Siempre he pensado
que el amor nos vuelve tontas, pero tontas de remate, y fíjense que
hablo en femenino. Los hombres más bien se vuelven gilipollas, no
están hechos como nosotras, su masa encefálica se reparte entre la
cabeza y otras partes más nobles, y el corazón casi que lo mismo,
así de que ellos mejor no hablar. Yo me refiero a nosotras, las
féminas, que empezamos a hacer bobadas desde el primer momento en
que Cupido hace acto de presencia y posamos nuestros ojos en algún
santo varón, bueno lo de santo es un decir eh.
Porque vamos a ver,
ya me dirán si no es hacer tonterías las posturitas que ponemos
cuando estamos delante del chico que nos gusta, miramos de reojo,
ladeamos la cabeza, nos tocamos el pelo no entiendo bien con qué
motivo, porque lo único que conseguimos es ensuciarlo de tanto
tocamiento y para colmo, con tanto afán de llamar la atención, a
veces nos embutimos en ropa dos tallas más pequeñas de la que
realmente tendríamos que vestir, todo por marcar culo, muslo,
tetas... que el contrario nos vea más sexis, en resumen. Claro que a
veces nos sale el tiro por la culata. Sin ir más lejos, yo tenía
una amiga a la que le gustaba el portero de la discoteca a la que
solíamos ir. La verdad es que el tío estaba de toma pan y moja,
pero no le hacía ni puto caso, así que mi amiga se compró un
modelito de lo más provocativo, imposible pasar desapercibida, blusa
ceñida de escote generoso que dejaba al descubierto el canalillo de
sus tetas y unos pantalones plateados apretados no, lo siguiente. Con
decirles que para abrochar el botón tenía que tirarse encima de la
cama y meter la barriga hacia dentro hasta casi dejarla cóncava...
bueno, a lo que iba, el caso es que tanto apretujar la barriga le
acabó pasando factura en el momento menos oportuno. Y encima había
almorzado fabada asturiana... ¿Adivinan lo que ocurrió? Pues que su
portero se pasó la noche ayudando a averiguar de dónde salía el
olor nauseabundo que flotó en la local durante toda la velada. No
tuvo ni un segundo para prestarle atención, y menos mal que no lo
hizo, o de lo contrario hubiera acabado averiguando que el origen de
semejante aroma no era otro que el culo de mi amiga. Anda que....
Y todo esto, todas
estas estupideces, cuando el chico ni se ha fijado en nosotras,
imaginaros en cuando el noviazgo comienza. Entonces la cosa ya es de
juzgado de guardia. Nos dejamos llevar por las bobadas que nos dice
el tipo y.... se lo creemos todo y lo que es peor, se lo perdonamos
todo. Tenía yo otra amiga ( si, si, es que tengo amigas un poco
peculiares) que se enamoró de un zoquete de cuidado. Quedaban de vez
en cuando para tomar algo, comer y tal. Él, la verdad, es que no
tenía mucho tema de conversación, hablaba o de trabajo o del
geriátrico que tenía en casa. Y es que vivía con su madre y dos
tíos entrados en años, con sus achaques, en fin, que el muchacho no
tenía mucha vida social y por ende no había mucho que contar. Pero
bueno, a lo que íbamos, que un buen día, había quedado con mi
amiga para comer al salir del trabajo y el muy capullo va y le dice
diez minutos antes de la cita, que no puede, que se tiene que ir a
casa porque se ha dejado la ventana abierta y tiene que cerrarla.
Cuando mis amiga nos lo contó, admitiendo la estúpida excusa, por
supuesto, las demás no dábamos crédito. No entendíamos la
urgencia en cerrar la ventana, aunque bien puede ser que fuera para
que no les diera un aire a alguno de sus parientes, descartada
totalmente la posibilidad de un suicidio, porque vive en un bajo....
Pero lo peor, lo peor
de todo, es cuando nos empeñamos en hacer cosas para complacerles,
para que estén más a gusto, a pesar de que con ello tengamos que
sacrificarnos nosotras mismas. Y hablo con conocimiento de causa,
porque la protagonista fui yo misma, que hasta casi me da vergüenza
confesarlo. A ver yo siempre fui muy tonta, muy inocente, ahora con
mi experiencia ya no, por supuesto, pero antes... el caso es que
hacía tiempo que salía con un chico y... bueno, que había llegado
el momento crítico, pasar por la cama, ya sabéis. Habíamos quedado
una noche para cenar en su casa, cena romántica, velitas en la
mesa... todas esas chorradas y yo estaba super nerviosa. Lo peor fue
cuando una amiga, mucho más experimentada que yo en esas lides, me
preguntó si estaba depilada. Jo, menuda chorrada de pregunta, a ver
si se pensaba que iba a aparecer ante mi novio como si fuera un mono.
Soy bastante cuidadosa en ese sentido, las piernas y el sobaquillo
procuro que estén limpios de pelos. Y cuando se lo dije mi amiga se
echó a reír a carcajadas en mi cara. Que no, que no se refería a
eso, que se refería a si tenía depilado... aquello, mis partes
íntimas. A mi se quedó la cara a cuadros, ni se me había ocurrido
semejante cosa y la verdad es que... no, no se me había dado por
semejantes menesteres. Pues erre que erre, que no me podía presentar
ante mi chico de esa manera, y tanta tabarra me dio que me convenció
para que fuera a un salón de belleza para que me hicieran la
brasileña. Juro que en mi vida lo pasé tan mal. Tirada en aquella
camilla, espatarrada, con mi chichirrichi al descubierto, casi en
exposición pública, mientras las chicas del salón hablaban entre
ellas sobre el cumpleaños del hijo de una y sobre el partido de
fútbol del sobrino de la otra... Y yo allí, esperando que me
echaran la cena caliente y me dieran el tirón traicionero.... No
quiero ni recordarlo. Verdaderamente aquello me quedó estupendo,
raro, pero estupendo, liso, terso y suave. Y mi novio quedó
encantado... al principio, porque cuando un tiempo después me dijo
aquello de que tenemos que hablar supe que tanto sacrificio no había
merecido la pena. Se largo con viento fresco y ¿saben lo que pensé
yo? Que nunca más iba a pasarlo mal por hacer cosas que complacieran
al novio de turno. Si les gusta como soy, muy bien y si no les gusta,
pues hala, a paseo, que de hombres está el mundo lleno.
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