Lo tomé por
costumbre cuando era niña. Me escondía detrás de los árboles y
tiraba piedras a los compañeros del colegio que se metían conmigo
porque era tímida, o porque era gorda, o porque era la empollona de
clase y sacaba mejores notas que ellos. Después me escapaba
corriendo y era yo la que se burlaba. Ya lo dice el refrán, quién
ríe el último, ríe mejor. Hasta aquí la historia no tendría
mayor importancia, si no fuera porque la fea costumbre de esconderme
y tirar piedras me fue acompañando a lo largo de mi vida.
Cuando mi primer
novio me dejó me escondí detrás de la farola que había junto a su
portal y le tiré piedras; cuando mi mejor amiga me traicionó
contándole a otra amiga nuestro secreto, le tiré piedras escondida
detrás de un cartel publicitario que había a la entrada de su
trabajo. También le tiré piedras a mi hermano cuando le contó a mi
madre que me había visto fumar un porro en la discoteca, esta vez
desde detrás del coche de mi padre. La cosa nunca tuvo mayores
consecuencias... hasta ahora.
En mi empresa
corrían rumores de despido, y como no, me tocó a mi la china. Ayer
el jefe me llamó a su despacho, y después de alabarme falsamente
(que si era muy eficiente, diligente y bla, bla, bla,) me dijo con
mucha sutileza que cogiera mis cosas y tomara las de Villadiego, pues
como era la última que había llegado, tenía que ser la primera en
irme. Y lo hice, por supuesto, pero pensando en que la cosa no iba a
quedar así.
Esta mañana me
escondí detrás de una cabina telefónica que nadie usa y espere
pacientemente a que saliera el gilipollas de mi jefe. En cuanto salió
Marina, la nueva secretaria, supe que aparecería él, pues de
dominio público es que tienen una relación clandestina. Y así fue.
Yo tenía en la mano, no una piedra, más bien un pedrusco que había
tomado de una cantera que hay cerca de casa de mi abuela y en cuanto
aquel imbécil puso pié en la acera se la lancé con todas mis
fuerzas. Luego vi a Marinita corriendo hacia él,que estaba tendido
en el suelo, con una gran herida en la cabeza de la que emanaba
abundante sangre. Salí de allí pitando. Ahora estoy escondida en
casa, detrás del sofá de la sala, esperando que la policía me
venga a detener por asesinato. A mi lado tengo un montón de piedras.
Aunque a lo mejor nadie me vio. La esperanza es lo último que se
pierde.
Me ha gustado mucho, Gloria. ¡Muy bueno!
ResponderEliminarDios!!!!!!! que genial, Gloria! Enhorabuena, lo he leido a media voz y la cadencia que tiene el texto es buenisima, además del contenido, por supuestísimo. Me ha encantado. Un saludo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Así da gusto escribir.
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