Miraba la ciudad a través de la ventana con infinita tristeza y una
vez más, como tantas otras, sintió dentro de sí el desasosiego de
sentirse un prisionero en su propia morada. Maldijo el destino que
había marcado su existencia de la manera más cruel y mezquina. Ser
el hijo menor del Rey no era sino la mayor desgracia de todas. No
gozaba de los privilegios de su hermano mayor, educado para ser el
heredero del trono, ni de los mimos del hermano pequeño, preferido
de su padre por el mero hecho de haber nacido en último lugar. Él
no era nadie, era solamente un ser al que su progenitor, el rey
Boabdil, ignoraba deliberadamente y relegaba a un segundo plano sin
permitirle ni el más mínimo capricho con la excusa de protegerle.
Corrían malos tiempos para el reino nazarí. Se rumoreaba que su
padre tenía los días contados, que entre los Reyes de Castilla y él
no cesaban las hostilidades y que las huestes enemigas no tardarían
en hacer acto de presencia en la ciudad, mientras las revueltas
callejeras se sucedían por doquier.
El
joven Mulay deseaba recorrer las calles y comprobar por sí mismo que
lo que escuchaba como murmullos entre las paredes de palacio era
realidad, deseaba conocer el mundo que se extendía más allá de los
jardines que rodeaban su prisión como rejas de hierro forjado. Pero
cuando pedía permiso al Rey no encontraba más que negativas.
-No puedes salir -le decía - ¿no comprendes que ahí fuera tu vida
corre peligro?
-Pero padre, mis hermanos gozan de tu beneplácito cuando quieren
salir por la ciudad. ¿Por qué a mi me lo niegas?
-Tu hermano mayor necesita conocer el reino que en breve ha de
gobernar y el pequeño....es más dócil que tú y cuando sale lo
hace bajo la estricta vigilancia de mi primer ministro, vigilancia
que tú rechazas sin motivo alguno. No puedo dejarte salir solo,
aunque no lo entiendas lo hago por tu bien.
Por su bien, siempre la misma respuesta, ¿qué sabría su padre cuál
era su bien? ¿acaso estar encerrado entre las cuatro paredes que
aquel hermoso palacio era algo bueno? Era un rebelde, lo admitía,
nada que ver con sus sumisos hermanos, y el primer ministro al que su
padre pretendía encomendar sus cuidados no era digno de su confianza
pero, ¿acaso por todo ello era merecedor de castigo?
Se
retiró de la ventana y se encaminó con paso firme a sus aposentos,
harto de aguantar lo que el consideraba una injusticia flagrante
contra su persona. A aquellas horas de la tarde el palacio se
mostraba silencioso y tranquilo, y la modorra provocada por el calor
sofocante hacía que los guardias dormitaran en sus garitas mermando
su labor de vigilancia. Mulay se vistió con ropas holgadas, se
cubrió la cabeza y parte del rostro con un ligero manto y se dispuso
a salir hacia lo que él consideraba su libertad. No fue difícil
burlar la vigilancia y en unos minutos atravesó los jardines y se
vio en la calle desierta.
Al principio no supo qué camino tomar, el entusiasmo le agitaba el
corazón y le paralizaba los pies. No conocía la ciudad, no sabía
dónde se escondían los peligros ni dónde las emociones y quería
regresar sano y salvo al hogar, entre otras cosas para no tener que
dar la razón a su padre. De pronto le pareció escuchar un cántico
proveniente de las casas de la colina. Atraído por las notas de
aquella voz de sirena, encaminó sus pasos hacia el Albaicín. Lugar
del que emanaba voz tan hermosa, no podía esconder peligro alguno.
Se internó por las estrechas callejuelas, guiado por la hermosa
canción que se dejaba oír cada vez con más intensidad, admirando
la belleza de cada piedra que encontraba en su camino. ¿Por qué
nadie tenía que privarle disfrutar tanta magnificencia como se
extendía a sus pies cual si de una alfombra de plata y oro se
tratara?
