Cuando la vida se
convierte en una retahíla de desdichas una se agarra a lo que sea
para conseguir que todo cambie, aun siendo consciente de que la
solución encontrada no sea la adecuada. Yo había tenido un grave
accidente de coche, mi madre se había muerto de un día para otro,
mi marido se había largado con la secretaria y me había quedado sin
trabajo. Necesitaba cambiar mi tendencia a la desgracia.
Para escapar de
tanto infortunio me fui de viaje con una amiga a Las Bahamas y allí
di con la solución. Paseando por la calle me encontré un puesto de
amuletos. Según el negro zahíno (dicho sin acritud) que
intentaba venderlos, eran la panacea contra las desgracias. Había
amuletos contra todo tipo de desventuras. Compré uno de cada uno, me
gasté una pasta, y cuando llegué a casa no supe muy bien qué hacer
con ellos.
-Como no te lo los
comas.... - me dijo mi amiga.
Dicho y hecho. La materia prima de los
objetos en cuestión era una especie de pasta
coloreada. Parecían macarrones.
Así que los cocí y me los zampé. No sabían muy bien, pero si con
ello conseguía ahuyentar mi mala suerte me daba por satisfecha.
Tres días pasé en la cama con un dolor de estómago descomunal.
Cuando ya pensaba que tendría que ir al hospital, el malestar
remitió. Aunque no sé si surtirán el efecto deseado. He encontrado
un nuevo trabajo, como dependienta en una tienda, cuando antes
trabajaba en el departamento de informática de una multinacional, me
han tocado sesenta euros en la lotería y de manera imprevista he
recibido una llamada de un antiguo novio de juventud con el que acabé
como el rosario de la aurora porque pretendía manejar mi vida a su
antojo. ¿Merecería la pena el atracón de amuletos?
El mejor amuleto de buena suerte en la vida, es la vida misma que día con día nos tragamos. LAVA
ResponderEliminarjajajajajaj...parece que no tanto....un saludo, Gloria.
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