Miró distraidamente hacia el
amplio ventanal y pudo ver el hermoso y enorme jardín que rodeaba el
edificio. Le hubiera gustado salir a dar un paseo y disfrutar
perdiéndose entre la frondosa vegetación, pero sabía que no era
posible. Aquellos tres tipos con cara de póker no la dejarían
marchar de allí hasta que les hubiera contado todo lo ocurrido con
pelos y señales. No le apetecía lo más mínimo hablar con ellos,
entre otras cosas porque no la entenderían, nadie la entendía.
Todos cuestionaban lo que había hecho, todos la juzgaban porque no
sabían de su sentir, y relatar todas sus andanzas a esos hombres
que esperaban impasibles que comenzara a hablar....
-Violeta, sólo queremos
ayudarla, pero para ello debe contarnos todo lo que pasó. No tenga
miedo, no le haremos daño. -dijo uno de ellos, insistente.
Violeta miró al hombre a los
ojos, desafiante. ¿Ayudarla? ¿a qué? ¿a sobrevivir el resto de
sus días? Nadie podía ayudarla, ni siquiera ellos. No obstante,
sabiendo que si no les decía lo que querían no la dejarían en paz,
Violeta comenzó su relato, su sorprendente relato.
-La vi por vez primera en el
autobús, en una de aquellas ocasiones en que el tedio y el
aburrimiento me empujaban a dar una vuelta por la ciudad. Les
parecerá una locura pero suelo hacerlo ¿saben? Son muchos,
demasiados los momentos en los que me siento muy sola, sin nada qué
hacer o en qué distraerme, así que no encuentro mejor diversión
que recorrer la ciudad en el bus, primero una línea, luego
otra...hasta que me canso y regreso de nuevo a casa. Pero bueno,
supongo que esto a ustedes no les importa, lo que realmente quieren
saber es otra cosa. Pues a lo que iba. La vi una tarde y me pareció
una mujer muy hermosa, con aquella melena tan rubia y brillante que
le cubría la mitad de su espalda, aquellos ojos de un azul tan
intenso que casi daban miedo...era perfecta, todo lo contrario a mí.
Era, en realidad, todo lo que me hubiera gustado ser a mí. Por eso,
cuando se levantó de su asiento para apearse y observé que le
faltaba un brazo....sentí una sensación extraña, una mezcla de
desilusión y de asco. Pensé que una mujer tan bella no merecía
tener semejante tara, no podía tenerla, pero así era. Y aunque al
principio me impactó su mutilación, con el tiempo llegué a
considerarla una señal inequívoca de identidad.
El caso es que mis encuentros con
ella en el autobús se repitieron con cierta asiduidad. Ella no sabía
de mí, claro está, era yo la que no dejaba de fijarme en su porte,
en su perfecto estilo, en su elegancia. Tal era la admiración que
sentía que empecé a imitarla. Me dejé el pelo largo y me lo teñí
de su color. Hasta me compré unas lentillas azules para que mis ojos
marrones y vulgares adquirieran la vida que emanaba de los suyos. Ni
que decir tiene que no fue posible. Por mucho que intentara ser como
ella jamás lo conseguiría, mas yo no cejaba en mi empeño.
Poco a poco, la admiración por
su físico fue dejando paso a la curiosidad por saber de su vida. Un
día la seguí. Me bajé del bus en la misma parada que lo hacía
ella y me eché a caminar en su pos, a una distancia prudencial. El
trayecto duró apenas unos minutos, terminando en el primer chalet de
la nueva urbanización que se había construido en las afueras de la
ciudad. Ese parecía ser su hogar. Más tarde mi suposición se
confirmó. Camuflada entre la gente que acudía todas las tardes al
parque que había frente a su casa, comprobé también que tenía
marido y dos hijos, un marido guapísimo y dos niños aparentemente
encantadores. No voy a entrar en demasiados detalles, pero sí les
diré que me enteré de casi toda su vida. Supe sus nombres, sus
edades, su lugar de trabajo, el tiempo que llevaban casados, supe
que eran felices, supe incluso, aunque les cueste creerlo, cómo
perdió su brazo, en un desgraciado accidente de tráfico. Creo que
no me hizo bien conocer tantos detalles de su existencia, pues fue
cuando nació en mí un sentimiento hasta entonces desconocido: la
envidia. Envidié toda aquella existencia idílica que ella tenía y
que a mí la vida me había negado injustamente. Quise ser yo la que
dormía todas las noches al lado de aquel hombre, la que llevaba
todas las mañanas a los niños al colegio, la que trabajaba en aquel
instituto, quise, en definitiva, robar su vida. Y se me ocurrió la
más genial idea. Tal vez, si yo me cortara mi brazo, si me
convirtiera en manca, como ella, las cosas cambiarían y también yo
pudiera conseguir algo parecido a lo que ella tenía. Quizá esa
pequeña tara era el precio que ella había tenido que pagar por su
felicidad y si le había funcionado, ¿por qué no habría de probar
yo? Confieso, no obstante, que tomar la decisión no fue nada fácil.