De repente, la visión más bella que hubiera podido imaginar jamás
lo sacó bruscamente del ensimismamiento que lo envolvía. Allí,
frente a él, una muchacha morena, de cabellos encaracolados que
cubrían su espalda hasta casi abrazar su fino talle, de ojos tan
negros que le hacían competencia hasta al mismo azabache, cantaba su
cantar melodioso, lanzando al aire las notas que lo habían
embrujado, que lo habían empujado hasta aquel lugar. La chica, en
cuanto se percató de su presencia, cesó en su tonada y se le quedó
mirando.
-La tarde está siendo calurosa y el sol calienta las piedras con
fuerza – dijo por fin – tal vez le apetezca un poco de agua.
Recién la acabo de sacar del pozo y está fresca y cristalina.
Aliviará su sed sin duda alguna.
Sin esperar su respuesta la muchacha derramó agua del cántaro que
reposaba a su lado en un humilde cuenco de madera y se la ofreció.
Él le dio las gracias con una leve inclinación de la cabeza y luego
se bebió el agua con avidez.
-Gracias,muchacha- le dijo después a la vez que le devolvía el
cuenco – realmente tenías razón, jamás había probado agua tan
fresca.
-El pozo de mi padre tiene fama de poseer el agua más fresca de la
ciudad.
-Gran fortuna tiene pues tu padre, pues nadie que sea propietario de
este agua y de una hija tan bella y con tan dulce voz como tú, debe
atreverse a decir que no posee ventura
Se ruborizó la joven ante tales palabras y obedeciendo a la llamada
proveniente de una casa cercana tomó su cántaro y desapareció
calle arriba.
Quedó Mulay prendado de la hermosura y gentileza de la niña y
considerando que ya había tenido suficiente para aquella
tarde,volvió sobre sus pasos y enfiló el camino de retorno al
palacio con la imagen de la doncella clavada en sus pensamientos.
Tenía que volver a verla, su corazón y su alma ya se lo estaban
pidiendo, a pesar de los escasos minutos que hacía que la había
conocido. No sabía su nombre, ignoraba su edad, desconocía si era
morisca o cristina, qué más daba todo eso. Sólo sabía que era el
ser más precioso que sus ojos habían contemplado jamás y que por
ella merecía la pena intentar una nueva escapada del palacio.
Un anciano se cruzó en su camino y él, guiado por un impulso que
era superior a sí mismo, se atrevió a preguntarle.
-Oye noble anciano, ¿tienes la fortuna de habitar este barrio?
-Desde que nací aquí vivo y aquí he de morir.
-¿Conoces acaso a una muchacha morena y de ojos negros, que canta
como los ángeles y ofrece al caminante el agua más fresca y
cristalina de la ciudad?
-Como no he de conocerla, ella es el alma del barrio, la que nos
anima, nos sostiene con su alegría cuando todo se derrumba. Es mi
nieta Carmen. ¿Desea usted algo de ella?
-Volver a verla es todo lo que deseo. Mas ahora debo irme, pero me
marcho contento con sólo saber su nombre.
Siguió su camino el joven Mulay sin esperar respuesta del viejo, y
una vez llegó a palacio, ya en sus aposentos, no dejó de pensar ni
por un instante en la hermosa Carmen. Habiendo comprobado que la
ciudad no escondía los peligros que su padre imaginaba, decidió que
al día siguiente volvería al barrio donde moraba su amada. Tenía
que cortejarla y hacerla sus esposa, nada lo haría más feliz.
Teniéndola a ella de compañera ya no le importaría en absoluto
permanecer encerrado entre aquellas cuatro paredes.
Así fue que al día siguiente, a la misma hora de la tarde, burló
de nuevo la vigilancia de los guardias y se encaminó al encuentro
con su enamorada. Allí estaba, tan bella, en el mismo lugar que la
tarde anterior, ofreciendo su agua fresca a los transeúntes
sedientos.
