Deseaba conocerlo,
que mis ojos se perdieran en sus ojos mientras me esperaba en el
andén y mis piernas temblorosas me llevaran a su encuentro.
Deseaba abrazarlo y
perderme entre sus brazos, deseaba apoyar mi cabeza sobre su pecho,
con mi corazón desbocado dentro del mío por la emoción contenida.
Deseaba aspirar el
aroma de su cuerpo, el perfume que emanaba de su cuello palpitante,
deseaba empaparme de su esencia.
Deseaba que tomara
mi mano entre la suya, para salir juntos de la estación rumbo a una
ciudad nueva, deseaba perderme a su lado entre la gente sin que nos
importara la gente, jugar al escondite entre la gente sin que nos
molestara la gente, porque no existiría nadie más que nosotros.
Deseaba correr
juntos por la calles, bajo una lluvia fina y persistente que nos
empapara los cabellos, las ropas, y penetrara en una piel ávida de
sensaciones por llegar.
Deseaba compartir
mesa y mantel a su lado, hablando de mis cosas diferentes,
descubriéndonos en las palabras y las confidencias.
Deseaba encerrarme a
su lado en un cuarto anónimo, para despojarnos sin pudor de las
molestas ropas, para unir nuestras desnudeces en un ansiado baile de
amor, deseaba que me amara despacio, lento, tierno, sublime; deseaba
que fuera primero mariposa y después lobo, primero aire y después
fuego.
Todo eso deseaba
cuando él me deseaba, me amaba, me añoraba sin tenerme, me echaba
de menos sin tocarme.
Pero un día se fue
sin decir nada, se esfumó y con él se llevó todo. Y ahora solo me
queda morir de nostalgia por esos deseos, por momentos soñados que
no viviré jamás.
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