Olga no se lo pudo sacar de la
cabeza en todo el día. Tenía razón Juana, parecía un hombre
normal y probablemente lo fuera. Tal vez aquella conquista
emprendida, que en realidad no era más que una cruel burla, no fuera
tan buena idea. El blando y tierno corazón de Olga le decía que
seguramente aquel muchacho necesitara a su lado alguien que lo
ayudara a sacar a flote lo mejor de sí y no precisamente a quién se
aprovechara de sus debilidades Se sintió baja y mezquina.¿Acaso
todos los hombres tenían que pagar el cruel rechazo del que ella
había sido parte? ¿Era el comportamiento soez y desconsiderado de
su ex marido motivo suficiente para convertirse en alguien como él?
No, no podía hacerlo, no podía convertir a aquel hombre en el
blanco de su amargura y no lo iba a hacer. Ella iba a ser la tabla
salvadora de aquel muchacho que parecía estar fuera de lugar, iba a
indagar en su alma, iba a recorrer los recovecos de su vida para
lograr descubrir qué era lo que hacía de él un ser tan singular.
Se cuidó bien de compartir con
sus compañeras sus nuevas intenciones con respecto a Judas, pues
sabía que intentarían convencerla de que no se embarcara en
semejante empresa. Al fin y al cabo no le importaba a nadie y la
curiosidad de aquellas dos la despacharía ella con unas cuantas
mentiras.
Mas un obstáculo importante en
el camino casi la hace desistir de sus buenos propósitos. Esperó en
vano que Judas apareciera de nuevo por la oficina. No apareció ni al
día siguiente, ni al otro, ni al otro más......pasaron las semanas
y los meses. Intentó llamarle para darle la noticia de que se había
arreglado lo de su madre, pero nadie contestó al teléfono.
Judás cayó en el olvido de sus
dos compañeras, más no en el suyo, que día tras día se preguntaba
que habría sido de él, qué oscuro motivo le habría llevado a no
presentarse más por allí cuando tanto entusiasmo había mostrado
ante la posibilidad de cambiarse el nombre. Olga se sintió triste,
absurdamente triste. Se decía a sí misma que tenía que olvidar a
aquel hombre, que todo aquel rollo que se había montado ella misma
no era más que una auténtica tontería, que seguramente Judas no
necesitara su ayuda ni la de nadie y cuando ya casi se había
convencido de todo ello, la casualidad lo puso de nuevo en su camino.
Ocurrió que una tarde,
regresando Olga a su hogar de vuelta del trabajo, se cruzó por la
calle con un caballero que en principió le pareció vagamente
conocido, y al que no tardó ni medio minuto en identificar como
Judas. Giró la cabeza la muchacha para verlo mejor y, aunque sólo
se le mostraba por detrás, no dudó un segundo de que era él.
Llevaba la misma pinta extraña, los pantalones de tergal oscuros
medio cortos, dejando ver unos calcetines blancos, la chaqueta sastre
con aberturas a ambos lados de la espalda, un inconfundible estilo
“retro”.
-¡Judas! - llamó – Judas
¿eres tú?
Dio la vuelta el muchacho al
escuchar su nombre. En un primer momento pareció ignorar la
identidad que la mujer que le llamaba, mas cuando ésta fue
acercándose a él la reconoció en seguida, ¡cómo había de
olvidarla!
-Judas, soy yo, Olga, la chica
del Registro Civil ¿me recuerdas?
-Olga...si....eh, claro que me
acuerdo. Hola Olga ¿cómo estás? – respondió el muchacho
visiblemente azorado.
-Pues...yo bien ¿y tú? No has
vuelto por el registro, te llamé para decirte que lo de tu madre
estaba listo, pero nadie me cogió el teléfono.
-Ya....bueno....es que … he
estado ocupado y...
Olga se dio cuenta de que había
algo que Judas no quería decir, de que estaba buscando a marchas
forzadas un excusa que poder contarle.
-Acabo de salir de trabajar y me
apetece comer algo ¿has comido? – le preguntó.
-No, precisamente yo también
iba a tomar algo.
-Pues no se hable más, ven
conmigo que yo invito y me cuentas ¿te parece?
Judas accedió sin pensarlo.
Necesitaba estar con alguien. Su vida no iba todo lo bien que él
hubiera deseado y tal vez ella pudiera escucharlo, simplemente eso,
necesitaba alguien en quien depositar sus miedos, sus deseos, los
demonios que atormentaban su alma. Ya sentados ante los manjares que
habían pedido, Olga le preguntó al muchacho por las razones de su
ausencia.
-Me extrañó que no acudieras a
por lo del cambio de nombre. ¿Acaso has cambiado de opinión?
-No, no he cambiado de opinión,
sigo pensando que nada me gustaría más que quitarme este lastre,
pero cuando me propusiste hacerlo..... – quedó una rato pensativo
y con la mirada perdida, antes de comenzar a hablar de nuevo
–
Te mentí, nunca usé otro
nombre que no fuera el mío, no tenía pruebas ni por supuesto
testigos. En realidad lo que me pasa es que mi vida es una porquería,
no tengo amigos, no tengo a nadie, me he pasado todos estos años en
una burbuja que crearon para mí y ahora no soy capaz de salir de
ella yo solo.
Olga posó su mano sobre la del
hombre, encima de la mesa.
-Ya sé que apenas nos
conocemos, bueno, en realidad no nos conocemos nada, pero quiero que
sepas que puedes confiar en mi, y que si te apetece hablar yo estoy
aquí para escucharte.