-Canta algo para mi – le pidió él.
-Ta cantaré la más hermosa canción que hayas escuchado nunca –
le respondió ella.
Y
así, ella lanzando al aire notas melodiosas, el cazándolas al vuelo
y embriagándose de delirio, se fueron enamorando, fueron hilvanando
amores imposibles, tejiendo una quimera que ellos creían real, sin
darse cuenta de que un amor como el suyo nunca podría llegar a buen
término, de que las promesas que se hacían quedaban prendidas en el
aire, temerosas de deshacerse como el humo, deseosas de cumplirse en
el corazón de los muchachos.
Un año duraron los encuentros a escondidas, pasado el cual, Mulay
consideró que era hora de hacer partícipe a su padre, el Rey, de
sus intenciones de desposar a la bella muchacha. No eligió el mejor
momento para ello. Las tensiones entre los Reyes Católicos y Boabdil
se hacían cada vez más patentes, pues aquellos apremiaban a éste
para que fijara el plazo definitivo en el que había de entregar las
llaves de la ciudad. El Chico veía como su apreciado reino se le iba
de las manos y no estaba de humor para oír lo que su hijo tenía que
decirle. En cuanto escuchó el relato de Mulay, confesándole sus
escapadas y manifestando su intención de desposar a Carmen, Boabdil
montó en furia y mandó a sus guardias que lo encerraran en la
torre más alta de palacio hasta que de su mente desapareciera el
despropósito de contraer matrimonio con una plebeya. Así fue que el
joven se vio prisionero, esta vez prisionero de verdad. Le hubiera
gustado escapar, irse lejos con su amada sin importarle si su padre
perdía el reino o no, si habría guerra o habría acuerdo, nada de
eso era se su incumbencia. El sólo deseaba compartir el tiempo con
la mujer que le había enamorado. Por eso todas las tardes, cuando su
padre subía a la torre y lo interrogaba sobre sus intenciones, su
respuesta siempre era la misma: si no podía casarse con Carmen,
prefería permanecer encerrado para siempre.
Por su parte la muchacha, al ver que su amor no daba señales de
vida, presintiendo que aquello iba a ocurrir, un buen día se decidió
a ir en su busca. Seguramente los guardias de palacio no la dejarían
pasar, seguramente ya todos estaban al corriente de que el joven
deseaba casarse con una pobre aguadora y no sería bien recibida,
pero tenía que intentarlo.
El revuelo se respiraba en los alrededores de la Alhambra. Algo
ocurría, aunque Carmen no supo acertar qué era. Se sentía inquieta
y en su interior presentía que nada bueno rondaba los jardines. De
pronto lo vio, allá arriba, en lo alto de la torre, Mulay balanceaba
su cuerpo en el vacío, a punto de iniciar la pirueta mortal que
acabaría con su desdicha. Nada de lo que le ocurría tenía sentido.
Su padre no estaba dispuesto a dejarle abandonar la torre y mucho
menos iba a permitir aquel matrimonio que consideraba indigno de su
hijo. Si nada de lo que esperaba de la vida iba a llegar nunca, lo
mejor era abandonarla para siempre. Cerró los ojos y en un arrebato
de valentía, o de cobardía tal vez, se lanzó al vació. Mientras
su cuerpo caía escuchó el grito de su idolatrada Carmen que,
horrorizada, corría a su encuentro en un vano intento por evitar lo
inevitable. Quiso el destino que los dos cuerpos se encontraran en el
suelo en un choque mortal que acabó con la vida de ambos sin que
apenas se dieran cuenta, cumpliendo por fin su sueño de perpetuarse
unidos para siempre.
Días después, el dos de enero de 1492, el Rey nazarí entregaba la
ciudad y se retiraba a su destierro llorando, derramando lágrimas de
sangre no sólo por no haber sabido defender sus dominios, sino por
el hijo perdido al que jamás supo comprender.
