Don
Alberto, el médico, examinó a Celia concienzudamente y finalmente
emitió su diagnóstico.
-Estas
esperando un bebé, pero además te encuentro muy débil. ¿Comes
bien?
-No
tengo demasiado apetito. Además últimamente siempre noto el
estómago revuelto.
-Eso
es normal en tu estado, pero tienes que hacer un esfuerzo y
alimentarte, si no tu hijo puede peligrar, y seguro que tú no
quieres eso ¿verdad?
La
muchacha negó con la cabeza tímidamente.
-Te
recetaría unas medicinas para que te las tomases, pero no sé si las
tendrán en la farmacia.
-Su
marido se las conseguirá, puedes recetárselas – dijo Elena.
Alberto
la miró con expresión interrogante, garabateó algo en un papel que
luego entregó a Celia y la mandó salir. Cuando por fin quedó a
solas con Elena, quiso saciar su curiosidad y saber algo más sobre
aquella niña asustada.
-¿De
dónde has sacado a esa muchachita?
-Si
te lo digo no te lo vas a creer. Es la mujer de Justo Arribas.
-¿La
mujer de Justo Arribas? ¿Pero cómo ha podido.....?
-Eso
mismo me pregunto yo, con qué malas artes ese hijo de mala madre ha
conseguido casarse con una... niña. No sé demasiado de su historia,
por no decir nada, pero estoy segura de que esa chiquilla no está
con ese sinvergüenza por voluntad propia
-Es
bastante probable ¿Y qué haces tú con ella? Ya sabes como se las
gasta ese tipo, no creo que le haga mucha gracia que te hagas amiga
de su mujer.
-Está
siempre sola. Hace unos días que la vengo observando salir de casa
por las tardes y regresar antes de caer la noche. Según me contó
mata el tiempo paseando por la ciudad o yendo al Retiro, a sentarse
en un banco y ver la vida pasar. Ayer a punto estuvo de desmayarse a
la puerta de mi tienda y yo la ayudé. Enseguida supuse que estaba
encinta. ¡Pobrecilla! me da tanta pena.... Estoy segura de que él
la trata.... peor que a un animal. Me gustaría darle todo el cariño
que no tiene en su hogar.
-Ten
cuidado Elena, ya sabes con quién te enfrentas. Si él se entera de
que te ocupas de su mujer..... puede intentar cualquier cosa
Elena
se levantó de la silla en la que permanecía sentada, dispuesta a
marcharse.
-
¿Qué cosa? ¿Matarme quizá? Si ya ha hecho todo lo posible por
quitarme el sustento. Alberto tú me conoces bien, sabes lo que luché
con mi difunto marido y contigo para defender la república de esta
mierda de régimen. Los tres nos hemos enfrentado a situaciones mucho
peores que tener a Don Justo delante. No le tengo miedo.
-Pues
deberías tenérselo. Una cosa es ser valiente, otra muy distinta es
ser temeraria. Es cierto que luchamos, para ya ese tiempo pasó y por
desgracia nuestro esfuerzo no sirvió de nada. Ahora tenemos que ser
prudentes y discretos si queremos seguir viviendo tranquilos. Si
buscas más enfrentamientos con ese hombre no te dejará vivir en
paz.
-
No te preocupes, tendré cuidado, pero tengo que mirar por ella, no
la puedo dejar sola
*
Celia
estaba confusa. La noticia de su embarazo la había cogido por
sorpresa y su mente era un mar de sentimientos encontrados. No se
esperaba la llegada de un hijo y no sabía si estaba preparada para
recibirlo. En todo caso no había remedio. Mas minuto a minuto iba
siendo capaz de imaginarse con su pequeño en brazos, acunándole,
susurrándole las nanas que su propia madre y su abuela cantaban al
pie de su cuna cuando ella misma era pequeña, hacía apenas unos
años. Tal vez aquel hijo, llegado de noches pintadas de temor y
repugnancia, fuera lo que necesitaba para darle un aire nuevo a su
vida, el motor que le faltaba a su absurda existencia.
