Un día comencé a sentir que la distancia ficticia entre Miguel y yo
se estaba convirtiendo en real. Pasaba mucho tiempo en el trabajo,
llegaba de la ciudad cansado y sin ganas de nada y los días que
tenía libres siempre encontraba alguna excusa para no estar conmigo.
Yo le había prometido ser discreta y no lo podía ser mas. Ni
siquiera le planteaba mis miedos, a pesar de que me estaba invadiendo
una profunda tristeza. No me imaginaba la vida sin él. Formaba parte
de mí, casi de mi misma esencia, siempre había sido así y no podía
ser de otra manera. Pero por momentos sentía que se me iba de las
manos.
Todos mis temores se vieron confirmados una fatídica noche de
viernes. Volví del instituto un poco más tarde de lo normal, pues
había tenido que quedarme a hacer un trabajo con Violeta. Al entrar
en la casa sentí cierta algarabía que me indicaba que había
visita. Así era. En el salón estaba Miguel con una muchacha,
sentados cómodamente en el sofá y manteniendo una distendida
conversación con Lisardo y Sara. Por un instante se hizo el
silencio cuando yo entré, pero pronto mi madre, rebosante de
felicidad, me invitó a unirme a la agradable reunión.
-Nena, ven, pasa. Miguel ha venido con su novia. Mira, Cristina, esta
es Irene, mi hija. Miguel y ella siempre han estado muy unidos. Estoy
segura de que le alegrará mucho la noticia.
La muchacha se levantó y se acercó a mí.
-Hola Irene – dijo dándome dos besos en la mejilla – encantada
de conocerte. Miguel me ha hablado mucho de ti.
-¿Ah sí? ¿Y qué te ha contado?- pregunté con las lágrimas a
punto de brotar de mis ojos.
Supongo que la muchacha captó la ironía de mi pregunta porque no
supo qué contestar. Tampoco me importaban las estupideces que
Miguel le habría dicho sobre mi. Seguro que eran todo mentira. Le
eché una mirada furibunda y me largué de allí. Tanta felicidad
estaba empezando a darme ganas de vomitar.
-Me voy a la cama. Se me está revolviendo el estómago.
Aquella fue la noche más larga de mi vida. Derramé lágrimas hasta
que me quedaron los ojos secos y por más que le di vueltas y vueltas
a aquel sinsentido no encontré ninguna explicación lógica. Que
Miguel hiciera acto de presencia en casa con una muchacha, que la
presentara a nuestros padres como su novia y todo ello a mis
espaldas, era algo que se me escapaba al entendimiento. Después de
todo lo que me había dicho que me quería, después de todo lo que
parecía haberme querido... no tenía sentido.
Cuando ya no pude llorar más, me venció el sueño. Aquel sábado
mamá trabajaba en el hospital y Lisardo como siempre en su taller.
Yo no sabía si Miguel tenía guardia o no, al fin y al cabo, qué
más daba ya. Pero no la tenía, y me despertó a media mañana.
-Irene despierta, son más de las once.
-Vete de mi habitación, quiero seguir durmiendo.
-Por favor, despierta, tenemos que hablar.
Me incorporé de un salto, como si sus palabras fueran un resorte y
hubieran tenido el poder de lanzarme al mundo real.
-¿Y qué quieres decirme? ¿Quieres contarme todo lo que le hablaste
de mí a tu nueva novia? ¿Le contaste cómo me follabas? ¿Lo mucho
que me hacías gozar?
-Irene, por favor, no seas soez. Créeme que si hago esto es porque
pienso que es lo mejor para los dos.
-Será lo mejor para ti, a mí nadie me ha consultado. Y si alguien
lo hiciera no creo que hubiera dicho que lo mejor fuera que el hombre
de mi vida me mandara a la mierda para irse con otra. Así que no me
interesan tus explicaciones. Sólo quiero saber una cosa. ¿El amor
por mi fue real?
-Sabes perfectamente que sí.