No podía pedirle a nadie que me ayudara a realizar tan repugnante
tarea, así que no me quedaba más remedio que hacerlo yo misma. Mil
veces estuve a punto y mil veces me eché atrás, hasta que una
tarde, por fin, lo hice. Lo había planeado muy sutilmente. Todo
tenía que parecer un desgraciado accidente o de otro modo me
tomarían por loca. Sabía que Juan, el hortelano, salía con su
camión todos los días a las cuatro. Aquella tarde me aseguré de
que el camión estuviese bien cargado de mercancía y cuando le vi
salir de su casa y dirigirse al vehículo, me recosté en la acera
colocando mi brazo detrás de la rueda trasera. Dos veces me pasó
por encima. El dolor fue tan insoportable que perdí la consciencia.
La recuperé en una ambulancia rumbo al hospital. Cuando me
preguntaron cómo se había producido el accidente argumenté que se
me había caído la cartera debajo del camión y que al intentar
recuperarla no me había percatado de que iba a moverse y me pasó
por encima. Nadie puso en duda mi versión y yo conseguí mi
objetivo. Mi brazo quedó tan destrozado que tuvieron que
amputármelo. Con ello esperaba que comenzara la parte afortunada de
mi vida.
Fue una pena, pero no dio
resultado. Nadie se fijó en mi, ningún hombre me hizo su esposa ni
pude tener hijos a quien cuidar. La mujer manca acaparaba la
felicidad y ya no quedaba nada para mí, a pesar de estar en su
misma situación, a pesar de haber pagado el mismo tributo.
Semejante fracaso fue convirtiendo la envidia en resentimiento, el
resentimiento en ira, la ira en odio desmesurado y entonces fue
cuando entendí que sólo yo podía terminar con tanta injusticia, no
castigándome a mí, si no castigándola a ella. Si yo no podía
tener una vida como la suya, no me quedaba más remedio que hacerme
con su propia vida. Por eso la esperé aquella noche, escondida entre
la oscuridad que envolvía el parque, frente a su casa. La abordé
por sorpresa cuando sacaba del bolso las llaves para abrir el portal.
Apenas tuvo tiempo para reaccionar. Le eché mi mano al cuello, y
aunque se defendió, la fortaleza que todavía conservo de cuando fui
hombre pudo más que su inservible lucha y en unos segundos su
cuerpo cayó sin vida sobre la acera con un golpe sordo. El resto ya
lo saben.
Violeta suspiró y esperó
inquieta una respuesta por parte de alguno de los tres hombres que la
habían estado escuchando sin dejar de tomar notas en sus ridículos
cuadernos.
-¿Cómo se le ocurrió pensar
que podía sustituir a la mujer manca? ¿Acaso creyó que el marido y
los hijos no se iban a dar cuenta de que usted no era su esposa y
madre? -preguntó finalmente uno de ellos.
Violeta le miró con un gesto de
burla, como si acabara de escuchar la pregunta más absurda del
mundo.
-¿Usted conocía a la mujer
manca? - preguntó con un deje de ironía en su voz – Éramos
idénticas. Nadie, ni siquiera su familia, podría haberse dado
cuenta del cambio. Todo se estropeó porque no me dio tiempo a
esconder el cadáver. Eso es obvio, así que, por favor, no hagan
preguntas tontas.
Los tres hombre murmuraron algo
por lo bajo y dieron por concluida la entrevista.
-Muchas gracias, Violeta – dijo
el que parecía más idiota de los tres – espere aquí, en seguida
vendrán a recogerla.
-Supongo que me dejarán marchar.
¿O tal vez se les ocurrirá ponerme una de esas estúpidas camisas
de fuerza? Tendrán que hacerlo si pretenden dejarme aquí. Yo no
estoy loca
Los hombres, sin responder, se
levantaron y salieron de la estancia.
-Pobre hombre -comentó uno de
ellos – un claro caso de desdoblamiento de personalidad, aparte de
otras muchas patologías, por supuesto. Está totalmente chiflado.
-Desde luego – añadió otro –
le queda por delante una larga temporada en la institución. Pero
puesto que no quiere quedarse aquí dentro tendremos que dejarle
pasear por el jardín.
Los otros dos le rieron la gracia
a la vez que caminaban por el largo y oscuro pasillo. Mientras, al
otro lado de la puerta, Violeta contemplaba el jardín pensando que
definitivamente tenía que ser un placer pasear entre sus árboles.
Aunque seguro que no tendría oportunidad para ello pues en unos
minutos saldría de allí a ocupar el puesto que la mujer manca había
dejado libre en la ruta hacia la felicidad.
Hace mucho tiempo lei tu relato,me gusto muchisimo,y me alegro un monton el poder,de casualidad,conocer el trabajo de escritoras como tu ( pero que lo digo por ti...jajaja)y disfrutar un monton.
ResponderEliminarHoy me lo he vuelto a encontrar y estoy encantada.Muchas gracias por tus relatos y en especial por este.
Que te vaya todo genial y la creatividad te acompañe siempre.
Un beso y un abrazo con un brazo.