ALFREDO
Mi vida
lejos de España fue una vida de trabajo. Apenas me dediqué a otra
cosa que no fuera sacar la empresa adelante. Siempre pensando en lo
que había dejado al otro lado del mar. En Gala, de la que no había
vuelto a saber nada. A veces, cuando hablaba con mis padres y se
hacía un silencio extraño en medio de la conversación, estaba
tentado a preguntarles por ella, pero aunaba todas las fuerzas de las
que era capaz y no lo hacía. Así era mejor.
Nunca
pensé en casarme ni en formar una familia y la única mujer por la
que sentí algo parecido al amor fue por Ruby, y digo algo parecido
porque ni por asomo se parecía en nada a lo que un día había
sentido por Gala. Ella sabía mi historia, yo se la había contado, y
también sabía que no la amaba, que nunca podría amarla de la misma
manera que un día había amado a la mujer de mi amigo. Se conformada
y me quería incondicionalmente, sufriendo en silencio por algo que
no se merecía, pero los sentimientos son incontrolables y yo no
podía quererla como a ella le hubiera gustado. Con el tiempo
aprendió a aceptarlo. Con el tiempo, también, fue ella la que
comenzó a animarme para regresar a España. Decía que había pasado
mucho tiempo, que ya las heridas deberían haberse cerrado y que no
podía dejar de intentar encontrar la felicidad al lado de la mujer
que siempre había ocupado la mayor parte de mi corazón. Yo sabía
que no era posible, habían pasado demasiados años y demasiadas
cosas, pero lo cierto era que me apetecía regresar a mi país, a mi
Galicia, volver a pasear por el pueblo, pisar sus adoquines
desgastados, cargados de historias, de miedos, de meigas y de lluvia.
Aquella
noche, la noche en la que mi mente se cargó de una melancolía
extraña, de una morriña súbita e inexplicable, fue la primera en
la que comencé a darle vueltas a la cabeza. Y de manera sutil y casi
sin que ni yo mismo me enterara, empecé a organizar el trabajo con
vistas a mi ausencia. No sé en qué momento me di cuenta de ello, no
sé en qué preciso instante supe que proyectaba un viaje que ya no
tenía vuelta de hoja.
Un día
a finales de un sofocante agosto, llamé a mi padre, como tantas
otras veces. Hablamos de lo de siempre, detalles de la empresa, su
salud, la de mi madre, sus proyectos de ocio ahora que estaba
jubilado, pero esa vez me atreví a hacer la pregunta que jamás
había hecho durante aquellos quince años.
-¿Qué
es de Gala, papá?
El
silencio fue todo lo que se escuchó al otro lado de la línea.
Supongo que a mi padre le sorprendió tremendamente la pregunta y,
puesto que en su día me había hecho la promesa de no volver a
mencionar lo ocurrido y la había cumplido, tendría igualmente
ciertas reticencias a contestar, así que no pude hacer otra cosa que
ayudarle a ello.
-Ya sé
que prometimos no hablar de ella – dije – pero ya ha pasado mucho
tiempo y hoy se me ha venido a la mente. ¿Cómo le ha ido la vida,
sola, sin su marido?
Mi padre
carraspeó un poco antes de empezar a hablar.
-Gala...
detrás de su aparente fragilidad se escondía una mujer fuerte,
hijo. La Gala de ahora en nada se parece a la que tu dejaste aquí.
En ningún momento se comportó como una mujer desvalida.
-¿Sigue
viviendo ahí, en la ciudad?
-Hace
años que ya no vive aquí. Aprobó las oposiciones y da clase en un
instituto de un pueblo, aquí cerca.
-¿Qué
pueblo?
-Y qué
más da, Alfredo. No entiendo a qué viene ahora ese repentino
interés por Gala. Han pasado mucho años, es mejor dejar las cosas
como están ¿no crees, hijo?
Meses
atrás le hubiera dicho que sí, que no merecía la pena revolver el
pasado, pero en aquellos instantes era como si el tiempo no hubiera
transcurrido, como si nada de lo que habíamos vivido fuera real, y
necesitaba saber.
Dude
unos instantes en qué responder, finalmente decidí dejar el tema.
Si había algo que descubrir ya lo haría yo por mí mismo en cuanto
estuviera allí de nuevo.
-Papá,
el próximo mes os haré una visita. Hace muchos años que no voy por
ahí y siento que necesito volver a mis raíces.
Nuevamente se hizo el silencio al otro lado de la línea. Mi padre no
era tonto, nunca lo había sido y su callada evidenciaba sus
pensamientos.
-No
vengas a por ella – contestó de pronto.
-Voy
porque lo necesito. No le des más vueltas, papá. Que te haya
preguntado por ella no quiere decir nada.