-Entonces es que eres un cobarde que no se atreve a luchar y que ha
optado por el camino más fácil: embarcarse en otra relación para
intentar olvidarme. Pero estás equivocado de parte a parte si
piensas que yo me voy a rendir tan fácil. Nunca me olvidarás,
nunca, yo me ocuparé de que así sea. Ahora vete de mi habitación.
Al menos durante el día de hoy me gustaría no volver a verte.
-Estás siendo muy injusta conmigo.
-¿Injusta yo? Mira, no me voy a meter en una guerra dialéctica
contigo, ni me apetece, ni me da la gana, así que vete por favor.
Disfruta de tu Cristina mientras puedas, que te vaticino será poco
tiempo.
-Irene por favor, es una decisión que he tomado. Ha sido muy duro,
mucho, aunque no te lo creas, por favor no hagas nada que lo pueda
estropear.
-No será necesario. Si realmente me has querido como dices, la
estropearás tú mismo. Y ahora vete de una vez.
*
Continuar viviendo bajo el mismo techo con el hombre que amas cuando
él está con otra mujer no es nada fácil, y mucho menos cuando el
resto de la familia, ignorante ( o tal vez no tanto) de tus
sentimientos, está encantada con la nueva relación. Cristina pasó
a formar parte de la familia con inusitada rapidez y según mis
propias conclusiones se debía a que ni mi madre ni Lisardo se creían
que Miguel estuviera realmente enamorado de esa muchacha. La
rumorología del pueblo, que había sido intensa y abundante, había
hecho mella en el espíritu de nuestros padres, que llegaron a
sospechar, si no a creer firmemente, que entre Miguel y yo había una
relación amorosa y pasional. Por eso que de pronto apareciera con
una chica diciendo que era su novia era el contrapunto perfecto para
sus sospechas. Y por si acaso Miguel pudiera flaquear, ellos se
agarraban a su nuevo amor como a un clavo ardiendo y le daban todas
las confianzas posibles para que se afianzase cuanto antes mejor.
Por mi parte, después del disgusto del principio, decidí que lo
mejor era no hacer nada, al menos nada premeditado. Si era verdad que
Miguel me quería, y yo realmente pensaba que era verdad, lo que yo
pudiera hacer estaba de más. Así que me limité a ser lo más
antipática posible con Cristina, aunque debo confesar que eso me
salía aunque no quisiera, a tratar a Miguel con la mayor naturalidad
y a intentar darle celos de vez en cuando, pero no con los mocosos
de mi clase que revoloteaban a mi alrededor como imbéciles, sino con
alguno de los mayores del instituto, alguno de los cuales ya tenía
hasta una moto y era cliente asiduo del taller de mi padrastro. Así
fue que alguna vez me vino a buscar a casa Juan Barceló, un morenazo
de ojos verdes que tenía loco a medio instituto. Vino sólo una vez,
porque la conversación que tenía era más bien escasa, fútbol y
sexo, y me aburrió soberanamente, pues el fútbol no me gustaba y el
sexo no estaba dispuesta a practicarlo con él.
Otro día me paseé delante de Miguel con Sebas González. Sebas
tenía veinticinco años y era hijo del propietario de la única
bodega del pueblo. Le salía el dinero por las orejas y todas las
niñatas iban detrás de él con la lengua de fuera, como bobas. Yo
sabía que le gustaba, me lo había dicho un compañero de instituto,
así que no me fue difícil liarme con él y llevarlo una noche a
pasear por delante del bar donde sabía que estaba Miguel con
Cristina y allí, delante de ellos, darnos unos cuantos besos de
tornillo.
Si el afaire con Juan Barceló pasó desapercibido a los ojos de
Miguel, no fue así el de Sebas González. Al día siguiente me dio
un toque de atención.
-Ten cuidado, Irene, es un chico muy mayor para ti.
-También lo eras tú, más mayor que él. ¿Contigo no tenía que
tener cuidado? No sé cuándo me vais a dejar en paz con la edad.
Miguel no me dijo más. Supongo que se dio cuenta de que yo tenía
razón. Pero me sentí muy satisfecha. Todavía me quería, y tarde
o temprano acabaría por volver a mis brazos de forma inevitable.
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