Una
noche de principios de mayo despertó con un fuerte dolor en el
vientre. Miró el reloj, apenas hacía dos horas que se había
dormido. Hacía calor. Se destapó un poco y se sintió algo
aliviada, pero de vez en cuando aquel dolor lacerante volvía.
Seguramente su hijo estaba a punto de nacer y debía pedir
ayuda. Se levantó y se dirigió a la habitación de su marido.
Estaba vacía, así que la otra opción era acudir a Esperanza, tal
vez fuera mejor. Golpeó la puerta con insistencia mientras
soportaba un nuevo latigazo de dolor que nacía en la parte baja de
su espalda y le abrazaba el vientre.
-Ya
va, ya va – oyó decir a la mujer al otro lado de la pared.
Se
abrió la puerta y apareció la criada, despeinada y soñolienta.
-¿Qué
te pasa?
-Mi
marido no está y creo que me he puesto de parto, ayúdame por favor.
-Vuelve
a la cama, ya te atiendo yo.
-¿Tú?
Pero.... tal vez sea mejor llamar a un médico – repuso Celia con
timidez.
-Nada
de médicos. Eres joven y fuerte, parirás sola, y me tendrás a mí
aquí para echarte una mano si lo necesitas, aunque a ti no te lo
parezca he traído más de un niño al mundo. Vuelve a la cama te he
dicho.
-Me
sentiría mucho más segura si pudiera dar a luz en un hospital –
insistió ante la tozudez de la criada.
-Puede
que tengas razón, pero tengo que seguir las indicaciones de tu
marido. Me dijo que cuando te pusieras de parto nada de hospitales,
que si era necesario llamara al médico de siempre.
Obedeció la
muchacha y regresó a su lecho. Tan poco interés era el que su
esposo tenía por ella que hasta le negaba poder parir con un poco de
seguridad. Celia se echó en la cama y cerró los ojos. Se sintió
débil y sola y por primera vez pensó en huir. Tal vez cuando su
hijo creciera un poco y ella recuperara las fuerzas, podría
intentarlo.
Las
horas pasaban lentas, el parto no avanzaba y Don Justo no aparecía.
Esperanza sabía que algo no marchaba como debía. Cada vez que
exploraba con sus toscos dedos la entrepierna de la chiquilla se daba
cuenta de que no dilataba, ni siquiera había roto aguas, y sus
gritos la estaban sacando de quicio. Jamás había deseado tan
desesperadamente que apareciera su amo y se hiciera cargo de la
situación. Pero esperar su presencia era cosa vana, pues seguro que
estaría pasando la noche con alguna fulana, sin prisa por regresar
al hogar y sin tener evidentemente, la menor idea de lo que allí
estaba ocurriendo.
Miró
el reloj, eran casi las siete de la mañana y todo había empezado
sobre las doce. El parto de Celia requería con urgencia la atención
de un médico. Sabía que la única persona a la que podía acudir,
dada la situación, era Elena, la tendera. Ella traería a su amigo
el médico para que atendiera a la chiquilla en forma. También sabía
que don Justo no aprobaría tal situación, pero dadas las
circunstancias no estaba dispuesta a cargar sobre su conciencia con
el peso de dejar morir a la muchacha, ya le había bastado con
sentirse culpable de la paliza que le había propinado el muy bruto
cuando le contó lo de sus salidas. No se lo pensó más. Bajó a la
calle y golpeó con fuerza la puerta del ultramarinos mientras
llamaba a voces a Elena. Al poco, ésta abrió asustada.
-¿Qué
pasa?
-Por
favor, señora, ayúdeme. La niña se ha puesto de parto, su marido
no está y algo no marcha bien. Necesitamos un médico.
No
hizo falta que dijera más. Elena se echó un chal sobre los hombros
y salió deprisa en busca de Alberto. Apenas tardaron unos minutos en
regresar. La vieja criada los condujo a la habitación de Celia. La
muchachita se retorcía del dolor, pero su gesto se calmó cuando vio
que Alberto y Elena estaban a su lado. El médico la examinó y fue
rotundo.
-Está
ocurriendo lo que siempre sospeché. El parto no progresa, su pelvis
es demasiado estrecha para dejar pasar a la criatura, hay que hacerle
una cesárea o morirá. Tenemos que llevarla al hospital ahora mismo.
-Por
supuesto llévensela – dijo la criada – ya me encargaré yo de
decírselo al marido cuando regrese.
De
inmediato Alberto tomó a la muchacha en brazos y la bajó a la
calle. Elena, antes de salir corriendo detrás de él, le habló a
Esperanza.
-Gracias por lo que
ha hecho Esperanza, sé perfectamente que se juega usted mucho.
-No
podía dejar que se muriera. Sé que mi amo probablemente me eche, o
tal vez algo peor, pero no podía dejarla irse. Cuídela, yo no le he
dado mucho cariño, así que hágame el favor de dárselo usted, es
una buena chica,.
-Lo
haré, no se preocupe.
*
A
las ocho de la mañana del diez de mayo de 1943, Celia dio a luz un
niño, sano y rollizo, a través de una cesárea que salvó su vida.
Cuando despertó de la anestesia Alberto estaba a su lado.
-¿Cómo
te encuentras? – le preguntó.
-He
tenido tiempos mejores. ¿Y mi pequeño?
-Está
bien, en el nido, las enfermeras le están cuidando, pero no te
preocupes, podrás verle en unas horas, ahora debes descansar. Has
sido muy valiente.
-¿Es
un niño?
-Si,
es un varón. Ahora descansa.
Celia
obedeció al doctor, cerró los ojos y casi al instante se durmió.
