ALFREDO
Aquella conversación con Gala sobre su dinero me dejó sumamente
trastocado. Sabía que Manuel se estaba pasando con su afición al
juego pero no creía que la cosa fuera tan grave como para que
estuviera acabando, o hubiera acabado ya, con sus ahorros. Me sentí
un poco culpable, puesto que había sido yo el que lo había
introducido en el sórdido mundo del juego, y comencé a pensar de
qué manera podía contribuir a arreglar la situación. Desde luego
lo primero que iba a hacer sería hablar seriamente con él, para lo
cual no esperé demasiado. Aquella misma tarde lo pillé a solas en
la oficina y le conté la conversación que había mantenido con su
mujer hacía apenas unas horas.
-Dime
que no has acabado con tu dinero. Le he contado una monserga, me he
inventado unas acciones en la empresa que no existen, pero la mentira
no va a colar durante mucho tiempo.
-No
entiendo por qué ha tenido que contarte nada a ti – me dijo de
malas maneras en cuanto le planteé el problema.
-Este
no es el problema ¿no lo entiendes? El problema es que está
desesperada. Ha acudido a mí simplemente porque no tiene a quién
acudir que esté más cerca de ti y que pueda saber lo que ha
ocurrido. Responde ¿has gastado todos tus ahorros?
-Este
mismo sábado los recuperaré. Tuve una mala racha y... este sábado
los recuperaré, te lo juro. Gala no se enterará de nada.
Pude
percibir la desesperación en sus palabras. Supongo que por eso tomé
de decisión equivocada. Debía haber encontrado otro modo de
solucionar el problema, sin ir más lejos, poner de mi bolsillo
directamente el dinero que aquel insensato había despilfarrado, pero
no sé por qué confié en sus palabras y accedí a su absurda
propuesta.
-Este
sábado será el último. Y después te pondrás en manos de un
terapeuta – accedí.
-No
es necesario....
-Claro
que lo es. Y la decisión está tomada. De lo contrario descubriré
el pastel ante tu mujer ¿Está claro?
No
esperé sus respuesta. Salí del oficina dando un portazo. Me sentía
decepcionado con su comportamiento y enfadado conmigo mismo con el
mío. No me había dado cuenta de que Manuel no era como yo y se
había dejado llevar por lo que en principio fue una diversión y
ahora se había convertido en un problema realmente gordo.
Por
fin llegó el sábado. Nos presentamos a la hora convenida en el
lugar de siempre. Manuel y yo comenzamos la partida con otros dos
jugadores y él empezó a perder al mismo tiempo que yo me daba
cuenta de que aquello no había sido una buena idea ni mucho menos.
Encima bebía más de la cuenta y cada vez estaba más ebrio. El
alcohol nublaba su mente y cuando ya no le quedaba más dinero que
apostar puso su casa en juego. Le recriminé su actitud y quise
impedir que cometiera semejante locura más no me hacía
absolutamente ningún caso, al contrario, parecía como si mis
palabras le provocaran más y le animaran a seguir introduciéndose
en aquella espiral absurda de la que cada vez le resultaría más
difícil salir. No pude evitar que apostara su casa, pero por fortuna
pude arreglar la situación. Un golpe de suerte en una de las
partidas hizo que yo ganara todo lo que él había apostado, todo lo
que estaba sobre la mesa, su casa y mucho dinero. Mi intención
naturalmente era devolvérselo todo sin que los demás jugadores se
enteraran, pues en esos ambientes bien se sabe que las deudas de
juego son sagradas y no se deben perdonar jamás. Cuando por fin nos
quedamos los dos solos se lo dije, le dije que le devolvía cada
céntimo de su dinero y por supuesto la casa. Estaba tan sumamente
borracho que se negaba en rotundo una y otra vez.
-Piensa
en Gala – le dije – ella no debe saber lo que ha ocurrido y por
supuesto no se merece pasar una vida de privaciones. Si sigues así
es lo único que podrás ofrecerle.
Me miró con ojos vidriosos y sonrió amargamente.
-Gala
– dijo con voz pastosa, mirando al infinito –. Siempre te ha
gustado ¿verdad?
No sé
si me sorprendió escuchar salir de su boca aquellas palabras. Manuel
era muy intuitivo, muy observador, no se le escapaba una, así que es
posible que hubiera captado algún gesto, alguna mirada, incluso
alguna palabra que delatara la atracción que su mujer ejercía sobre
mí.
-No
digas tonterías – le dije – Gala es tu mujer y yo...
-Tú
¿qué? A ti te gusta, siempre te gustó, Alfredo, no lo
niegues. Pero eres un buen amigo, un amigo leal y por eso nunca te
atreviste a hacer nada para quitármela. De todas maneras, no tuviste
y no tendrás ninguna posibilidad. Ella me quiere a mí.
Me
sentía realmente incómodo manteniendo con él semejante
conversación que no llevaba a ninguna parte.
-No digas bobadas, Manuel. Anda, vámonos. Y deja
que te ayude, realmente lo necesitas.
Lo tomé suavemente por el brazo y lo dirigí
hacia la puerta de salida del bar en el que habíamos estado tomando
la última copa, pero él se soltó bruscamente.
