Nunca me gustaron las cenas de empresa. Son de lo más tedioso, y
sobre todo en Navidad, cuando se supone que tienes que sonreír al
compañero que te cae como el culo y hacer la pelota al jefe que se
dedica a hacer gracias, ese que el resto del tiempo no muestra el
menor reparo en putearte vilmente. Pero reconozco que la de este año
ha sido diferente, tan diferente que no me la puedo sacar de la
cabeza, tan distinta que no puedo evitar intentar hacerme amigo de
Rodrigo, el tío más plasta y gilipollas de la tienda. Todo tiene su
lógica, no es por capricho.
Acudí obligado, con la total seguridad de que aquello sería el
aburrimiento de todos lo años...hasta que la vi a ella. ¡Menuda
hembra! Con un cuerpo de escándalo y una cara de ángel, embutida en
un vestido rojo que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel,
pasó a mi lado golpeando el aire con el rastro de una fragancia
floral que me hizo volver la cabeza. Y me quedé mudo del asombro
cuando vi que se acercaba al idiota de Rodrigo y lo tomaba de gancho.
Todos los tontos tienen suerte, él no iba a ser menos. Jamás pensé
que un imbécil con cara de bobo estuviera casado con semejante
bellezón (poco después nos la presentó como Violeta, su mujer) y
confieso que durante unos instantes sentí envidia, pero fueron sólo
unos segundos, luego mi mente volvió a la realidad y me repetí lo
de siempre: para tener una buena sesión de sexo lo mejor es ser
libre, y yo en las mujeres no busco nada más.
Tuve la suerte de que la rubia imponente se sentará frente a mí,
era un placer poder contemplar sus ojos profundamente negros, sus
labios carnosos, el canalillo de sus tetas que asomaban provocadoras
por encima de su escote. Para recrearme en semejante maravilla de la
naturaleza no me quedó más remedio que aguantar las idioteces de su
marido, sus comentarios que pretendían ser graciosos y no hacían
gracia ni a un niño, más conseguí abstraerme con la presencia de
aquella hembra, mientras a él le decía a todo que sí y quedaba tan
contento.
No sé en qué momento de la noche ella empezó con su juego. Yo
había estado observándola con todo el disimulo que había podido
mientras dejaba volar mi imaginación. Le quité aquel vestido una y
otra vez, besé aquellos cántaros rebosantes de miel con
glotonería, paseé mi lengua por su cuello humedeciendo su piel....
Confieso que en otro contexto me hubiera entregado al dulce placer
del onanismo, pero allí no era plan, evidentemente, y no me quedó
más remedio que disimular mal que bien mi excitación. Hasta que
ocurrió. En medio de una conversación trivial en la que el estúpido
de su marido se empeñaba en explicarnos las magníficas ventajas de
las lavadoras secadoras, ella me miró fijamente a los ojos mientras
paseaba lentamente su lengua por sus labios. Al principio no supe
captar el mensaje, pero cuando sentí su pié descalzo subir despacio
por mis piernas no me cupo la menor duda de que la rubia quería
guerra... y yo me presté con docilidad a la batalla.
Mi excitación creció hasta el límite cuando su pié llegó
finalmente al destino deseado, que esperaba ansioso la caricia
furtiva que se anunciaba. Mientras el pie de mi musa hacía su
trabajo yo soportaba estoicamente la palabrería barata de su esposo,
aunque tengo que decir que en muchos momentos mi mente volaba al
lecho imaginario en el que estaba amando a su mujer.
Aquellos pechos estaba siendo míos, sus pezones erguidos recibían
mis caricias gustosos, mi boca degustaba con glotonería los jugos
que regaban con generosidad su territorio más íntimo y finalmente
nuestros cuerpos se unían en un baile lascivo y pecaminoso.
-¿Me estás escuchando René? - oí de pronto.
-Sí, sí.....claro.
Mi voz denotaba a las leguas que el pie de la mujer de Rodrigo estaba
llevando a cabo su labor a la perfección.
-A ti te pasa algo ¿estás bien?
Miré a Rodrígo. Su cara de conejo fue la imagen contemplada
mientras estallaba en un orgasmo que me hizo sacudir todo el cuerpo.
-Ssssssi..... estoy bien – conseguí balbucear.
-Pues yo creo que no estás bien. Has tomado demasiado vino René,
tal vez será mejor que vayas a tomar un poco el aire.
Lejos de seguir el consejo de mi denostado compañero me quedé allí
sentado mirando a su mujer mientras intentaba recomponerme. Rodrigo
se levantó y fue a darle la lata al jefe. Su esposa le siguió.
-La próxima vez será mucho mejor, ya lo verás – me dijo mientras
se iba.
Todavía no ha habido próxima vez y no sé si la habrá, pues no la
he vuelto a ver. Pero la cena de empresa de estas navidades quedará
en mi memoria como la mejor de mi vida.... sin duda alguna. Y ya me
estoy inventando algún pretexto para organizar algún encuentro
entre compañeros… tal vez a la vuelta de las vacaciones.
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