Justiniano
Cenicci era un campesino de la Toscana Italiana más feo de Picio.
Medía poco más de metro y medio, era cojo, le faltaba una oreja,
tuerto del ojo izquierdo, con dientes de conejo y un pelo y una barba
rojos que asustaban al género humano. No obstante él mismo se creía
que tenía un cerebro privilegiado que paliaba su aspecto repulsivo y
un día emigró a La Rioja porque su ilusión siempre había sido
cultivar uvas y hacer experimentos con ellas. Después de mucho
investigar y estudiar decidió que la mejor uva para mostrar al mundo
su sapiencia era ésa, la del vino de Rioja. Se asentó en una casita
solitaria, cerca de Logroño y plató sus viñedos en macetas, tipo
bon sai. Les inoculó hormonas para retardar el crecimiento, azafrán
para cambiarlos de color y esencia de remolacha para hacerlos más
dulces. Cuando hacía buen tiempo los ponía al sol
y cuando no, los colocaba debajo de bombillas. Los regaba dos veces
al mes con una botella de litro y medio de agua oxigenada. Tardó
diecisiete años y medio en tener su primera cosecha, de la cual
consiguió sólo seis botellas y dos vasos que se bebió él mismo en
cuanto fermentaron. Le entró tal soltura en el vientre que estuvo
sentado en el retrete toda una tarde, más no le dio importancia.
Echó en cada botella una pastillita para cortar la diarrea y asunto
arreglado. Luego las llevó a vender a un famoso restaurante cuyo
dueño, después de escuchar el proceso de elaboración, se las
compró por el módico precio de setencientos treinta y nueve euros
cada una. Aquella misma noche las sirvió en la cena que el flamante
gobierno de la nación celebró para festejar la victoria en las
elecciones generales. Murieron todos de una intoxicación vinícola.
El dueño del restaurante fue a parar a chirona contento de haber
salvado a su país y Justiniano Cenicci regresó a la Toscana
decepcionado por su fracaso y temeroso de que descubrieran su
participación en la salvación de España. Una pena, vino como ese
deberían repartirlo con generosidad por el mundo entero... ¿ o no?
Mándame un ciento de esas botellas que a México le urge.
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