Ramón era mi novio
de toda la vida y un buen día me despidió con viento fresco, sin
motivo, sin razón, simplemente con la estúpida excusa de que se le
acabó el amor. Vale, tuve que aceptarlo, no se puede obligar a nadie
a amar, pero desde el primer momento decidí que me vengaría, de la
manera que fuera y cuando fuera.
Por lo pronto, para
olvidarme un poco de mi desgracia me regalé un pequeño viaje,
pequeñito, a un lugar cercano, pues mi economía no estaba para
muchos dispendios, así que me fui a Alicante, como podía haber ido
a Móstoles, pero Alicante estaba cerca del mar, mucho sol y mucha
playa, que era lo que yo pedía a gritos.
Una tarde, el el
hall del hotel dónde me alojaba, escuché hablar del preventorio de
aguas de Busto, un lugar que había sido hospital de tuberculosos
durante la guerra civil y que después cayó en el abandono. Al
parecer se había formado alrededor del lugar cierta leyenda de que
estaba encantada y que ocurrían cosas raras. No sé por qué quise
visitar aquel sitio, ni yo misma lo entiendo, pues aquellas historias
siempre me habían dado miedo, pero para allí me fui, atraída por
una fuerza extraña.
El lugar estaba
abandonado y sucio y era inquietante. Apenas dos o tres curiosos
merodeaban entre los restos de escombros y porquería. Un anciano de
piel oscura se me acercó y me ofreció bolsos. Le dije que no
quería, pero insistió.
-Mágico, bolso
mágico – decía en un castellano casi ininteligible – libro y
bolso, mágico.
Me picó la
curiosidad y como me pedía muy poco dinero le compré el bolso.
-Dentro de casa...
arriba.... libros abandonados. Toma uno y mete en bolso... magia.
No comprendía lo
que quería decirme y desde luego no estaba dispuesta a introducirme
en aquel edificio medio derruido para buscar ningún libro, así que
me salí de allí pitando. Cuando llegué al hotel metí el bolso
directamente en la maleta y me olvidé de él durante el resto de mi
estancia en la ciudad.
De regreso a casa,
cuando deshice la maleta y el bolso llegó de nuevo a mis manos, me
acorde del lugar siniestro y horrible en que lo había comprado y de
la insistencia del vendedor en que el bolso era mágico si metía un
libro en su interior. Tonterías de viejo, supuse, pero una semana
más tarde, cuando me disponía a pasar una tarde en la playa y metí
un libro en el dichoso bolso, las palabras del hombre tomaron
sentido. De repente, camino de la playa, me sentí con una tremendas
e inexplicables ganas de matar a alguien, a mi ex, por ejemplo, por
hijo de p... Entonces me di cuenta de que el libro que llevaba en el
bolso se titulaba “Invitación al asesinato”. Todo cuadraba.
Presa de la
excitación, renuncié a mi tarde playa y regresé a casa. Cambié de
libro, que no de bolso, y metí dentro “Manuel de repostería
rápida” y..... voila... me pasé la tarde haciendo pastelitos,
galletitas y demás porquerías prohibidas para las que queremos
mantener la linea. Estaba claro, pues, por dónde iba la magia del
bolso y mientras chupaba los restos de chocolate de una chuchara se
me ocurrió el plan.
“Invitación al
asesinato” regresó de nuevo al interior del bolso y llamé a mi ex
ofreciéndole mi perdón, pues como personas civilizadas que éramos
no merecía estar a la greña todo el tiempo por un quítame allá
estas pajas, aunque las pajas en cuestión fueran mandarme a paseo.
Él, por supuesto, accedió de muy buena gana, y cuando apareció por
casa y llamó al timbre, aproveché mis ganas de asesinar y con un
empujón certero lo tiré por las escaleras. El pobre recorrió los
tres pisos en un plis plas y cuando llegó abajo se había convertido
en un despojo de sí mismo: muerto en el acto. Lastima que no pudiera
convencer a la policía de que yo no tuve nada que ver con su muerte.
Me cayeron veinte años de cárcel, pero antes de ingresar en chirona
metí en el bolso “Alicia en el país de las maravillas” y a
pesar de todo me siento feliz, completamente feliz.
Deberías de haber metido al bolso Blanca Nieves y los siete enanos. Estarías más divertida. Muy bueno tu relato
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