-No necesito que me ayudes y no son bobadas lo que
estoy diciendo. A ti siempre te gustó mi mujer. Estoy seguro de que
más de una vez te imaginaste en la cama con ella.
-¡Ya está bien! – grité enfadado – Si no
quieres escuchar mis consejos no lo hagas, pero deja ya de ofenderme.
-¿Ofenderte? Nada más lejos de mi intención, de
veras. Pero fíjate que se me está ocurriendo una idea. ¿Quieres
devolverme todo lo que he perdido? Bueno, tú mejor que nadie
sabe que las deudas de juego son sagradas, yo perdí, tú ganaste.
Así que vamos a jugarnos todo a una última apuesta.
-No pienso volver a jugar a las cartas contigo.
-No será necesario. Vamos a jugarnos a mi mujer,
mi mujer contra todo lo que me has ganado esta noche.
-Estás completamente loco – le solté mirándolo
asombrado, sin poder asimilar la chifladura que me estaba
proponiendo.
-Estoy borracho, pero no loco y sé perfectamente
lo que digo. Te estoy dando la oportunidad de conseguir a la mujer
que siempre quisiste. O ella, o mis bienes. Es lo justo, así quedará
la deuda saldada. Tienes tres meses a partir de hoy, si en ese tiempo
la consigues, te quedas con ella, y yo me quedaré con el alma
partida y con mis propiedades intactas. Si por el contrario no eres
capaz de conquistarla, ella se quedará conmigo compartiendo mi ruina
y para ti serán mis propiedades y mi dinero. Evidentemente si Gala
llega a serme infiel contigo, quiero pruebas.
Tardé unos días en volver a hablar con él,
durante los cuales no aparecí por el trabajo precisamente porque no
quería encararlo. Finalmente no me quedó otro remedio que coger el
toro por los cuernos. Cuando volví a tenerlo delante, quise
convencerlo de nuevo de lo absurdo de su propuesta. No hubo manera.
Mantenía su argumento de que las deudas de juego no se perdonaban.
Le sugerí que buscara otra alternativa, otra manera de arreglar
aquello que no incluyera a Gala.
-Contéstame sinceramente – me dijo – ¿Es
cierto o no lo es que sientes algo por mi mujer?
Ahora no estaba borracho. Estaba completamente
sereno y me miraba directamente a los ojos, disipando mi tranquilidad
-Y eso
qué importa – le respondí en un intento inútil de evadir una
confesión que ya parecía inevitable.
-Contéstame, por favor.
-Confieso que cuando éramos muchachos me atraía
mucho pero ahora....
-No me digas ya nada más, no necesito saber más.
Ya han pasado seis días de los tres meses que tienes de plazo.
Aquello me parecía una locura, en
realidad lo era, sin embargo en un arranque de mi propia estupidez,
accedí a sus deseos. No sé lo que prefería, si dejar a mi amigo
sin esposa, si dejar a ambos en la más absoluta miseria. Por otro
lado, tenía muy claro que aunque consiguiera que ella se fijara en
mí y llegara a haber algo entre nosotros, jamás podría quedarme a
su lado. Y desde luego sabía que lo más probable era que toda
aquella estupidez significara el fin de mi amistad con Manuel.
Durante un mes no hice absolutamente nada, no era capaz y la
situación en el trabajo no podía ser más tensa. Manuel apenas me
hablaba y a veces me echaba unas miradas cargadas de un no sé qué
extraño que me inquietaba. No era rencor, no era reproche, era como
si en su mirada se reflejara ya la derrota que él mismo había dado
por imposible.
A final
de mes surgió un viaje a Marsella para tratar con unos posibles
compradores. Como era habitual me dispuse ir yo mismo, sin embargo,
unos días antes de marchar, mi amigo me propuso de forma bastante
tajante, ir él en mi lugar.
-Alfredo, sé que no estás haciendo nada de lo que te dije –me
planteó una tarde.
-Si te
refieres a tu estúpida apuesta, tienes razón, ni he hecho nada ni
lo pienso hacer. Ya te puedes quitar esa idea de la cabeza – le
respondí airado.
-Me
voy a ir yo de viaje en tu lugar – manifestó obviando mi
comentario – Te quedan dos meses para conquistarla.
Salió
de la oficina sin más. Estaba loco, completamente loco. Me senté
detrás de la mesa y me pasé las manos por el pelo en un gesto
desesperado. Nadie le iba a quitar aquella idea estúpida de la
cabeza. Y encima ya no era el de antes conmigo. A lo mejor el que
estaba haciendo un poco el imbécil era yo. Él tenía razón. Yo
estaba enamorado de su mujer desde hacía tiempo, y me estaba
poniendo en bandeja la posibilidad de conquistarla. Lo más seguro
era que no pasara nada, puesto que Gala jamás había mostrado el
menor interés por mí, es más, creo que incluso en algún momento
de nuestra juventud intuí cierto rechazo, pero por qué no probar.
Manuel
se marchó a Marsella dos días después, sin despedirse. Y el sábado
por la mañana, levanté el teléfono y llamé a Gala.
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