Ana se levantó de
la silla y cogió el bolígrafo de encima de la mesa. Le gustaba
juguetear con algo entre las manos mientras escuchaba a sus pacientes
y el que tocaba ahora ya estaba comodamente recostado en el sillón,
dispuesto a hablar. Ana se apoyó en la mesa y lo animó a comenzar.
-Pues verá,
señorita, lo que a mi me pasa es que veo misiones.
Ana echó un
vistazo a la ficha de su paciente antes de contestar. Balbino Lopez
del Valle, setenta y siete años, militar jubilado. Sus familiares
decían que se le iba la cabeza.
-¿Misiones? -
preguntó finalmente - ¿no serán visiones?
-No, no, he dicho
misiones y es así. Pero déjeme que me explique, sólo así podrá
usted entender la magnitud de mi problema.
-Hable pues, soy
toda oídos.
-Verá señorita,
yo estuve viviendo hace muchos años en Fernando Poo. Allá emigraron
mis padres y como es lógico me llevaron con ellos. Yo era muy
pequeño, debía de tener unos cinco o seis años, pero a pesar de mi
infancia recuerdo con nitidez que el país estaba lleno de negros,
había negros por todas partes, en la calle, en los bares, en los
edificios oficiales... pero a pesar de ser negros se comportaban como
nosotros, y tenían una forma de vida parecida a la nuestra.
-¿A qué se
refiere cuándo dice que se comportaban como nosotros? ¿Quiénes son
“nosotros”?- preguntó la psiquiatra.
-Pues nosotros,
los blancos, las personas normales. Me refiero a que ellos también
eran normales, gente corriente y no salvajes a los que hubiera que
evangelizar. Pero tenían un gran defecto y es que eran un poco
brujos, y practicaban la magia negra sin el menor pudor. A mi me la
aplicaron al día siguiente de mi muerte y consiguieron resucitarme.
Ana suspiró y
confirmó sus sospechas. Aquel pobre hombre estaba como una chota.
Quedaba por ver el tipo de demencia que padecía, tal vez un
alzheimer, aunque no lo tenía muy claro.
-Me puse muy
enfermo, con unas fiebres altísimas y me sobrevino la muerte casi de
improviso, sin que ningún médico pudiera hacer nada por mi vida. Mi
madre, desesperada, acudió a un mago, el cual puso en marcha sus
sortilegios y me volvió a la vida, y con una particularidad, podía
ver cosas, el futuro, el pasado de las personas, los presentes
paralelos.... todo. Debo decir que durante toda mi vida procuré no
hacer uso de mis facultades, que dicho sea de paso no me hacían
demasiada gracia, pero ahora, ya pasada cierta edad, debe ser que mi
mente no puede luchar contra sus propios atributos y las situaciones
me vienen a la cabeza con mucha claridad. Desde hace unas semanas veo
misiones, misiones en las que son los negros de Fernando Poo los que
tratan de evangelizar a los blancos con el budú. Y siento que debo
ir allí para impedirlo.
-¿Allí a dónde?
-A Fernando Poo,
por supuesto.
-Ya... Balbino
¿usted sabe quién soy yo?
-Por supuesto,
usted es la funcionaria que me va a arreglar los papeles para que yo
pueda emigrar de nuevo y evitar esa evangelización estúpida. ¿No
es así?
-Así es. Puede
marcharse Balbino, la semana próxima le espero a esta misma hora.
Tendrá sus papeles arreglados.
Balbino salió de
la consulta deshaciéndose en agradecimientos. Ana apuntó en su
libreta el previsible diagnóstico y se dispuso a escuchar las
estupideces del siguiente paciente.
Muy bueno, Gloria. Aunque te digo que, a mí que soy psicólogo, encontrarme con una psiquiatra como esta me removió mis más antiguos recelos. Lamentablemente, hay muchos de estos en la vida real. Pobres Balbinos! Muy bueno, un abrazo.
ResponderEliminarGracias Fernando, siempre tan amable
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