Reconozco que siempre
he sido un zampabollos, me gusta comer más que ninguna otra cosa en
el mundo, como lo demuestra mi más que evidente sobrepeso. Pero no
me importa. Como estoy bien de salud, al menos de momento, yo sigo
comiendo lo que me place. Y, como no podía ser de otra manera, me
gustan las chicas voluminosas y que comparten conmigo su afición por
la buena mesa. Encontrarlas no es muy fácil. Ahora a casi todas se
les da por cuidarse para estar como sílfides.
Hace tres años
conocí a Mónica. La vi por primera vez en un restaurante de comida
rápida y no dejé de observarla durante todo el tiempo que permanecí
allí. Se zampó una pizza, dos hamburguesas y de postre un trozo de
pastel de chocolate y dos helados de fresa. Su orondo cuerpo rebosaba
por los extremos de la silla. Me enamoré al instante, y desde ese
momento comencé a maquinar la forma de declararme. Después de mucho
pensar me surgió la idea. En lugar de un ramo de flores le regalaría
un ramo de.... perejil, por ejemplo, confiando en que captara la idea
de que nuestra mejor manera de comenzar el idilio sería con una
buena comilona.
Así fue. La cara de
felicidad que puso cuando le entregué el consabido ramo y le declaré
mi amor, es indescriptible. Me invitó a comer un buen cordero asado
cocinado por ella misma, aderezado con el perejil y demás especias
de su propia cosecha. Acabamos casándonos y fuimos tan felices como
las perdices que nos comíamos al menos una vez por semana. Pero todo
se fue al tacho hace seis meses, cuando el médico le dijo que o
adelgazaba o lo que le quedaba de vida sería un continuo rosario de
enfermedades provocadas por su obesidad. Ya ha perdido quince kilos,
y aunque sigue estando gorda, ya no es lo mismo. Si continúa a este
ritmo, dentro de otros seis será sólo el reflejo de sí misma. Lo
peor de todo es que ella está contenta. Tendré que ir preparando
los papeles del divorcio.
jajajajajajja....pero qué imaginación, Gloria! me encantó.
ResponderEliminar