El otro acontecimiento que revolucionó nuestras vidas vino de la
mano de nuestros propios padres algo más de un año después de la
muerte de Paula. Evidentemente, aunque la teníamos muy presente, el
tiempo fue poco a poco mitigando el dolor de su pérdida. Pero
Lisardo se sentía terriblemente solo sin su esposa y mi madre,
igualmente, echaba mucho en falta a su prima y amiga. Fue así que
cuando sus respectivos trabajos se lo permitían, ambos pasaban mucho
tiempo juntos. Hasta que un día nos dieron la casi inevitable
noticia: se casaban.
Era Navidad, las segundas Navidades sin Paula. Siempre habíamos
celebrado aquellas fiestas juntos cuando vivía, y después de su
muerte nada cambió en ese sentido. A pesar de que todo el mundo
notaba su ausencia todos sabíamos que era lo que a ella le hubiera
gustado, que las cosas siguieran como siempre, que la vida continuara
con su devenir habitual. Y aquella Nochebuena, como tantas otras, nos
sentamos los cuatro alrededor de la misma mesa, intentando mantener
una alegría navideña que en nuestro caso, por cuestiones obvias,
era un poco ficticia. Cuando llegaron los postres, Lisardo,
visiblemente nervioso, nos habló casi con solemnidad.
-Sara y yo tenemos una noticia que daros.
Miguel y yo, que estábamos jugueteando con alguna tontería, nos
quedamos en silencio y les observamos con asombro. Ambos se miraban
pero ninguno se atrevía a comenzar a hablar.
-¿Qué pasa? - pregunté sin sospechar, ni por asomo, cuál era el
contenido de la noticia.
-Bueno que..... nos vamos a casar.
Fue mamá la que habló y después de pronunciar aquellas palabras
todo lo envolvió el silencio, roto únicamente por el tenue murmullo
de los machacones villancicos que provenía de la calle.
-Pero eso es.... eso es fantástico – dijo finalmente Miguel -mi
enhorabuena a ambos, de verdad.
Se levantó y les dio dos besos, mientras yo era espectadora
silenciosa de aquella escena que me parecía salida de un cuento
subrealista. Mamá, la abanderada de la libertad femenina, se casaba
con Lisardo, el marido viudo de su prima, apenas un año después de
la muerte de ésta. No era una situación que me pareciera
precisamente normal, contrariamente a lo que semejaban sentir los
demás.
-¿Y tú no dices nada, hija? -me preguntó mi madre.
-Pues... no sé qué decir. La verdad es que nunca me imaginé que
entre vosotros pudiera haber algo y además... la muerte de Paula
está tan reciente aún... a lo mejor os estáis precipitando un poco
¿no os parece?
-Irene, hija, nos lo hemos pensado mucho – contestó Lisardo- puede
que tengas razón, a lo mejor debiéramos esperar un poco más, pero
por otro lado tampoco tiene mucho sentido. Es cierto que tal vez a
nuestra edad el amor ya no sea lo que era cuando teníamos veinte
años, pero también lo es que estamos muy bien juntos y que
probablemente Paula estaría de acuerdo en esta decisión. Créeme
que, aunque tal vez no lo parezca, la tuvimos muy presente a la hora
de tomarla.
-Pues entonces...si vosotros sois felices... yo no tengo nada que
decir – repuse sin demasiado convencimiento, pero sabiendo que no
tenía derecho a inmiscuirme en su vida.
-Pues ahora, venga, iros a celebrarlo por ahí, que Irenita y yo nos
quedaremos en casa viendo una peli ¿verdad, princesa? - propuso
Miguel.
Mamá no quería marchar, pero finalmente Lisardo la convenció y así
Miguel y yo nos quedamos solos en casa y nos pusimos una película en
el vídeo. Una vez acomodados en el sofá, tapados con una suave
manta, Miguel me dijo:
-No pareces muy contenta con el casorio
-No es eso – contesté – es que me ha cogido tan... de improviso.
¿Tú sabías algo?
-Algo me olía, aunque mi padre no me había dicho nada un día los
pesqué en cierta conversación, hablaban de que viviendo juntos
reducirían gastos diarios. Y puesto que últimamente pasaban casi
todo su tiempo libre juntos... no es difícil ir atando cabos. Yo
creo que hacen bien. Ya no son unos niños, se harán mutua compañía
y serán felices, ya lo verás. Además, así tú y yo por fin
seremos hermanos de verdad.
Levanté mi cabeza, que estaba apoyada sobre su hombro, y le miré.
-No seremos hermanos nunca, en todo caso hermanastros, que es una
palabra horrible. Además, yo no quiero ser tu hermana.
-¿Ah no? ¿Y eso por qué?
Medité unos segundos antes de decidirme a darle una respuesta. Yo
ya me sentía mayor. Sabía que la diferencia de edad entre los dos,
a aquellas precisas alturas, era todo un reto, pero yo quería,
necesitaba que él se fuera enterando de mis sentimientos.