Y en los jardines de la Alhambra, prendidas entre los pétalos de las
rosas que perfuman con su aroma las tibias noches de primavera,
escondidas entre las piedras que regalan al visitante momentos
inolvidables de su historia, las almas de los jóvenes amantes
quedaron unidas para siempre y vagan, felices de haber conseguido su
anhelado propósito: estar juntos, por toda la eternidad
FUE ESTUPENDO LEERTE DE NUEVO, GLORIA. BUSQUÉ UNOS MINUTOS NOCTURNOS Y DISFRUTÉ DE TU BELLO, ROMÁNTICO E HISTÓRICO TEXTO EN HOMENAJE A ESE MUNDO MÁGICO QUE NOS TRANSPORTA A AQUEL AL-ANDALUS TAN QUERIDO POR TODOS LOS QUE AMAMOS LA HISTORIA. YA SABES (CREO) QUE YO SOY MEDIO ANDALUZ. TU NARRATIVA (RECORDANDO AQUELLOS VIEJOS TIEMPOS DE TR) SIGUE SIENDO MUY RECONFORTANTE Y SUGESTIVA. UN ABRAZO Y UN BESO -Stavros.
ResponderEliminarNo sé por qué tengo la idea que ya lo había leído hace mucho tiempo. Lo recuerdo porque curiosamente coincide en el lugar, La Alhambra, de un micro mío que por su contenido es importante para mi. Me encantó tu historia porque se desarrolla en ese bello lugar que ha tenido un significado especial en los inicios de mi existencia. Te comparto mi Micro porque es cortito.
ResponderEliminarLAMENTO DE GESTA
Amé, amo y amaré… será la conjugació del verbo
que abrirá las puertas a mi eternidad.
LAVA
Lágrimas transparentes de una vejez desbordada en sus parpados caídos no impiden que al final de su andar, en su último aliento, logre visualizar la imagen de su Doña Jimena.
***
Fue su maestra de español en tercero de secundaria. En la escuela, lo introdujo al amor… por la Literatura con aquellas deslumbrantes historias de conquistas, derrotas y destierros, como las del máximo caballero Don Rodrigo Díaz de Vivar. Él, con el pretexto de aprender sobre Granada, ciudad natal de ella, disfrazado de Don Quijote con lanza cervantina y escudo de no saber, en el lecho de su amada Dulcinea desgarró sedas provocativas y transparentes para iniciarse en el amor a… muchas otras cosas más. Se graduó con honores desde la primera vez.
Un día, al llegar a clase con cara satisfecha de pubertad desahogada, escuchó que había sido despedida por enseñarle demasiado a un chamaco de 15 años de edad, alto, flaco, con acné y un pantalón que no lograba cubrirle los tobillos. De inmediato corrió a su casa; estaba vacía. Jamás pudo reanudar su educación.
Siete años después, durante su primer viaje a la lejana España, en la Alhambra encontró, en todos sus espacios, muros y piedras, su nombre, Martha Elba… La buscó en la Torre de la Cautiva, le rugió en el Patio de los Leones y terminó llorando en el Oratorio del Alcázar Mexuar, ese sentimiento tatuado con la tinta de la verdad y escrito en el recuerdo que se negaba a navegar el gran océano del olvido.
***
Como buen caballero castellano desterrado, se viste con la armadura moldeada durante tantos cantares, para juntos cabalgar el ineludible sendero de la eternidad.
Yo también creo recordar esta historia, Gloria.
ResponderEliminarLa vida está llena de amores incomprendidos y frustrados. ¡Una pena!
Espero que Carmen y Mulay sigan juntos en esa eternidad...
Un besito.
La historia es de cuando publicabamos en Fergutson. Buena memoria
ResponderEliminarSí, me sonaba de eso... ¡Qué tiempos los de Fergutson!
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