-No creo que quieras escuchar la
miserable vida de alguien como yo.
-En eso te equivocas.
Precisamente las vidas miserables son las que más merecen ser
escuchadas, las vidas felices e idílicas no tienen demasiado
interés, es más, no creo que existan demasiadas porque ¿alguien se
atreve a decir que goza de la felicidad completa? ¿Quién no tiene
cosas que esconder, secretos guardados en el fondo del alma, momentos
de los que arrepentirse? Todos, yo también, lo que pasa es que
algunos lo llevamos mejor que otros. Cuéntame lo que te pasa. Estoy
segura de te reconfortará y de que juntos podremos encontrar
solución a tus problemas.
No hizo falta que la mujer
insistiera más. Judas volcó en ella todo aquello que le ofuscaba la
mente y le oprimía el pecho impidiéndole respirar. Le contó toda
su vida, sus peculiares orígenes, la muerte prematura de su padre,
el retraso mental de su madre, la sobre protección de ésta, sus
ansias de aprender, su trabajo como contable mal pagado.....
-Como ves no he tenido una vida
como la de los demás, ojala hubiera sido así, lo peor de todo es
que no me di cuenta hasta que fui ya mayor y el trabajo me permitió
ver el mundo real. Hasta entonces pensaba que mi existencia era igual
a la de los demás niños y adolescentes y cuando conocí la realidad
quise integrarme en ella y no pude. Mi madre me lo impedía. Me
minaba los nervios con sus lamentos, me echaba en cara que la dejara
sola todo el día para ir a trabajar, un trabajo que, según ella, yo
no necesitaba; no quería que me acercara a las mujeres, incluso me
espantó a la única novia que tuve....Fueron tantas cosas, tantas,
que fui desarrollando hacia ella un odio desmesurado que me llevó a
cometer un acto deleznable del que no dejo de arrepentirme y que no
puedo sacar de mi cabeza. La maté, yo la maté, aprovechando que
estaba enferma y no respiraba bien, no tuve que hacer otra cosa que
taparle la cara con un cojín y ayudarla a dejar de respirar. La maté
creyendo que así me liberaría de sus ataduras, pero me equivoqué,
su imagen me persigue, su recuerdo no me deja vivir como quisiera,
sigo sin encajar en ningún lado y mi conciencia no está tranquila.
A veces pienso en entregarme a la policía, contarles todo y que me
metan en prisión, a ver si de esa manera alcanzo el sosiego que me
es negado, pero no me atrevo, soy demasiado cobarde siempre lo fui.
Supongo que ahora tú también pensarás que soy un monstruo, un ser
despreciable por hacer lo que hice. Si es así lo entenderé y no te
preocupes, ya estoy acostumbrado a que la gente me ignore e incluso
me rechace. Supongo que este es mi sino y que nada puedo hacer para
luchar contra él.
Olga
se quedó un rato pensativa, asimilando lo que acababa de escuchar.
Al fin, sus sospechas se habían confirmado. Se encontraba ante un
ser atormentado, atrapado en un pozo sin fondo del que no sabía
salir. Cierto es que le había impactado sobremanera el hecho de que
hubiera asesinado a su madre, pero teniendo en cuenta las penalidades
pasadas por su culpa no le quedaba más remedio que comprender.
-No, Judas – le dijo – yo no
te voy a rechazar. Lo que hiciste con tu madre no estuvo bien, pero
yo
no soy quien para juzgarte y no lo voy a hacer. Yo voy a cambiar tu
vida, ya lo verás. ¿Te
atreves
a ponerte en mis manos?
Aquel almuerzo casual fue el
primer día del resto de la vida de nuestra pareja. Comenzó para
ambos una época de conocimiento mutuo, de descubrimiento el uno del
otro, de aprendizaje y de esperanza. Judas abrió sus ojos al mundo
gracias a aquella funcionaria de la que se había prendado una mañana
en una oficina pública, una mujer que creyó en él y le cambió la
existencia. No pudo cambiarle en nombre, pero si lo transformó en
cosas tan aparentemente nimias, incluso frívolas, como un nuevo
vestuario o una moderna forma de peinarse. Olga fue moldeando un
hombre nuevo. Le buscó un nuevo trabajo más acorde con sus
conocimientos y mejor pagado. Le enseñó a comportarse ante la
gente, a perder el miedo y la timidez, a sentirse valorado, a hacerse
oír cuando fuera necesario, a amar y dejarse amar, a sentir pasión
y dejarse arrastrar, a aceptarse así mismo, con sus defectos y sus
virtudes....a vivir, en definitiva, como cualquier ser humano.
Ella, a su vez, aprendió de él
que no todos los hombres son malos, que haber tenido una mala
experiencia, no le daba derecho a pagarlo con los demás, que en el
sexo masculino cabe también la ternura y la ilusión, que quien
comete una falta, por horrenda que ésta sea, tiene que tener derecho
a una segunda oportunidad que le permita arrepentirse y enmendarse y
que la vida, siempre, hay que disfrutarla al máximo.
Judas y Olga no estuvieron
juntos para siempre, como en los cuentos de hadas, pero los años que
compartieron los disfrutaron con sinceridad y felicidad y cuando,
finalmente, sus caminos se separaron, cada uno quedó en la mente del
otro como el hermoso recuerdo con el que habían aprendido lo más
importante de la vida: simplemente vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario