese. Pasé
el fin de semana más horrible de mi vida. Cuando el lunes acudí a
mi dentista tenía una infección de caballo provocada por las
bacterias que contenían las tenazas con las que aquella desgraciada
me quitó la muela. Como consecuencia de la misma he perdido la
mayoría de mis piezas dentales y he tenido que aumentar el negocio
para poder pagarme una buena dentadura postiza, pues todo lo que
tenía ahorrado se me fue con esta historia. Créame usted que una
mujer de mi posición en la vida hubiera regentado una barra
americana si no fuera por una necesidad grave. En cuanto consiga el
dinero que me hace falta la cierro.
-La entiendo perfectamente. ¿Y no ha pensado en reclamarle daños y
perjuicios?
-Para qué. He interpuesto un montón de denuncias contra ella, pero
la muy ladina tiene buenos contactos en los juzgados y siempre sale
de rositas. Lo único que quiero es volver a ser la de antes y
olvidarme de este horrible episodio para siempre. Me ha trastocado la
vida. ¿Usted se cree que me gusta tener la casa como la tengo? Los
muebles medio desvencijados, las paredes con este papel lleno de
mierda....que va, pero ahora mismo no puedo hacer otra cosa más que
ahorrar para tener mi sonrisa de antes.
-Créame que lo siento. En fin, ya me ha dicho usted suficiente y le
estoy muy agradecido. No debe ser agradable recordar esos horribles
episodios de su vida.
-Claro que no, pero si sirve para darle a esa vieja zorra su
merecido.... en fin, yo también me voy a retirar a mis aposentos.
Por cierto ¿le ha gustado el café?
-Realmente delicioso.
*
Entretanto, Olivita consultaba con afán su enciclopedia médica,
aquella que le había comprado a plazos a un vendedor que había
aparecido un buen día por su tienda y esta vez se sorprendió de lo
pronto que llegó a un diagnóstico. La madre de Don Alonso padecía
candidiasis intertriginosa, una enfermedad cutánea que se
caracterizaba entre otras cosas, a las que por supuesto no dio
importancia, por las pústulas purulentas y el prurito, síntoma este
último que a aquellas alturas nuestra versada en medicina no había
conseguido averiguar lo que era. La dolencia podía ser consecuencia
de falta de higiene, obesidad o diabetes. Se inclinó por eso último,
pues le parecía poco probable que la madre de un señor tan educado
y elegante fuera puerca o gorda. No encontró explicación alguna al
hecho de que las lesiones se agravaran con la niebla o la tormenta,
pues precisamente en la enciclopedia se señalaba que tal
agravamiento iba ligado a la estación seca, pero de nuevo obvió ese
pequeño detalle que a su juicio no llevaba a ninguna parte. Se
concentró entonces en buscar solución a la enfermedad y
efectivamente dio con ella: loción a base de detergente o gel tópico
formulado con sulfuro de selenio. No sabía qué era el sulfuro de
selenio ni falta que le hacía, pero detergente y gel...de eso había
a raudales en su tienda. Echó una cucharadita de detergente barato
de lavadora en un botecillo de cristal y lo mezcló con gel de baño
del peor que vendía en la tienda. Completó la mezcla con unas
gotitas de aceite de ricino y un chorrito de agua. Luego guardó el
frasco en la nevera, convencida de que Don Alonso iba a quedar
gratamente sorprendido de su eficiencia.
*
Alonso Ardavín pospuso la visita que tenía pensado hacerle a
Antoñita Pasión hasta el último día. Había llegado a sus oídos
que la mujer era un poco lela y que a pesar de todo lo ocurrido entre
ambas conservaba una muy buena relación con Olivita Torres. Siendo
así, no quería que Antoñita pusiera sobre aviso a la otra de su
visita ni de sus verdaderas intenciones, por lo que se presentó en
casa de la esposa de Piero el mismo día que había quedado en
regresar a la tienda de Olivita a buscar los resultados del examen
médico a distancia que aquélla se había comprometido a realizar a
su madre.
Llamó a la puerta con tres golpes suaves, pero firmes, y al poco le
abrió la puerta una mujer pequeña, entrada en carnes, pero hermosa,
con los ojos más bellos y dulces que hubiera visto en su vida.
-Buenos días, disculpe ¿vive aquí Antoñita.... eh...Antoñita?
-no recordaba Alonso un apellido tan simple como García, en parte
porque se le venía a la mente el apodo de “Pasión”, en parte
porque la visión de aquella mujer lo dejó un tanto desconcertado.
-¿Antoñita García, más conocida como Antoñita Pasión? Esa soy
yo misma. - respondió la mujer.
El desconcierto inicial del hombre aumentó unos cuantos puntos.
Nunca se hubiera imaginado que la mujer que buscaba fuera poseedora
de semejante belleza.
-Si, esa es la mujer que busco. Eh..... verá, necesitaba hablar con
usted unos minutos.