Su
marido se presentó en el hospital a media tarde, todavía bajo los
efectos de la monumental resaca que le había dejado como recuerdo
la borrachera de la noche anterior. Ni siquiera miró a su mujer, a
su entender no merecía la pena. Se acercó a la cuna y observó
orgulloso a su hijo.
-Por
fin tengo un heredero – exclamó.
Luego
miró a Elena, que no se había separado de la cama de Celia, y de
malos modos quiso echarla de la habitación.
-¿Qué
haces aquí? ¿No te ha quedado claro que no quiero que te acerques a
mi mujer? ¡Lárgate de una vez!
-No
me iré – le contestó ella con firmeza – no me iré de aquí
en toda la noche. Sé perfectamente que a usted le importa bien poco
lo que le ocurra a su mujer, si está bien o esta mal, pero a mí sí
me importa y me voy a quedar aquí a su lado, cuidándola.
-Sigues
desafiándome, ¿verdad? Ya te dije la última vez que hablé contigo
que no te acercaras a ella o lo pasarías muy mal. No quiero que le
llenes la cabeza con tus estúpidas ideas, así que te repito que
te largues.
-Por
supuesto que no se irá – dijo Celia con voz decidida, después de
haber contemplado la escena totalmente asombrada.
Ambos
la miraron, sorprendidos ante la valiente reacción de la muchacha.
-Ella
no se irá. El que se va a ir de esta habitación ahora mismo eres tú
– dijo con seguridad dirigiéndose a su marido.
-¿Cómo
te atreves a echarme?
Don
Justo avanzó hacia la cama de su mujer con el brazo levantado,
dispuesto para descargar en ella toda su fuerza, pero Elena, más
rápida y vivaz, se lo impidió.
-Ni
se atreva – le dijo haciendo acopio de sus fuerzas y parando el
brazo castigador –. Sabía que era un ser mezquino, pero ni me
imaginaba que llegara a tanto. Pegarle a una mujer que acaba de dar
luz... por encima de mi cadáver.
La furia rezumaba
por cada poro de su piel. El hombre furibundo parecía querer echarse
sobre las dos mujeres y acabar con ellas, pero se contuvo y marchó,
no sin antes dejar caer de nuevo sus amenazas.
-Esto
no va a quedar así Elena, ya lo creo que no. Y contigo, ya hablaré
en casa.
Salió
del cuarto dando un traspiés y se alejó por el pasillo con paso
vacilante.
-Celia,
¿cómo te has atrevido? Cuando vuelvas a casa te dará una paliza –
advirtió Elena cuando quedaron solas.
-Lo
sé Elena, pero ya me cansé de ser una tonta, una muchacha
débil y sin carácter, eso se acabó. Tengo un hijo y voy a luchar
por él. Si tengo que hacerle frente se lo haré. Y buscaré la
ocasión para marcharme, puedes estar segura.
-¿Y
a dónde vas a ir? En este país las mujeres ya no tenemos ningún
derecho. Lo que la república había conseguido, este maldito régimen
lo echó por tierra. Ahora la mujer está supeditada al marido. Si te
vas, te puede denunciar por abandono de hogar, y es probable que
termines con tus huesos en la cárcel.
-Elena,
yo no entiendo de leyes ni de derechos. Sólo soy una pobre chica de
pueblo que ha venido a parar aquí por una desgraciada circunstancia,
no sé si me puede denunciar, ni si me pueden detener, sólo sé que
tarde o temprano me iré. Y no te preocupes, cuando lo haga, me
marcharé lejos, bien lejos, donde él nunca pueda encontrarme.
-Eso
sólo son sueños.
-No
lo son, esas son mis intenciones que algún día, tarde o temprano,
llevaré a cabo. Soportaré sus humillaciones y sus palizas el tiempo
necesario para planear mi fuga. No sé cuándo será ni de qué
manera, pero no me voy a pasar la vida a su lado.
Elena
le acarició dulcemente el pelo.
-Ojalá,
niña, ojalá.
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Quiero compartir mi testimonio con el mundo. Mi matrimonio ha sido una bendición hasta hace unos meses cuando mi vida casi se chupaba. Una extraña mujer me quitó el amor de mi esposo. Nos dejó a mí ya nuestros 3 hijos a esta señora. Yo estaba en shock porque sé que mi marido todavía me ama. Intenté todo lo que pude para recuperarlo, pero cuanto más lo intentaba, más se alejaba de mí. Todo mi esfuerzo no produjo nada. Casi me daba por vencido y quería pedir el divorcio. Entonces, fui a muchos lanzadores de hechizos, pero todos fallaron al quitarme mi dinero. Viví en dolores por 3 buenos meses sin ningún plan de salir de este lío. Hasta que conocí a un amigo de la vieja escuela que me enseñó al doctor okos que me ayudó a lanzar una hechicera que luego devolvería la felicidad a mi familia ya mi vida. Su hechizo trabajó tan rápido que ni siquiera podía creerlo. Él es genial por todo lo que puedo decir. Todavía estoy agradecido con él hasta mañana para sus obras de hechizo. Mi esposo volvió con disculpas por los poderes de hechizos de Dr. okos, También puede contactarlo en su correo electrónico para toda su relación o tiene hierbas para todo tipo de enfermedades incluyendo VIH / SIDA, ASMA, CÁNCER, DIABÉTICO 1 Y 2, GONORRÉA, BARRENAS, IMPOTENCIA, DAÑO FEMENINO, ALTA PRESIÓN SANGUÍNEA, EPILEPSIA, PECHO DE EMBARAZO Y AMPLIACIÓN DEL PÉNIS, etc. Problemas de fertilidad, como la incapacidad de tener un niño o problemas de erección.
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