Eligió
la hora de la cena para darle a su marido la noticia de su próxima
paternidad. Había estado toda la tarde dándole vueltas a la cabeza,
buscando el modo, las palabras adecuadas que se atrevieran a salir de
su boca de manera espontánea, aunque sin demasiado éxito . En el
momento en que Esperanza fue a buscar algo a la cocina se acercó a
él y le enseñó la receta que Alberto le había expedido.
-He
ido al médico porque no me encontraba bien y me ha recetado esto.
-¿Te
pasa algo?- le preguntó él con brusquedad.
-Estoy
embarazada.
El
hombre no contestó. Se limitó a coger el papel que le tendía su
esposa y guardárselo en el bolsillo interior de la chaqueta
-¿Con
quién has ido al médico?
Sin
saber muy bien por qué, la muchacha supo que no debía decir la
verdad.
-Sola.
-¿Sola?
¿Y cómo sabías dónde estaba el médico para ir sola?
-Bueno...a
veces.....a veces salgo a pasear y me fijé en la placa que tiene en
la pared y....
-¿A
qué médico has ido?
-Creo
recordar que se llama Don Alberto.
-No
volverás a acudir a él. A partir de ahora yo me ocuparé de traerte
un doctor a casa que te examine cuando lo necesites – repuso
mientras se levantaba disponiéndose a marcharse. Cuando estaba a
punto de salir se volvió a la criada –. Ah, Esperanza, se me
olvidaba. Prepáreme la habitación del fondo. A partir de ahora
dormiré solo, quiero que mi mujer esté cómoda y le cedo nuestra
alcoba para ella .
Celia
respiró aliviada. Al final no le había resultado tan complicado
soltar la noticia y al parecer su nuevo estado iba a significar su
paz. El mero hecho de poder dormir sola, sin tener que soportar los
repugnantes juegos de su esposo, ya era todo un logro. Ahora sólo
debía pensar en aquel pequeñín que se gestaba en su vientre y que
pronto llegaría al mundo para llenar su vida de felicidad.
*
Después
de las típicas molestias de los primeros meses, el embarazo de Celia
siguió su curso normal y comenzó para ella una etapa de relativa
calma. Su marido la ignoraba totalmente. En realidad apenas se veían
pues él, como siempre, se marchaba de la casa muy temprano y
regresaba cada vez más tarde, la mayoría de las veces tan avanzada
la noche que ella ni se enteraba. En realidad le daba igual a qué
hora pudiera llegar. Tampoco le interesaba lo más mínimo lo que
hiciera o dejara de hacer durante aquellas horas de ausencia. Sabía
que la botella era una de sus mayores aficiones, pero ni se imaginaba
que frecuentaba lugares de vida licenciosa y que cada noche se
divertía al lado de las más lujosas prostitutas de Madrid. Ahora
que ya había dejado preñada a su mujer y que por fin iba a tener un
heredero para sus suculentos negocios, no perdería más el tiempo
con ella. Podía tener, y de hecho tenía, mujeres más apasionadas,
más excitantes, que la chiquilla estúpida que dejaba todos los días
en casa.
*
Celia
comenzó a bajar todas las tardes a la tienda de ultramarinos. Le
gustaba la compañía de Elena porque la ayudaba ahuyentar los
fantasmas que parecían apoderarse de su alma en la casa, tan grande
y fría. Celia veía en Elena todo lo que a ella misma le hubiera
gustado ser, una muchacha valiente, decidida, con las ideas claras y
con mucha fuerza para llevar su vida hacia delante. Por el contrario,
para Elena, Celia era un ser desvalido que necesitaba protección y
cariño. Sabía que se sentía muy sola, que echaba de menos la
familia y los amigos que había dejado en el pueblo, por eso se
volcaba en ella, imponiéndose el deber inexistente de hacerle la
vida más fácil. La sola idea de imaginársela en brazos de Don
Justo le revolvía las entrañas.
