He de decir que por mucho que lo intenté mis esfuerzos fueron
baldíos. Adela nunca aceptó acostarse conmigo. Cierto día la
invité a comer a una freiduría muy famosa que había en Ferrol en
aquellos años. Se llamaba El Caballito de mar y allí preparaban el
pescado frito más rico del mundo. Mis intenciones, no del todo
honestas, eran camelar a Adela para, después del almuerzo, llevarla
al piso de Conchita y allí trajinármela, pero no hubo manera. Creo
recordar que ni siquiera llegué a proponérselo de forma directa,
puesto que mis circunloquios eran frenados por sus negativas
solapadas. Ella deseaba preservar su virginidad para su esposo y yo
me preguntaba qué manía tenían las mujeres con semejante
intención, como si con ello ganaran algo, al revés, lo que se
perdían eran magníficas ocasiones para pasárselo en grande. El
caso es que aquel día hubo cambio de planes y me limité a llevar a
mi acompañante al cine. Y al salir, después de morrearnos lo que
quisimos y un poco más, calientes como estábamos, la llevé a
conocer la boite FK 24 con la esperanza de que la oscuridad y un
copita de algo fuerte la ayudaran a desinhibirse. No tuve demasiada
suerte. Aunque es justo decir entre besos y caricias conseguí llegar
hasta su coño, sorteando los obstáculos de braga y faja. No
obstante poco me duró el momento, pues separó mi mano y me dijo una
vez más que no.
-Teo por favor, siempre estás igual, no quiero, no estoy
preparada para estas cosas.
-Pero mujer, si me dejas yo puedo masturbarte y hacerte sentir
un orgasmo rico, rico, que te gustará mucho, te lo aseguro –
insistía yo.
-No me gusta, ya lo he intentado yo sola alguna vez y no me
gusta.
-Eso es porque tú no sabes, pero si me dejas a mí no te
arrepentirás, de veras.
Pero por mucho que insistía ella no cambiaba de opinión. Ni
esa vez ni nunca, así que llegados a un punto en que la relación no
avanzaba de la manera en que a mí me gustaría que lo hiciera, como
Adela me atraía, pero no estaba enamorado de ella hasta el punto de
aguantar sus tonterías, decidí que había que terminar con aquel
absurdo.
Fui un cobarde, y tal vez fuera por esa sensación extraña que
me provocaba, no me atreví a decírselo a la cara y le escribí una
carta, de cuyo contenido exacto no me acuerdo, pero en la que le
venía a decir, fundamentalmente, que me resultaban aburridas
nuestras salidas y que no habiendo posibilidad de ir más allá, lo
mejor era que lo dejáramos y que nos buscáramos la vida cada uno
por su lado. Por supuesto ella me contestó a la misiva llamándome
de todo menos bonito, que si era un depravado, un obseso sexual y un
sinvergüenza. Me acusó de tener un carácter infantil, y puede que
tuviera razón, a lo mejor había comenzado a disfrutar del sexo
demasiado pronto, cuando era demasiado niño todavía, y mi mente se
había estancado en las sensaciones de entonces, pero también pienso
que Adela deseaba una relación mucho más seria, ella deseaba estar
segura de que nuestro noviazgo acabaría en boda y esas por supuesto
estaban muy lejos de ser mis intenciones.
Muchos años después, cierta tarde en la que fui a recoger a
mi hija a sus clases de piano en el conservatorio, me fijé en un
cartel que anunciaba un concierto de un cuarteto de cuerda. Una de
sus componentes era Adela.. La hubiera reconocido en cualquier
momento y en cualquier lugar, a pesar de que desde nuestro fugaz
noviazgo no la había vuelto a ver jamás. Ignoraba todo de su vida y
a decir verdad tampoco me había interesado por averiguar nada. Pero
admito que el verla allí, en aquella foto, revolvió un poco mi
interior. Se lo comenté a mi mujer y juntos fuimos al concierto. Al
terminar el mismo, sin embargo, ni siquiera me acerqué a saludarla.
Era muy posible además, dados los años que habían transcurrido,
que ni siquiera me reconociera.
Pero volviendo al pasado, al dejarlo con Adela anduve unos días
un poco mustio. No es que me importara demasiado, al fin y al cabo yo
iba a lo que iba y si la chica en cuestión no respondía....a otra
cosa mariposa. No fue Adela la que bajo mi ánimo, fue de nuevo el
recuerdo de Conchita y su ausencia. En los momentos en que no había
ninguna chica alrededor su imagen poblaba mi mente y mi cuerpo
reaccionaba con fuerza a la memoria. Mi dormido pene despertaba y
debía resguardarme de miradas ajenas para dar rienda suelta a mi
imaginación y así descargar mis ansias. Por las noches, antes de
dormirme, arropado por la quietud del piso, me la imaginaba en brazos
de su marido, de otro hombre que no era yo, al que ella haría gozar
como un día me había hecho gozar a mí. Entonces no podía evitar
que unas lágrimas rebeldes y desgarradoras se abrieran paso a través
de mis ojos y se empeñaran en mojar mi almohada.
No sé cuánto tiempo anduve en semejante tesitura, sin ganas
de casi nada, yendo del trabajo a casa y de casa al trabajo, saliendo
apenas con los amigos simplemente para tomar unas cañas y regresar
de nuevo al hogar. Hasta que conocí a Marina y mis ganas de sexo
renacieron tan vívidas como antes.
