Eran las doce de la
noche y hacía un frío que pelaba. Gema separó un poco la cortina
de la ventana y mirando hacia fuera pudo ver que las ramas de los
árboles comenzaban a cubrirse de algo parecido a la escarcha.
El crudo invierno se manifestaba en todo su esplendor, típico en
Santiago. La calle estaba desierta y las luces de las farolas se
reflejaban en la humedad de suelo. Gema soltó la cortina y se metió
en la cama. Le gustaba arrebujarse entre las mantas y pensar en
Manuel, el chico que estaba en cuarto y por el que bebía los
vientos. No le hacía ni caso, pero daba lo mismo, soñar despierta
con él, de momento, era a lo que podía aspirar y eso la hacía
feliz.
Cuando estaba a
punto de dormirse, después de imaginar los besos de Manuel, escuchó
el jaleo de la calle. Otra vez la maldita tuna cantando el Clavelitos
de los cojones, y era la cuarta noche. Gema no entendía por qué la
homenajeada no se asomaba a la ventana de un puñetera vez y mostraba
su amor al galán que tanto esfuerzo hacía por complacerla cantando
a pie de calle canciones estúpidas. Cabreada hasta más no poder, se
levantó con furia, se dirigió al baño, llenó un cubo de agua, y
ni corta ni perezosa abrió la ventana y lo vació sobre el grupo de
muchachos que cantaba feliz.
-A ver si me dejáis
dormir una puta noche – vociferó.
Entonces lo vio, a
Manuel, el que tocaba la pandereta y llevaba la voz cantante
en todo aquel cotarro, mirándola con una expresión extraña, entre
sorprendido, decepcionado, enfadado...
Gema se apoyó en
la pared y respiró profundamente. ¿Podría perdonarla? Al menos
había tenido la deferencia de llenar el cubo de agua caliente.
Ay Dios!!!!! pobrecito!!!!! Qué metedura de pata esa chica! A ese paso, solterita es poco!!!!! jajajaja. Muy bueno, Gloria. Un saludo.
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