-Ah pero ¿no lo sabes? ¿Nunca te has dado cuenta? - pregunté.
-¿De qué? ¿De qué tenía que haberme dado cuenta?
Volvió su cara hacia mí. Nuestros rostros quedaron frente a frente.
La estancia estaba en penumbra, alumbrada apenas por la luz que
proyectaba la televisión y la que emitía una pequeña lámpara de
sobremesa. Aún así pude apreciar sus ojos, que en aquellos momentos
parecían mucho más transparentes que de costumbre, y sus labios
gruesos, semiabiertos en una casi imperceptible sonrisa, que me
invitaban a besarlos. Pensé en hacerlo, quise hacerlo, imaginé por
un instante mis labios posándose en los suyos, jugosos; nuestras
lenguas surcando la boca del otro, las caricias de sus manos... pero
no me atreví. No me atreví ni a besarle ni a contestar a su
pregunta.
-De nada – le dije finalmente – no me hagas mucho caso; tonterías
mías.
Volví a recostar mi cabeza sobre su hombro y entonces pude sentir la
tibieza de su dedo acariciando mi mejilla. Un escalofrío recorrió
mi espalda. Levanté de nuevo la cabeza. Él me miraba sonriendo y
continuaba acariciando mi mejilla con su mano.
-Sigues teniendo la carita tan suave como aquel día en que fui a
verte al hospital, recién habías nacido. Parece que fue hace dos
días... y eres ya una mujercita, Irene, mi princesa.
Cesó en sus caricias y continuamos mirándonos. Yo sabía que iba a
ocurrir, tenía que ocurrir, aunque él fuera un hombre y yo apenas
una adolescente con la cabeza llena de pájaros.
-Te quiero Miguel – me atreví a decirle por fin, con mi corazón
latiendo tan aprisa que parecía querer escapar de mi pecho.
-Y yo a ti, princesa.
Ya estaba, ya lo había dicho y había obtenido la respuesta deseada.
Sólo faltaba el beso, ese beso que ya flotaba entre los dos, que
parecía irse materializando poco a poco, a cada segundo que pasaba y
que nuestros rostros, de forma involuntaria, se iban acercando el uno
al otro. Pero el sonido de las llaves en la cerradura de la puerta
rompió el hechizo. Su padre y mi madre volvían de su breve
incursión en la vida nocturna del pueblo.
-Apenas había nada abierto – dijo mamá – así que hemos
regresado. ¿Podemos ver esa película todos juntos?
Claro que podíamos, aunque ello significara el fin definitivo de mi
beso imaginario. Miguel y yo volvimos a mirarnos, él me hizo un
guiño cómplice. Nuestros padres se acomodaron, yo apoyé de nuevo
mi cabeza en el hombro de Miguel y la sesión de cine casero siguió
su curso.
*
Mamá y Lisardo se casaron a principios de verano. Fue una boda
sencilla, tanto que los únicos asistentes a la misma fuimos nosotros
cuatro y unos tíos de Miguel. En realidad se trataba simplemente de
formalizar una situación que ya existía, pues pasadas las Navidades
mi madre y yo nos habíamos mudado al piso de Lisardo, que era más
grande y cómodo que el nuestro.
Miguel se empeñó en regalarles un viaje de novios inolvidable, pero
ellos le echaron por tierra el presente.
-Nos gustaría hacer un viaje, es verdad – nos dijo mamá cuando él
les propuso su proyecto – pero puesto que jamás hemos viajado
juntos, también nos gustaría que vosotros nos acompañarais .
Mientras que a mí me entusiasmó la idea, Miguel se empeñó en
convencerlos de que se fueran solos, cosa que, afortunadamente, no
fue posible. Estábamos todos de vacaciones y las íbamos a disfrutar
juntos. Nos iríamos una semanita a Menorca. No había discusión
posible, ya estaban los billetes de avión sacados y el hotel
reservado.
-¿Por qué no quieres ir? - le pregunté a Miguel que, aunque al
final había terminado por aceptar la proposición de mi madre y su
padre, no parecía demasiado entusiasmado con la idea.
-No es que no quiera ir. Si te he de ser sincero me apetecía mucho
hacer un viaje a un lugar tranquilo y según me han contado Menorca
es un sitio ideal para descansar. Pero a ver, princesa, dime la
verdad ¿A ti te gustará que ellos nos acompañen cuando nosotros
nos casemos?
Suponía que aquella pregunta era una broma de las suyas, pero en el
fondo me gustó escuchar aquella posibilidad en sus propias palabras.
-Ah pero ¿tú y yo vamos a casarnos? - le pregunté a mi vez.
-¿Acaso lo dudas?
-¡Pero qué bobo eres!
Ahí terminó la conversación, pero lo cierto es que poco a poco, de
forma sutil y muchas veces solapada, Miguel me iba mostrando sus
cartas. Sentía algo por mí. Seguro.
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