Fue un domingo por la tarde en una nueva discoteca que habían
abierto en la ciudad. En cuanto entramos las vi, un grupo de chicas
desconocidas. Ella estaba de espaldas, pero no sé por qué me llamó
la atención. Era alta y esbelta y tenía una graciosa melena morena
que caía sobre sus hombros con las puntas ligeramente hacia fuera.
Pedí mi consumición y me apoyé en la barra sin dejar de
observarla. Cuando se dio la vuelta y se mostró por delante pude
comprobar que era tan bonita como por detrás, así que en cuanto vi
que salía con sus amigas a la pista de baile fui detrás y la abordé
de manera delicada. No me puso mala cara, más bien al contrario,
parecía que le agradaba mi presencia, así que continué bailando a
su lado y cuando empezaron a sonar las canciones lentas la tomé
entre mis brazos y nos movimos muy juntos al ritmo de la música. No
ponía trabas al acercamiento, pero tampoco me dejó hacer de las
mías, a pesar de que lo intenté.
Esa tarde hablamos mucho. Me contó que se llamaba Marina, que
no tenía hermanos, que vivía en Fene y que trabajaba en una tienda
de ropa de la calle Real, y cuando llegó la hora de regresar a casa
me permitió acompañarla hasta la parada del bus. Durante el corto
trayecto le pregunté si el próximo domingo podríamos vernos. Me
contestó que era probable que volvieran a la misma discoteca, pero
que dependía de lo que hicieran sus amigas.
Me pasé toda la semana sin poder sacármela de la cabeza. Era
la primera vez que me ocurría algo así con una mujer que no fuera
Conchita. No sabía si era amor o no, el caso es que al domingo
siguiente aparecí de nuevo en la discoteca en la que la conocí con
la esperanza de volver a verla. Tuve suerte. No solo estaba allí,
sino que en cuanto el grupo de amigas me vio, comenzaron a cuchichear
entre ellas, señal de que esperaban mi presencia. Me acerqué y
Marina me recibió con una sonrisa. Esa tarde de nuevo me dejó
permanecer todo el tiempo a su lado. Bailando las lentas me atreví a
besarle levemente el cuello. Ella se separó un momento y me miró,
sonriendo tímidamente. Entonces me atreví a besarla, y deposité
sobre sus labios el beso mas tierno y dulce que yo di en mi vida. Sí,
empecé a pensar que me estaba enamorando, lo cual no resultaba
incompatible con mis intenciones de siempre cuando conocía a una
chica: llevármela a la cama. Después de aquel beso en la pista de
baile, nos sentamos en un rincón oscuro y continuamos con besos
ardientes que hicieron que mi lívido se elevara hasta límites
insospechados. No quería, sin embargo, espantar a Marina y por eso
aquella tarde no pasé de los morreos y de alguna caricia furtiva y
disimulada en sus pechos sin mayores pretensiones.
Cierto día, estando con mis amigos tomando unas cañas una
tarde cualquiera, salió a colación, como tantas veces, el tema del
sexo. Uno de ellos nos contó que aquel fin de semana, por fin, había
conseguido hacer el amor con su novia virgen. Los demás, que ya
habían tenido experiencias semejantes, o al menos eso decían, lo
felicitaron y entre todos comentaron los incidentes de aquella
primera vez que algunos ya rememoraban como muy lejana. Como todos
pensaban que yo todavía no me había estrenado, el amigo en cuestión
se dirigió a mí para advertirme:
-Si alguna vez desvirgas a una chica ten cuidado, Teo, se la
tienes que meter muy despacio si no quieres que aquello termine en
una carnicería.
Tomé en cuenta su consejo. Marina y yo nunca habíamos hablado
se sexo. No sabía bien el motivo, pero con ella deseaba ir despacio.
De todos modos estaba seguro de que era virgen, puesto que me había
dicho que nunca había tenido novio.
Hacía poco más de tres meses que Marina era mi novia oficial
cuando mi madre me dio la noticia:
-¿Sabes quién nos visitará estas Navidades, Teo? Conchita y
su esposo. He recibido hoy una carta en la que nos dan la noticia.
Estoy deseando verla, la verdad es que la he echado mucho de menos.
Las palabras de mi madre me dejaron petrificado. Hacía ya
tiempo que no pensaba en ella. Desde que había conocido a Marina,
Conchita había pasado a ocupar un segundo plano y se limitaba a ser
un recuerdo esporádico. Pero saber que dentro de muy poco tiempo la
iba a volver a ver me puso un poco nervioso.
-Pero... ella no es de aquí. Vendrán a España pero seguro
que pasará las fiestas con su familia – repuse, inquieto ante el
acontecimiento que suponía su visita.
-No olvides que su marido es de Ferrol. Pasarán parte de las
fiestas aquí. Y vendrá a visitarnos. ¿No tienes ganas de verla? Os
llevabais muy bien.
-Sí, claro que sí.
Me acerqué al ventanal y miré el mar, allá a los lejos.
Recordé aquellas otras navidades, cuando enfermo de bronquitis mis
padres me dejaron al cuidado de Conchita y todo comenzó.
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