Aquella
noche, en la soledad de mi cama, dando vueltas sin poder coger el
sueño, llegué a la conclusión de que mi padre me ocultaba algo
sobre Gala y quise pensar que era que se había casado o que mantenía
alguna relación de pareja. Confieso que esa posibilidad, por otro
lado totalmente lógica, despertó en mí una punzada de celos
absurdos. Durante aquellos años jamás había pensado en semejante
posibilidad. Gala era la mujer de Manuel y mi sueño inalcanzable,
que otro hombre ocupara “nuestro lugar” no me parecía ni
medianamente plausible, aunque fuera lo más normal del mundo. Había
quedado viuda joven, con un matrimonio roto y un amante que se había
burlado de ella y de sus sentimientos. Tenía derecho a ser feliz.
Llegué
a La Coruña una fresca tarde de primavera. Los primeros días los
dediqué a explorar una ciudad que, a pesar de haber cambiado
bastante durante todos aquellos años, todavía conservaba su
esencia. Mientras caminaba por aquellas calles tantas veces
recorridas, lo recuerdos afloraban de ami mente y la presencia de
Gala se hacía más patente. Era como si aquellos rincones guardaran
dentro de sí trozos de la mujer que no había podido arrancar de mi
corazón. A pesar de ello, a pesar de ser consciente de que yo estaba
allí para volver a verla, no me atreví a nombrarla delante de mi
padre. Fue él, unos días después de mi llegada, el que lo hizo.
-¿Vas
ir a verla? – me preguntó un día en la sobremesa, después de que
mi madre se hubiese retirado a descansar un rato.
-¿A
quién? – pregunté yo como un idiota
-Venga
hijo, no seas idiota. ¿A quién va a ser? A pesar de todo lo que
digas, de todos tus razonamientos, sé perfectamente cuáles son tus
intenciones.
Me
resigné ante la contundencia de su afirmación y no osé
desmentirla, no tenía mucho sentido.
-No lo
sé – contesté, sin más – Tú, que sabes de su vida ¿qué
opinas?
Mi
padre miró durante un rato las migas de pan con las que estaba
jugueteando antes de contestar.
-Hijo,
yo dejaría las cosas como están. Te puedes llevar una sorpresa.
-¿Qué
quieres decir?
-Nada,
no quiero decir nada. En todo caso nada sé con certeza y si hay
alguien que tenga algo que decir será solo ella. Pero créeme, te
puedes llevar una sorpresa. Gala no es la mujer que tu conociste, ya
te lo dije.
-Está
bien papá, no te preocupes. Si decido hacer algo, lo haré con
cautela.
El
caso es que lo que me había dicho mi padre me había dejado
intrigado. Era un hombre que nunca hablaba por hablar, y aunque en
esta ocasión no estaba siendo claro, yo era capaz de leer entre
líneas y sabía que en la vida de Gala había algo especial que tal
vez me afectaba.
Días
más tarde, en uno de mis habituales paseos por la ciudad en los que
me gustaba evocar tiempos pasados, pasé por delante de unos grandes
almacenes con arraigo en la ciudad. La fachada del edificio, antigua
y señorial, se conservaba en perfecto estado, si bien a través de
las modernas puertas de cristal se veía que el inmueble había sido
rehabilitado y modernizado por dentro. Recordé que allí trabajaba
Cristina, una de las mejores amigas de Gala y sin pensarlo demasiado
entré dispuesto a preguntar por ella. Ignoraba si todavía
permanecía en esa empresa, después de tanto años; y aunque fuera
así, era más que probable que no me recordara, pues la verdad era
que nunca habíamos mantenido una amistad especial, ni demasiado
roce.
Pregunté por ella a la primera muchacha que encontré y tuve suerte.
La jefa de Administración, a la postre Cristina, acababa de bajar a
tienda y era aquella que estaba allí, hablando con otra chica,
detrás del mostrador. Permanecí atento y cuando vi que la
conversación terminaba, la abordé acercándome a ella.
-Hola,
Cristina, ¿me recuerdas?
Me
miró con gesto adusto, incluso diría que contrariada, y me observó
durante unos instantes.
-Lo
siento... no.... ¿Alfredo? – dijo por fin.
-El
mismo – contesté estúpidamente sin saber muy bien qué hacer, si
acercarme y abrazarla, si dar por zanjado el encuentro con un saludo
casual.
-No...
esperaba verte por aquí... Hace tanto tiempo que.... te marchaste.
¿Quieres un café?
Acepté
aquel café que me ofrecía sin saber muy bien por qué, al fin y al
cabo ella y yo jamás habíamos tenido demasiada relación en el
pasado, supongo que mi curiosidad por Gala fue lo que me empujó a
compartir con aquella mujer casi desconocida unos minutos de mi
tiempo. En todo caso no fui yo el que sacó a colación a mi antiguo
amor, fue ella, directa al grano, sin preámbulos estúpidos.
-Supongo que quieres saber de Gala.
Agradezco el que hayas dejado tu huella en mi espacio.
ResponderEliminarEn el capítulo 15 que acabas de publicar, me va a ser difícil coger el hilo de esa historia, avísame cuando empieces algo nuevo.
Yo también me quedo en tu espacio.
Cariños.
kasioles