Antoñita dudó unos segundos. No sabía muy bien el motivo, pero
desde que le había abierto la puerta a aquel hombre sentía un
cosquilleo en salva sea la parte, como cuando estaba soltera y se
dedicaba a dar cariño a los mozos en el pajar de la parte de atrás
del salón de baile. No podía ser, era una mujer casada y le debía
fidelidad a su esposo. Si dejaba entrar en su casa al caballero que
tenía delante era probable que no pudiera hacer otra cosa que dar
rienda suelta a sus instintos.
-¿Hablar de qué? -preguntó – no está mi marido y no sé si será
correcto dejar pasar a un hombre a mi casa.
El
decoro del que hacía gala la buena mujer despertó todavía más el
incipiente interés que Alonso comenzaba a sentir y fue por ello que
no le quedó más remedio que insistir para que lo dejara entrar en
la casa y mantener una conversación con ella que, sin lugar ha
dudas, resultaría muy interesante.
-No se preocupe – le dijo – no traigo malas intenciones, sólo
deseo hablar de Olivita, la tendera. Soy delegado del Colegio de
Médicos, me han encargado una investigación por ciertos hechos nada
agradables y pienso que usted tiene algo que contarme.
Antoñita miró al hombre durante unos segundos, recelosa y tímida,
mas enseguida pensó que aquella era la mejor ocasión para limpiar
la reputación de la buena de Olivita, que siempre se había portado
tan bien con su familia y a la que ahora atacaban por todos los
flancos por culpa del metiche de su cuñado. Franqueó la entrada a
Alonso y lo hizo pasar a la salita, donde sus tres hijos pequeños,
milagrosamente, se entretenían en dibujar unos bellos paisajes en
papeles de periódico pasados de fecha.
-Niños, salid a jugar al patio, que hace muy buen tiempo. Yo tengo
que hablar con este señor.
Obedecieron los pequeños sin rechistar, mas mientras los dos mayores
se dedicaban a dar patadas a un balón, Catarino pegó la oreja a la
puerta de la sala, muerto de la curiosidad por la conversación que
su madre iba a mantener con aquel desconocido.
-Dígame usted, ¿qué quiere que le cuente? Pero siéntese,
siéntese, no se quede de pie, disculpe mi torpeza.
Se
acomodó Alonso en el sofá marrón, al lado de Antoñita, y
comenzaron la conversación.
-Tengo entendido que la tal Olivita le ha prestado servicios médicos
en más de una ocasión.
-Si...bueno....ella sabe mucho de esas cosas, de hecho creo que la
mayoría de los niños del pueblo nacieron gracias a ella. Es partera
¿sabe usted? Y además es muy estudiosa y con el tiempo aprendió no
sólo a traer niños al mundo sino otras cosas relacionadas con la
medicina. No puedo decir nada en contra de ella, a mi familia siempre
la trató muy bien.
-Pues a mí me han dicho lo contrario. Según mis informes cuando
usted dio a luz a su quinto hijo estuvo a punto de morir por la
absurda pasividad de esa mujer, que por cobrar una importante
cantidad de dinero, no fue capaz de admitir que el niño venía mal y
que era necesario llamar al médico. Por otra parte también tengo
conocimiento de que hace bien poco ejerció de psicóloga para su
hijo con nulos resultados, cobrándoles, igualmente, más de la
cuenta.
-¿Quién le ha contado eso? Mi cuñado ¿verdad? Él no la puede
ver, por eso dice esas cosas sobre ella.
-¿Insinúa usted que lo que su cuñado me ha contado es mentira?
-Bueno, lo del parto fue un descuido y lo del niño..... hacía
preguntas muy raras y después de las sesiones con Olivita dejó de
hacerlas.
-Quiero hablar con el niño, si es usted tan amable.
-No creo que sea necesario, el niño....
-Olivita es una vieja puta - manifestó a voz en grito Catarino a la
vez que abría de pronto la puerta de la salita – y a mi hermano
sólo le mandaba dibujar, y le hacía preguntas sobre mis padres, que
dónde guardaban el dinero y cosas así. Mi tío Arnulfo dice que es
una vieja puta.
-Me parece que tengo ya las cosas bastante claras -dijo Alonso
levantándose después de escuchar al pequeño – a esa mujer se le
va a caer el pelo. Buenas tardes, señora, un placer charlar con
usted.
-¡Espere! No se vaya. ¿Qué puedo hacer para evitar todo esto? -
rogó Antoñita.
-¿Qué quiere decir?
-No quiero que perjudiquen a Olivita. Puede que tenga sus fallos
pero....tengo miedo de que tome represalias contra nosotros si le
ocurre algo. Estoy dispuesta a hacer lo que sea a cambio de que no
salga perjudicada de todo este lío.
De
pronto Alonso vio en aquel ofrecimiento la posibilidad de saciar sus
ansias de mujer, de aquella mujer que, sin saber por qué, le
zarandeaba los sentidos.
-¿Qué estaría dispuesta hacer? -preguntó con su voz más
sugerente.
-Le dejo elegir -contestó Antoñita a la vez que obsequiaba al
hombre con una sensual caída de párpados.
Y
eligió, vaya si eligió.
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