Un
día, Elena se atrevió a preguntarle por el origen de aquella
relación que se le antojaba tan extraña y dispar.
-Celia,
siempre me he preguntado cómo has podido llegar a casarte con Don
Justo...
-No
me extraña, supongo que cualquier persona normal se preguntará algo
parecido. Ten por seguro que no me uní a él por voluntad propia,
fueron mis padres los que me empujaron a hacerlo
-¿Tus
padres? Pero ¿por qué?
-Las
cosas en el pueblo son muy diferentes a las de la ciudad. Allí los
padres deciden por los hijos, incluso en cuestiones tan importantes
como el amor. Ellos pensaron que lo mejor que podían hacer por mí
era casarme con un hombre bueno y con posibles. A mí me gustaba un
chico del pueblo, Adolfo, el hijo del señor maestro, pero se había
quedado cojo en la guerra y según ellos no era un buen partido. No
les culpo. Hicieron lo que creyeron mejor para mí y Justo supo
engañarles. Les sigue engañando, y a mí también, porque yo sé
que todavía les sirve género, que al menos una vez al mes, sigue
yendo al pueblo y ve a mis padres y sin embargo a mí me dice que no
va, que manda a alguno de sus empleados. Supongo que no quiere que yo
les vea y les cuente lo que pasa.
-¿Te
trata bien, por lo menos?
-No
me trata ni bien ni mal, me ignora. Desde que sabe que voy a tener el
niño ni siquiera duerme conmigo, pero de eso estoy contenta, porque
no me gustaban nada aquellos juegos extraños que se empeñaba en
practicar todas las noches.
Elena,
tristemente asombrada, se dio cuenta de que la chiquilla no sabía
nada de la vida, que ignoraba que lo ella llamaba juegos extraños
era lo normal que ocurría entre una pareja que se amaba.
-¿Juegos
extraños? Créeme Celia, eso es lo más hermoso que puede pasar
entre dos personas que se aman.
-Puede
que entre dos personas que se aman sea así, pero yo no le amo, así
que jamás me gustarán sus juegos, me hacen sentir repugnancia y
asco
-
Lo entiendo, pero no pierdas la esperanza. Tal vez algún día
encuentres a alguien que te haga feliz.
-Será
difícil. A veces pienso que en el fondo tengo suerte. Él es
bastante mayor que yo, así que seguramente se morirá mucho antes y
tal vez se me dé una oportunidad para llevar la vida que realmente
me gustaría llevar. Me gustaría que se muriera, y lo peor de todo
es que no siento remordimientos por ello.
-Si
yo estuviera en tu lugar pensaría lo mismo – repuso Elena, dejando
entrever toda la rabia que sentía hacia el hombre - Por cierto ¿te
ha llevado alguna vez más al médico?
-Que
va – contestó Celia a la par que se acariciaba su incipiente
vientre – cuando le conté que estaba esperando me dijo que me
traería un médico a casa, pero nunca lo hizo, y me prohibió ir a
la consulta de Don Alberto.
-Claro,
faltaría más. No lo puede ver. Mañana te llevaré yo.
-Déjalo,
es igual, a lo mejor si se entera se enfada.
-No
tiene por qué enterarse. Y tú debes ir al médico de vez en cuando.
¿Te compró, por lo menos, las medicinas?
-Sí,
eso sí, y desde que las tomo me encuentro mejor, hasta se me
ha abierto el apetito.
Elena
se acercó a ella y la abrazó con ternura.
-Eso
está muy bien, tienes que alimentarte para que tu hijo crezca fuerte
y sano, y precisamente por eso mañana vamos a ir al médico.
-Está
bien, si es que ya me pareces mi madre.
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